Pizarrón
Vladimir de la Cruz
vladimirdelacruz@hotmail.com
Un elemento clave en la formación de lectores y en el hábito de la lectura son los maestros, quienes enseñan a leer y sientan las bases de la lectura como deleite, placer, reto, como horizonte a descubrir, como aventura a gozar, pero sobre todo como una práctica de vida, de ampliación de conocimientos, de cultura, de educación, de entretenimiento, de relación social, de aprovechamiento de “el tiempo libre”, de disfrutar el tiempo libre y el ocio, no como vagabundería, especialmente en la posibilidad de no tener compromiso alguno que pueda separar la lectura.
Cuando se dio la lucha por la jornada de ocho horas en el Siglo XIX por parte de los trabajadores, establecieron claramente que esos núcleos de ocho horas del día eran para trabajar 8 horas, para descansar y reponer la fuerza de trabajo 8 horas, y para disfrutar las 8 horas restantes, con determinados fines, culturales y educativos, que los trabajadores asociaban al estudio, la lectura la superación personal por medio de este esfuerzo individual, personal o colectivo.
Cuando Omar Dengo, Joaquín García Monge, Carmen Lyra, José María Zeledón Brenes, entre otros líderes culturales de principios del Siglo XX, impulsaron el Centro de Estudios Sociales Germinal, lo hicieron pensando en los obreros, los artesanos y trabajadores de su época, para darles cultura general y cultura política. La cultura general con conferencias sobre diversos tópicos universales y particulares, y la cultura política dividida en dos tipos de cursos, de economía política y de sociología política. En el curso de economía política les enseñaban cómo funcionaba la sociedad capitalista de principios del Siglo XX en Costa Rica, y cómo en ese proceso se explotaba a los trabajadores. En el de sociología política les enseñaban a organizarse contra esa explotación, por medio de la organización sindical.
En esta dimensión impulsaron la formación sindical, que ya existía desde 1901, de la Federación de Sindicatos de San José que ya existía desde 1905, para impulsar, lo que logran a principios de 1913, la gestación de la Confederación General de Trabajadores, en ese entonces como la única organización nacional sindical.
Ese mismo año, 1913, el Centro de Estudios Germinal y la Confederación General de Trabajadores, impulsaron la organización y celebración del Primero de Mayo como día internacional de lucha de los trabajadores, asociado en su convocatoria, desde ese día, a la rendición de William Walker, el 1 de mayo de 1857, fecha que como día feriado, por este motivo, se había establecido en 1858.
El algunos talleres de trabajadores, especialmente de zapateros, existía la práctica de la lectura, que consistía, que mientras trabajaban en grupo, generalmente sentados en círculo en sus pequeños taburetes, que eran pequeños asientos redondos, alguien les leía, contratado o no, para ese efecto, y alrededor de esas lecturas intercambiaban opiniones, con lo cual iban enriqueciendo su conocimiento, su cultura general, aun cuando no supieran leer y escribir. Este tipo de “lecturas” se practicó en el Caribe y en México desde finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX. Carlos Luis Fallas en su cuento El Taller así también lo relata.
En la década de 1960 conocí zapateros afiliados al Partido Comunista, a Vanguardia Popular, especialmente el grupo que laboraba en el Taller de Alfredo Picado, quien había sido diputado comunista, en la década de 1930, por la región de Turrialba. Alfredo era hermano del Mártir del Codo del Diablo, Federico Picado. En este Taller de Zapatería todos eran lectores, sabían leer y escribir, pero practicaban estas conversaciones colectivas, muchas veces alrededor de los materiales de preparación política y de cultura política que les facilitaba la militancia partidaria comunista.
En el caso de los trabajadores militantes comunistas estas prácticas de lectura y de preparación política, que se hacía de esta forma, explica por qué zapateros, el caso que conocí de cerca, eras personas preparadas, con gran cultura general, de textos políticos y de novelistas, poetas y narradores soviéticos, universales, latinoamericanos, muchos de ellos militantes también comunistas.
La vagabundería y el ocio religiosamente criticado por la Iglesia, que incluso llegó a estigmatizarse como pecado, como aliada de la pereza, no era conocida por estos trabajadores.
En mi caso, tuve la dicha de haber nacido en un hogar de jóvenes, mis padres tenían 20 años cuando yo nací, que cultivaron la lectura desde su niñez y juventud. Eran de una lectura apasionada, devoradores de libros. Y lo fueron siempre. El hábito de la lectura se adquiere por la lectura diaria. No se puede dejar de leer.
En la Universidad al iniciar los cursos generalmente les decía a mis estudiantes lo siguiente: Aquí hay que leer. Esa es la clave para pasar los cursos y para superarse. La lectura debe ser diaria, constante. No se debe dejar para otro día lo que uno debe leer al día, porque no se lee acumulado lo que se dejó de leer. Si uno lee una página al día, leerá 365 al año, que correspondía a la mitad de un libro de Harry Potter, que estaban de moda. Si se leen 5 páginas diarias al año se leen 1825 páginas, lo que equivalía a 18 libros de 100 páginas o a 22 libros de los que publicaba el Periódico La Nación, de 80 páginas cada uno, de literatura universal, cada 15 días, que era casi lo correspondiente a leer 5 páginas al día. Pero, estaba claro que quien no leía al día no leía acumuladas las lecturas que no se había hecho, pero quien leía al día adquiría el hábito de ir leyendo cada vez más cantidad. Que esta era la clave, es lo que les decía a mis estudiantes el primer día de clases.
A sus 22 años, mi padres, tenían ya una pequeña Biblioteca en la casa, la que fue desmantelada y robada, literalmente, en 1948, por los figueristas que llegaron a registrar la casa y a llevarse, entre otras cosas los libros de esa Biblioteca y la colección del periódico Trabajo que mi padre había venido haciendo.
En las casas “se hacía” Biblioteca, estanteros o pequeños muebles, a veces con llave, donde se tenían los libros. En casa de mi abuelita Ofelia había una pequeña. Mi padres la tuvieron desde adolescentes, y como hogar hasta que en el 48 se las quitaron. Después, adulto, supe quienes, con nombre y apellidos, se los llevaron y a cuales otras bibliotecas fueron a parar algunos de sus libros. Nunca los reclamé.
Mi padres estaban vinculados en su juventud, a los escritores comunistas nacionales, y al grupo de intelectuales al que ellos pertenecían. La Guerra Civil separó a mis padres hasta el divorcio, debido a la marcha forzosa de mi padre al exilio, y a Venezuela, donde terminó con un segundo matrimonio, que me dio seis hermanos. Mi madre, luego de la guerra civil, permaneció vinculada al Partido Vanguardia Popular, a sus principales dirigentes y escritores, muchos de ellos de su propia generación.
De esa manera mi madre mantenía los hábitos de la lectura, rigurosa y disciplinada, hasta los días de su muerte, donde ya pensionada, de varios años, dedicaba alrededor de seis horas al día en sus lecturas.
En los años siguientes a la guerra civil de nuevo empezó a formar de nuevo su Biblioteca, un pequeño mueble, librero, que nunca faltó en las casas donde vivimos. Hoy ya no se acostumbra a tener los libreros, ni las pequeñas bibliotecas en las casas, ni tampoco se construyen espacios para libreros, o pequeñas oficinas en las casas. La nuevas y recientes generaciones tienen las bibliotecas en sus teléfonos…al menos las lecturas que les interesan. Mis nietos son lectores de libros en sus aparatos electrónicos, aunque algunos de ellos combinan con la lectura física de libros, que a mí me solicitan, o porque alguna maestra se los da para su lectura.
Mi madre obligada por las circunstancias, asumió, inmediatamente, a la Guerra Civil la tarea de su estudio y de su superación, trabajando de día y estudiando de noche. El colegio lo terminó en el Carlos Gagini cuando en este colegio nocturno trabajaban grandes Profesores, muchos de ellos vinculados a la Universidad de Costa Rica, donde también laboraban. Del Colegio siguió la Universidad donde llegó a graduarse de Microbióloga Químico Clínica. Era una época dominada por la prensa escrita y la información radial. En mi casa hubo un televisor hasta 1970, cuando yo ya estaba empezando la Universidad. La prensa diaria se leía todos los días en mi casa, a la que estábamos suscritos. La ausencia de Televisión quizá contribuyó a desarrollar la lectura, y la escucha de radionoticieros, y novelas radiofónicas, como las de Adolfo Herrera García.
Mi práctica familiar fue tener a mi madre en mis primeros años leyéndome, prácticamente desde la cuna. De las primeras lecturas que recuerdo que me hacía fue “El maravilloso viaje de Nils Holgersson”, de una autora sueca, Selma Lagerlöf, que era lectura para las escuelas y para la educación primaria de Suecia. Con él se establecía un vínculo con la naturaleza, con la vida de los animales y las aves, era rico en tradiciones folklóricas, era de aventuras de un niño, que termina abrazado a un ganso familiar haciendo un largo viaje. Todavía conservo ese ejemplar. Entre las otras lecturas de infancia, obligado fue “El Quijote”, de Cervantes, en una edición grande, bien ilustrada, especialmente para niños y jóvenes que teníamos, las “Novelas Ejemplares”, también de Cervantes, eran parte de esas lecturas, con la cuales trataba mi madre de inculcarme idealismo, realismo y aspectos morales que allí se trataban. Igual fue con “Las Mil y una noche”, con sus cuentos tradicionales de Medio Oriente, donde habían valores y comportamientos humanos, lo que permitía hacer comparaciones. Igual fue con “Los Tres Mosqueteros” para estimular la amistad, “uno para todos, todos para uno”…
Ya en edad escolar avanzada y colegial fueron, entre otros libros, paralelos a los del Colegio, que había que leer completos, nada de resúmenes como se acostumbra ahora, los libros de Mauricio Maeterlinck, “La vida de las abejas”, y “La vida de las hormigas”, así como el libro “Cazadores de microbios” de Paul de Kruif, que me impacto y apasionó el conocer la vida de grandes científicos aquí relatadas.
Siento, por lo que veo y a veces pregunto, que ya la práctica de la lectura a infantes, desde la cuna y antes de que empiecen a caminar ya casi no se hacen, Ni tampoco antes de dormir. Yo viví esta experiencia y mis hijos en sus primeros años la vivieron, y hasta ejercitaron la memoria aprendiendo poesías.
Probablemente, las viejas generaciones, al menos la mía con hijos y nietos, más que las actuales, tuvimos de primeros maestros a nuestros padres, en mi caso especialmente a mi madre y a mi abuela materna.
Luego “La Maestra”, que teníamos de primero a sexto grado, como lo fue la Niña Julieta de Vargas. Y, en el colegio los buenos profesores que nos motivaron en el placer de las lecturas y en el refugio de los libros, dándonos a conocer a sus autores, su época, abriéndonos los ojos para descifrar su estructura y misterios, sus caminos y laberintos, para apreciar la luz que de ellos emanan. Y, sin lugar a dudas influyeron más los profesores de español o castellano, los de Historia, Estudios Sociales o los de Educación Cívica o Formación Ciudadana, según se llamara la materia.
Trato a veces de llevar a mis nietos a las librerías a que recorran estantes, busquen, vean, toquen huelan los libros, a veces con resultados positivos de llevarse alguno.
De niño y entrando a la adolescencia, tuve la experiencia, con frecuencia de acompañar a mi madre a la Librería Lehman a comprar libros. Esa Librería, en esos años de la década del 50 y del 60, era un punto de reunión de intelectuales, de profesores universitarios y de escritores, a quienes mi madre conocía y trataba. En varias ocasiones, que recuerdo, nos encontramos con Joaquín García Monge, Arturo Montero Vega, Fabián Dobles, Víctor Manuel Arroyo, Arturo Agüero, entre otros, a quien siempre mi madre saludaba, y yo también, y a veces se quedaba compartiendo unos minutos con ellos, todos para ella muy conocidos.
La Biblioteca de mi madre, y la mía, iba creciendo. Autores soviéticos Gorki, Ilia Eheremburg, Mijail Sholojov, el poeta Mayokovsky, Fadaev con su novela “Joven guardia”, Makarenko, Alexandra Kolontai,, Lunacharski, entre otros. Yo añadí, más adolescente, otros autores, y lecturas políticas, textos de Marx, Engels, Lenin, Mao, algunos de Stalin que circulaban todavía en la década del 60 entre comunistas, John Reed. Mis lecturas de los clásicos del Marxismo Leninismo se enriquecieron cuando viví y estudié en la Unión Soviética entre 1965 y 1966.
Entre los autores latinoamericanos, lecturas de mi madre, e iniciática mía, eran Jorge Amado, Nicolás Guillen, Pablo Neruda, César Vallejo, Horacio Quiroga, Rómulo Gallegos, Mariano Azuela, Miguel Angel Asturias, Salarrué, García Lorca. De los costarricenses, infaltables eran Carmen Lyra, Fabián Dobles, Carlos Luis Fallas, Arturo Montero, Carlos Luis Saénz, Adela Ferreto, Joaquín Gutiérrez, los discursos y folletos de Manuel Mora, Arnoldo Ferreto, Eduardo Mora y otros dirigentes comunistas que publicaban de vez en cuando sus análisis. Importante temprana lectura fue Vicente Saénz, “Rompiendo cadenas”. Estos y orros más eran algunos de esos escritores y de las lecturas de la década del 50 y 60, que se tenían en la casa.
Mi maestra en la escuela, Julieta de Vargas, fue otra mujer que influyó en mi formación y en mi disciplina de lector. No había, en aquellos años, a inicios de la década lectura de libros para niños escolares, pero teníamos maravillosos libros escolares de lecturas, de autores nacionales y centroamericanos.
Por mis relaciones de amigos del barrio leía Verne, Salgari, Zane Gray. La Revolución Rusa, la vida de Lenin, el Manifiesto Comunista, la Revolución Francesa me atraparon el interés en el colegio. También se sumó como autor Víctor Hugo.
El Colegio me fortaleció la lectura de libros completos, nada de resúmenes, como acostumbran hoy, “María”, “Trafalgar”, “El Quijote”, “Juan Tenorio”, “Martín Fierro”, “Don Segundo sombra”, “Romeo y Julieta”, entre otros. Dichosamente en el Colegio tuve maravillosos profesores de español o castellano. “El Quijote” lo leí por tercera vez cuando mi hijo Tupac me lo pidió en cuarto o quinto año, y al día siguiente le di los dos tomos que tengo. Y me reclamó: “!Está loco! Mi compañeros leen resúmenes. ¿Cómo voy a leer eso?”. Si, eso es lo que va a leer, le dije. Entonces, me retó: “ si lo lee conmigo”. Y así el domingo siguiente empezamos a leerlo. Al final un pequeño grupo de sus compañeros se sumó a esa lectura dominical de El Quijote que yo hacía.
Mi abuelita materna, Ofelia Rodríguez, Ita, como cariñosamente le decíamos, fue otra guía de lecturas. Ella por su militancia en el rosacrucismo y la teosofía me solicitaba, en época de colegio y primeros años de Universidad, que le leyera, en sus ratos de descanso, o mientras realizaba ciertas labores domésticas, libros de Madame Blavatsky, de Camile Flammarion, su astronomía, que lo tenía en un libro preciosamente impreso, y de Anne Besant. Probablemente mi abuelita deseaba que me incorporara, por estas lecturas, a estas corrientes filosóficas, lo que no hice ni me atrajeron filosóficamente.
Sería muy largo detallar todos los autores y libros que se fueron incorporando, como en cascada, en esos años juveniles en mi formación y hábitos de lectura. En otra ocasión detallaré más porque tengo todos los libros. Ahora lo he hecho de memoria para este relato.
El viaje de un tío, Edgar Campos Cabezas, a trabajar a CEPAL y a FAO y, luego, de un amigo a Moscú, hicieron que mi casa, adolescente aún y soltero, fuera el albergue transitorio de sus Bibliotecas, que eran grandes, de importantes acervos documentales, que como minas me hacían sucumbir en los libros, la primera más orientada en las ciencias económicas y sociales, la segunda en la filosofía, la sociología, los clásicos políticos y literatura de todo tipo. Todo esto antes de 1968, cuando la TV aún no tenía alcances masivos de consumo y en mi casa hasta 1970 tuvimos el primer aparato, en el que saqué mi tiempo para ver las Olimpiadas de Roma, en diferido, no directas como ahora.
En el colegio el profesor Demetrio Gallegos Salazar, de Cívica, nos obligaba a estudiar, tal vez por su formación de abogado, los fenómenos políticos y sociales de una manera confrontada, a favor y en contra. Esto nos hizo desarrollar grupos o círculos de estudio, donde preparábamos los temas y los debatíamos con pasión y gran respeto. Mi grupo de estudio constituido, entre otros, por Morris Sasso (+), Halef Schmidt, Guillermo Arana, Jorge Vargas (+), José Ml. Bogantes, se mantuvo unido para la preparación de los exámenes de bachillerato.
En mí, pesó mucho la generación de la década del 60, Alfonso Chase, Jorge Debravo, Delacroix, Marco Aguilar, Francisco Zúñiga, Luis Orlando Corrales, y muchos otros, que estimularon y orientaron lecturas, que actuábamos en círculos de lecturas, con mujeres también muy inmersas en la lectura y en la poesía. Todavía Alfonso Chase marca, como una brújula, nortes… Es importante para ser lector tener amigos lectores.
En la época colegial profesores claves en mis temas sociales, patrióticos e históricos fueron Marco Tulio Zeledón Cambronero, Luis Demetrio Salazar, Marielos Rojas. Luis Demetrio apasionado de Bolívar y de Juan Santamaría.
Así fueron los años iniciales de mi formación en las lecturas, que lo fueron de todo tipo. Trataba de tener un conocimiento universal, amplio, rico. Yo en este campo era como una esponja, todo lo absorbía. En ello, fue fundamental este camino por las lecturas que me hacían, por las que me invitaban a realizar y por las que por cuenta propia fui asumiendo.
En la Universidad todo se revolucionó, más lecturas, grandes discusiones, más retos intelectuales. Mis compañeros de luchas estudiantiles todos eran grandes y apasionados lectores, que compartíamos autores, y nos identificábamos con sus maneras de pensar y escribir. Luego siguió mi formación profesional académica, que me orientó en otras lecturas más especializadas y precisas, en el campo del Derecho y la Historia. En la Universidad por la libre llevé una inmensa cantidad de cursos de mi interés, muchos de filosofía. Tuve grandes Profesores con los que podía intercambiar opiniones y debatir fuertemente, lo que solo se podía hacer con sólidas lecturas y ricos procesos de asimilación de esas lecturas.
Mi esposa Anabelle era también una gran lectora. Lo sigue siendo. Por su carrera, Medicina, tenía una disciplina asombrosa para la lectura. Desde su hogar, su padre, especialmente, había influido en ella sensibilizándola en la lectura y la cultura general. La llevaba frecuentemente a conferencia en el Instituto Hispano. A mi lado desarrolló otras lecturas, sorprendiendo en ocasiones el manejo de detalle de la asimilación de sus lecturas.
Unos tres años antes del fallecimiento de mi madre, por un problema degenerativo en la mácula ocular cambió la lectura por los audiolibros. La degeneración macular le afectaba en la retina la visión central y aguda, dificultándole la lectura y la distinción de detalles.
Yo era el encargado de suministrarle los libros o los audiolibros, a petición de ella, o por mi propia iniciativa. Su disciplina era tan grande en la lectura, que a veces me decía “esa novela que me trajiste no me gustó, pero la leí toda”, y hablábamos de las partes que no le habían gustado, o de lo que más le había llamado la atención. Ella no suspendía la lectura de lo que empezaba. O con los audio libros me decía: “ese lector no me gustó, cuando me traigas otro fíjate que no sea el mismo lector”, porque en los datos de libro se decía el nombre del “lector”.
Reconozco que tuve maravillosos maestros desde las primeras letras, el colegio y la Universidad. Mi madre y mi abuelita materna, la primera más aristotélica y materialista, la segunda platónica e idealista. Alrededor de ellas fueron lecturas directas, para desarrollar el hábito y practicar la lectura, leyendo en voz alta, como pedía mi abuelita que le hiciera, en un juego donde uno se sentía importante y útil.
Y en las escuelas y colegio Vargas Calvo también fue la Biblioteca y la “hora” de Biblioteca que era obligatoria, a la que asistíamos religiosamente y permanecíamos en silencio, unos verdaderamente leyendo y otros al menos aprendiendo a disponer el tiempo de lectura y respetando el tiempo de lectura de los otros. Porque esto era parte de la enseñanza, respetar el tiempo de lectura, y luego atender las “otras” tareas o colaboraciones en el hogar, como en mi caso también me enseñaron desde pequeñito.
De escolar y colegial fui asiduo visitante de la vieja Biblioteca Nacional, y no exagero si digo que la podría describir aún en sus amplios salones y estanteros de pared, su entradita por la calle y su patio jardín interior.
Actualmente, las escuelas y colegios carecen de Bibliotecas, y escuelas que tienen libros a modo de bibliotecas no las ponen al servicio de sus estudiantes, ni de sus maestros.
Y los compañeros y amigos fuera de colegio, del barrio, cuando había vida de barrio, también, cultivábamos la lectura. Qué amistades de adolescentes y de estudiantes. Todos éramos iguales. ¿O sería esa generación?¿Y, mis amigas y novias de esos años juveniles? Todos éramos inquietos, soñadores, queríamos atrapar el mundo en la mano, pero sobre todo como grandes lectores ser “amos del universo”. Luis Orlando Corrales, Manuel Moscoa, María Elena Guadrón, Juanis Vasquez, Marina Ramírez, Edith Ferreto… y Jorge Debravo, Alfonso Chase, los poetas de Turrialba, los que afilaban sus primeras armas literarias. Con Jorge y Alfonso departíamos mucho en la Soda San Remo, 50 metros al norte del Correo, donde se leía poesía, alrededor de una taza de café y una empanada chilena, y Ana, una morenaza nos atendía con cariño. ¡Y, cómo leíamos! ¡Y, cómo estudiábamos! Pero, ¡cómo disfrutamos esos días de lucha, lectura y estudio¡
Hoy lamentablemente no sentimos estas experiencias de vida en los jóvenes. ¿Las podremos recuperar?
Así fui haciendo también mi Centro de Documentación y Biblioteca, heredera de la de mi madre. Hoy es gigantesca, con varias décadas encima. La conozco toda. Tiene la parte de estanteros y mi cueva donde trabajo… un lugar acogedor, cálido, ordenado y desordenado según se vea, rodeado del panteón familiar, de las fotos de mis ancestros principalmente…