Guadi Calvo
Desde hace ya más de una década, uno de los mayores problemas europeos es el arribo de miles de refugiados provenientes fundamentalmente de África, Medio Oriente y Asia, ya no solo expulsados de sus países por la pobreza, sino y fundamentalmente por la violencia.
De ambos factores, nadie puede discutir que no responde a una responsabilidad exclusiva tanto de Europa como de los Estados Unidos. Sus políticas de expolio, que han generado cientos de millones de pobres, cuya única oportunidad es probar suerte en las ficticias sociedades de bienestar, y derivado de aquello, para poder seguir manteniendo los beneficios de la explotación de los infinitos recursos naturales de sus súbditos, se impone una salvaje represión a cualquier intento de modificar esta ecuación.
Para mantener la explotación de esas infinitas riquezas naturales, desde petróleo y oro hasta elementos más raros y escasos como el coltán, el litio o el uranio, se ha recurrido a los libretos colonialistas de siempre: exacerbar las diferencias étnicas, tribales y religiosas para generar guerras civiles y, si aquello llegara a fallar, directamente invadir, con la excusa de preservar la vida y los bienes de sus ciudadanos, que viven a miles de kilómetros de esas regiones y de cuyas situaciones ni se enteran.
Si bien el flujo migratorio hacia Europa desde sus antiguas colonias es una problemática que tiene más de setenta años, podríamos aventurar que ha sido la guerra de liberación de Argelia 1954-1962 la chispa de arranque para la llegada de grandes oleadas de magrebíes, no solo a Francia, sino que se propalaron a otros países. Aunque a quince años de ese afectado artificio que ha sido la Primavera Árabe inventada por Estados Unidos y la Unión Europea (U.E.) y cuyas consecuencias se siguen extendiendo en tiempo y espacio, la oleada de refugiados ha trepado a números que ponen en riesgo sus propias economías.
Para detener este fenómeno, la Unión Europea ha establecido acuerdos, fundamentalmente económicos, con los diferentes países de la cuenca sur del Mediterráneo, a los que hay que agregar a Turquía, o como le guste llamarse ahora.
Con estos multimillonarios paquetes de miles de millones de euros, esas naciones deben evitar, a como dé lugar, la llegada de esos flujos. Ya sea encerrándolos en campos de concentración u obligándolos a retornar por donde llegaron, librados a su suerte.
Un dato que expone el éxito del plan antimigratorio de la U.E. es el que aporta Italia, que dice que 66.317 personas llegaron a Italia en 2024, menos de la mitad del número en 2023.
En la información nada dice de los 2.200 ahogados a lo largo del año pasado, los que se suman a los 25.500 muertos desde el 2014, según números de Naciones Unidas.
Estas cifras solo refieren al Mediterráneo, por lo que hay que tener en cuenta a los ahogados y desaparecidos, que también suelen ser muy frecuentes, en lo que se conoce como “la Ruta Atlántica”, mucha más peligrosa que la mediterránea, ya que, desde Marruecos, República Saharaui, Mauritania, Senegal y Gambia, buscan alcanzar el archipiélago de Canarias (España) en travesías en alta mar de hasta 1,600 kilómetros, produciéndose decenas de naufragios cada año.
De la aplicación del protocolo de expulsión y desentendimiento, es un especialista el presidente tunecino Kaïs Saïed, para lo que se excusa con la estrambótica “teoría del gran reemplazo”, una creación, ¡cuando no!, de un francés, el autodenominado intelectual Renaud Camus, un fascista esperpéntico. (Ver: La teoría del gran reemplazo a la tunecina)
En el marco de estas acciones contra los migrantes, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) informó que los primeros días de enero, llegaron a la ciudad de Dirkou (Níger), a 1300 kilómetros al norte de Niamey y a poco más de cuatrocientos de la frontera libia, 770 personas, todas nigerinas, en varias camionetas. La más importante de esas deportaciones se había registrado en julio último, cuando cuatrocientos nigerinos.
Los llegados a Dirkou lo hicieron en pésimas condiciones físicas tras un viaje de varios días a través del desierto con una letal variación de temperatura. Alguno de los recién llegados informó de peleas e incluso de que varios “pasajeros” cayeron de los camiones, habiendo quedado perdidos o muertos en el desierto.
No solo en Libia, sino en el resto de los países sobornados por la U.E., se practican periódicas razzias para capturar migrantes y expulsarlos fuera de sus fronteras.
En particular, este grupo proveniente de Libia había sido capturado y mantenido detenido, hace más de un mes. Esta ha sido la mayor deportación de personas a Níger, hasta la fecha. Mientras que la U.E. mira claro para otro lado, porque para eso paga.
Ellos partieron de la ciudad de Sabha, provincia de Fezan, a cerca de setecientos kilómetros al sur de Trípoli y a casi quinientos de la frontera con Níger. En Fezan, donde hasta hace poco se remataban como esclavos los migrantes detenidos, nada dice que no siga sucediendo.
Fezan, al igual que la mayor parte de Libia, en el contexto de la guerra civil que no se resuelve desde 2011, se encuentra bajo el mando del general Khalifa Haftar, patrón del Ejército Nacional Libio, uno de los grandes animadores del conflicto libio. Los otros son las milicias autónomas que se juntan bajo el paraguas de Trípoli, que responde directamente a Naciones Unidas.
Otras rutas hacia la felicidad
Según se ha conocido, el año pasado hubo una nueva de catorce horas en vuelos charter, más o menos legales, más o menos no, desde el aeropuerto de Benina de la ciudad de Bengasi, la más grande del este libio, al Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino de Managua (Nicaragua), que solo podrían pagar inmigrantes asiáticos, en su mayoría de origen indio, que pretenden llegar a Estados Unidos. Ya en diciembre de 2023, mientras hacía una escala técnica, fue detenido en el aeropuerto de París-Vatry (Marne) un avión con más de trescientos ciudadanos indios a bordo, sospechado de trata de personas.
Con los pies clavados en el desierto, unos treinta mil migrantes nigerios fueron rechazados y enviados inmediatamente al otro lado de la frontera, en proximidades de la ciudad nigerina de Assamaka, donde se encuentra un centro de tránsito de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Los llegados a Assamaka refieren que la policía argelina, tras llevarlos al otro lado de la frontera, solos, sin mapas, ni celulares, agua, ni víveres, les señalaron el horizonte diciéndoles que, caminando derecho, encontrarían la ciudad. Una práctica utilizada por todas las policías a la hora de expulsar migrantes.
Esta es la mayor cifra registrada en estos últimos años. Se cree que este número está vinculado a los cambios políticos producidos en Níger tras el golpe de Estado en julio de 2023. Dicho cambio ha puesto al país en el ojo de la atención internacional, ya que, junto a Burkina Faso y Mali, ha pasado a conformar la Alianza del Sahel. Una organización decididamente enfrentada a los intereses occidentales, protagonista de un importante vuelco hacia Rusia, China e Irán. El año pasado fueron deportados por Argelia unos 27 mil extranjeros.
Desde 2014, tras la expansión y primeros resultados de la Primavera Árabe, y la llegada a la región de las khatibas entonces solo vinculadas a al-Qaeda, comenzaron a fluir hacia Argelia miles de migrantes de diversos países africanos, buscando llegar a Europa.
Los expatriados llegados a Assamaka dicen haber sido secuestrados en diversas ciudades argelinas, en propias viviendas, lugares de trabajo e incluso al borde de la frontera con Túnez, para reagruparlos en la ciudad de Tamanrasset, sur de Argelia, antes de ser trasladados en camiones a Níger.
Los planes para intentar detener las olas migratorias están condenados al fracaso, de no revertir Estados Unidos y Europa sus políticas de explotación y agresión, lo que ha generado esta ola infinita de desangelados que intentan cambiar sus vidas arriesgándolo todo.
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