Crónicas interculturales
Remy Leroux Monet
Corría la década de los años 80. En ese lapso de diez años yo asumía la presidencia de la Federación Internacional de Periodistas y Escritores de Turismo FIJET. Era un puesto ad honorem que me generaba gran cantidad de viajes a través del mundo con buenas oportunidades de reportajes que podía eventualmente publicar.Fue en ese contexto que un buen día participé en un viaje de prensa a Costa Rica organizado conjuntamente por la Embajada de Costa Rica en París y el Instituto Costarricense de Turismo ICT en San José. Éramos un pequeño grupo constituido por unos quince periodistas franceses. Nos acompañaban y nos chineaban los más altos jerarcas del ICT en materia de atención a periodistas extranjeros.
Como la gastronomía hace parte de los atractivos turísticos de un país, en el marco de una gira informativa en la Zona Norte de Costa Rica, nos llevaron para un almuerzo a un restaurante típico en Ciudad Quesada que mi memoria en este caso no puede precisar. Un olor a leña de café reinaba en el lugar todo pintado de azul y blanco, como se debe, según nos explicaron. Nos sentamos en dos filas: el máximo representante del ICT en una cabeza de la mesa y yo en la otra. Es que yo era Presidente…
Después de un largo tiempo de espera al fin llega la comida. Mejor dicho la mía, puesto que me sirvieron primero, desconociendo el protocolo de mesa tradicional obviando que yo no era el de mayor edad entre los comensales y que nuestro grupo contaba con señoras de edad madura. Es que yo era Presidente…
Empecé a examinar el contenido de este plato, mucho más grande que de costumbre, que depositaron con gran solemnidad frente a mí. Y que todos mis colegas compatriotas observaban también con una mirada entre incrédula e irónica. Hasta varios se acercaron para sacar fotos.
Literalmente nadando en este platón y presentados como formando un abanico o una colección de muestras, cabían ahí según lo que pude analizar: arroz blanco, frijoles curiosamente negros (nunca había visto frijoles negros), macarrones en salsa de tomate, picadillo de papas con chorizo, maduros fritos, ensalada rusa, ensalada verde con cubitos de tomate, carne en salsa y por encima del todo estaban esparcidas alguna que otra papas tostadas.
Me puse a pensar que, visto desde mi lado del Atlántico, eso sería el menú para varias comidas…
Mi perplejidad era total. Como me habían atendido primero, y que nadie todavía había recibido su porción, todo el mundo me miraba a mí o más bien miraba mi plato. Yo no sabía qué hacer. ¿Era comida para repartir entre los compañeros? ¿Era broma? Hasta me pregunté ¿si de verdad era para comer?…
Un francés come con la cabeza. Lo educan para coordinar los menúes de sus comidas diarias en función de la variedad imperativa de los alimentos y de la cantidad de calorías ideal. La comida es un acto de salud.
Nos explicaron ofreciéndonos un brindis antes de pasar al ataque de este monumento a la obesidad con bastante más de 1.000 calorías en un solo plato sobre las 2.000 permitidas diariamente que esta comida se llamaba casado y que era un plato de los más típicos del país.
Algunos años después, por cosas de la vida, me pasé a vivir en Costa Rica. Gané así más de diez kilos en más o menos diez años de convivencia con los ticos.
– Remy Leroux Monet, ciudadano francés, visitó por primera vez Costa Rica en 1978, y desde entonces no se ha separado nunca de nuestro país. En 1993 migró definitivamente. Siendo un atento observador de su entorno, tiene por afición resaltar diferencias entre sus dos países, el de nacimiento y el de adopción.