“Mesías Político”

Circunloquio [*]

En la tradición judeocristiana el término «mesías» significa «ungido» y se refiere a un salvador o libertador enviado por Dios. Es un líder o Dios encarnado con poder suficiente para resolver lo que los humanos fueron incapaces de solucionar. Por cierto, «Cristo» es la traducción griega del hebreo «mesías».

Yayo Vicente

Yayo Vicente

Pareciera que a los “labriegos sencillos” costarricenses la política nunca les interesaba. “Ese es un tema para otros…, para los que entienden…, para los vagabundos…, para los que tienen tiempo…” Lo cierto es que para quienes trabajan para comer, la política no se come. Es sencillo, solo quien tiene comida en abundancia puede darse el lujo de meterse en política.

Es posible que a partir de ese pragmatismo naciera el “gamonalismo criollo” donde algunas personas notables de la localidad concentraban el poder político y social. En Costa Rica, los gamonales fueron más visibles entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. El país se caracterizó por una estructura agraria más repartida que en otros países latinoamericanos, pero esa estructura singular no desplazó la necesidad de contar con una persona que asumiera las decisiones políticas locales.

El gamonal fue el intermediario entre el gobierno central y la comunidad, una figura paternalista, que ayudaba y protegía a los lugareños, quienes a cambio le pagaban votando por quién él decía y respetando las otras decisiones políticas (que las tomaba en nombre de todos). Una autoridad informal, muy respetada o temida por los funcionarios públicos. Por eso era el “influencer” de antes, pues su palabra decidía elecciones y hacía valer el adagio que dice “la unión hace la fuerza”. Sin duda alguna un ganar-ganar. También hubo gamonales nacionales.

Con el fortalecimiento de las instituciones democráticas, la educación pública, las vías de comunicación, la prensa escrita, la radio, la televisión y las redes sociales, la figura del gamonal ha perdido fuerza, aunque persisten ciertos rasgos del gamonalismo de antaño. Una institución tan conveniente y cómoda, no se sustituye con facilidad y hasta se le añora; igual que sentimos nostalgia por la comida de nuestras madres: rica, a tiempo, sin pagar, sin tener que prepararla, toda una maravilla y gratis para nosotros.

Mil ochocientos veintiuno

¿Quiénes y cuántos participaron, opinaron e incidieron en los trascendentales acontecimientos de la primera cuarta parte del siglo XIX? No fueron una mayoría, ni siquiera quienes serían más afectados, esas decisiones como lo diría Platón, se las dejaron a los sabios. Fue entre eruditos que se discutieron opciones y finalmente ellos decidieron la suerte del país recién independizado.

Cuesta dejar a un lado la pala, el estetoscopio, la computadora, el lapicero, la cocina, la hamaca, el serrucho, la llave inglesa, para dedicarle tiempo a la política. Pero ningún pueblo puede renunciar o vivir sin política. En la isla solitaria de Robinson Crusoe, no hubo política hasta que apareció Viernes. La política es la misma en todos los tiempos y en todos los ámbitos: asociaciones, ejércitos, iglesias, gobiernos, equipos de futbol; a veces ponemos a gente noble en los puestos de decisión y otras a quienes sólo ven el beneficio propio, como le sucedió a Viernes con su amo Robinson

En democracia y con el voto universal, somos todos quienes decidimos en quién delegamos la responsabilidad de los asuntos públicos, todas cuestiones que de una manera u otra nos afectan.

Desear que otro limpie nuestro desorden, es una actitud infantil y es exactamente lo que hacemos en el ámbito político. Todavía no queremos hacernos responsables y queremos encontrar al gamonal nos diga por quién votar. El problema es que estamos en el siglo XXI, educados, ya no hacemos agricultura de autoconsumo y en tiempo real nos enteramos de las cosas que suceden en el mundo. Delegar o volver a ver a otro lado, dejó de ser opción, hoy debemos de asumir la responsabilidad y asumir las consecuencias.

Religiones como mal ejemplo

Muchas religiones del mundo incluyen la idea de dioses encarnados, manifestaciones divinas o mesías (enviados o salvadores prometidos). Aunque las formas varían mucho, la idea de un ser divino que interviene directamente en la historia humana es bastante universal.

En el cristianismo Jesús es Dios hecho hombre, que vino a salvar a la humanidad del pecado y reconciliarla con el Creador. En el judaísmo el Mesías (Mashíaj) no es divino, sino un humano ungido por Dios, descendiente de David que restaurará Israel y traerá paz y justicia. Para el Islam, el Mahdi, es el líder justo que vendrá al final de los tiempos. En el hinduismo, los Avatares (encarnaciones divinas) son manifestaciones de dioses para restaurar el orden cósmico (dharma). En el budismo es Siddhartha Gautama (el Buda), un ser humano que alcanzó la iluminación y es ejemplo a seguir. En las corrientes como el Mahayana, aparecen bodhisattvas y budas cósmicos (como Amitabha o Avalokiteshvara) que pueden manifestarse en el mundo para ayudar a las ´personas, una encarnación compasiva. En el zoroastrismo espera un Saoshyant, un salvador futuro que renovará el mundo.

En muchas tradiciones, espíritus o dioses se encarnan temporalmente en personas (por ejemplo, durante rituales o posesiones), ocurre en el candomblé o la santería, los orishas pueden “montar” o poseer a sus devotos. Las religiones mesoamericanas antiguas (como la mexica o la maya) o el antiguo Egipto, los reyes y faraones eran vistos como manifestaciones de los dioses o mediadores divinos.

Aceptemos que en el mágico mundo religioso las personas podamos “crear” hadas madrinas que nos resuelvan nuestros desórdenes y cumplan nuestros anhelos. El punto es que trasladar el concepto a la política del siglo XXI es una completa actitud de inmadurez y de falta de responsabilidad.

A la suerte no se le reza

Suerte tuvimos en el año 1821 con las decisiones de nuestros hombres sabios. Suerte tuvimos que Juan Mora Fernández, un maestro y no un militar fuera el primer jefe de estado. Suerte tuvimos en 1856 cuando vimos que Juan Rafael Mora Porras («Juanito») había preparado a la nación para rechazar con éxito rotundo a William Walker y sus filibusteros, que venían a terminar con la tranquila forma de vida del Valle Central. Suerte tuvimos con la Generación del Olimpo que pusieron sus ojos en países ejemplares. Suerte que algunos muchachos organizaron el Grupo de Estudios para Problemas Nacionales y suerte que llegara RA Calderón con ideas políticas europeas, J. Figueres que modeló la II República y Ó. Arias que evitó que nos ahogáramos en un charco de sangre.

La suerte hizo que nos pegáramos el mayor varias veces, en algunas ocasiones hasta con acumulado. Luego seguimos pegando premios menores y terminaciones, hasta que en el 2022 nos pegamos la lotería al revés y comenzamos a desandar lo andado, el gobierno se convirtió en desgobierno y se agudizó la crisis en: educación, infraestructura, seguridad, agricultura y ganadería, salud y sigue la lista. Ese año todos teníamos que aprender que no debemos depender de la suerte.

La abstención en las elecciones puede dar una clara idea en qué tan interesados estamos de participar en la política nacional: 2010: 30,9%; 2014: 31,8%; 2018: 34,3%; 2022: 40,0% y para el 2026, existe una proyección de abstención que ronda el 44%. A la suerte no se le reza. No debemos ser infantiles en un campo tan importante como la política. Esa indiferencia creciente equivale a pegarnos un balazo en el pie.

No existen “mesías políticos”, a los gobernantes los elegimos nosotros. Nosotros acertamos o nos equivocamos. La suerte no es la forma como se define el futuro nacional.

[*] CIRCUNLOQUIO. Viene del latín circumloquium. El Diccionario de Real Academia Española lo define como: “Rodeo de palabras para dar a entender algo que hubiera podido expresarse más brevemente”.

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