Marruecos, el reino en zozobra

Línea internacional

Guadi Calvo

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Sería prácticamente imposible hacer un ranking sobre cuál de las ocho monarquías árabes existentes en la actualidad es la más corrupta, ya que todas, Arabia Saudita, Jordania, Marruecos, Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar o Emiratos Árabes Unidos (EAU), tienen sobrados méritos para estar en el primer lugar.

Utilizan su poder omnímodo, basado principalmente en la explotación de sus recursos naturales, solo para beneficiar a sus élites, mientras que a sus pueblos ese beneficio les es compartido según el “termómetro social”.

Al mismo tiempo, se congracian con las naciones occidentales preponderantes, en particular con los Estados Unidos, beneficiándolos con los lucrativos negocios del gas y petróleo, al tiempo que en muchos casos les salvan sus industrias, que los proveen desde el agua mineral a trenes de alta velocidad. Sin contar la adquisición constante de armamento de última generación, utilizado fundamentalmente para reprimir a sus pueblos.

Su posicionamiento político también ha marchado desde finales de la Segunda Guerra Mundial en esa misma dirección. Quizás el mejor ejemplo sea su atronador silencio y sus posturas dóciles frente a la causa palestina. Mucho más en estos dos últimos años que tras la farsa de la Operación Inundación de al Aqsa, que le ha dado carta blanca al régimen sionista para ejecutar la solución final en Gaza y Cisjordania.

No es casual que, por estos regímenes represores, la mediática Primavera Árabe apenas se haya hecho notar y sí haya golpeado de pleno contra las únicas dos naciones enfrentadas a Occidente, Libia y Siria. Además de que, como un daño colateral, hayan caido los gobiernos prooccidentales de Hosni Mubarak en Egipto y el de Alí Abdala Saleh de Yemen, casualmente la única “república” de la península arábiga.

Aunque la suerte de esos últimos cambios ya es bien conocida. Después de varios alambicados enroques, el gobierno del presidente Abdel Fattah al-Sisi ha alineado nuevamente a Egipto con Washington. Mientras que, desde la misma caída del sucesor de Saleh, Abd Rabbuh Mansur, su vicepresidente, el país se ha sumergido en guerras civiles, que provocó la invasión de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (2015-2020), lo que generó una guerra que, si bien formalmente no ha terminado, tanto para Riad como para Abu Dhabi, la resistencia Houthi se convirtió en una pesadilla que amenazó su propia existencia, por lo que debieron replegarse en un oprobioso silencio.

Mientras el mundo, incluido el árabe, a excepción de Yemen, observa impasible cómo continúa el genocidio palestino, especulando recién ahora con alguna medida tardía, a esta altura, hasta obscenamente hipócrita.

En este contexto, no sorprende que ninguna nación firmante de los Acuerdos de Abraham del 2020 haya normalizado sus relaciones diplomáticas con Israel bajo la presión de Donald Trump. Los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Marruecos accedieron a esto. Sudán también lo hizo en su momento, pero tras la caída de Omar al-Bashir, que finalmente provocó la guerra civil en 2023, la firma de aquel Acuerdo ha quedado prácticamente en nada.

Quizás el único país verdaderamente beneficiado por someterse a la voluntad de Trump, en diciembre de 2020, a semanas de que terminara su primer mandato, ha sido el reino de Marruecos. Esto fue a cambio del reconocimiento de su soberanía sobre los territorios en disputa desde 1975 con la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).

Con este cheque en blanco, sumado a que Rabat es el mayor comprador de armamento norteamericano del continente, la monarquía alauita de Mohamed VI ha podido descansar en paz, más allá de la resistencia del brazo armado de la RASD, el Frente Polisario (Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro) y la siempre turbulenta frontera argelina.

Más allá de esto, Marruecos se convirtió en el buen árabe, a donde los turistas occidentales, a un módico precio, pueden dormir en el desierto, montar a camello y sentirse inmersos, por un rato, en un cuento de Sherezade.

Sin hospitales, pero con estadios

Desde hace prácticamente una semana en todas las ciudades de Marruecos, entre las que se incluye la próspera Casablanca, la capital económica del reino, hasta las aldeas más remotas del sur, la mayor ola de protestas en años ha estallado contra el régimen del autócrata Mohamed VI.

Movimientos que, al menos en su superficie, recuerdan las recientes manifestaciones de Nepal, Madagascar, Kenia, incluso la ola que terminó con el gobierno de la primera ministra de Bangladesh, Sheikh Hasina, en agosto del año pasado, ya que han sido los sectores juveniles quienes se han puesto a la cabeza del descontento social. Según recientes estudios, señalan que más de la mitad de los jóvenes entre dieciocho y veintinueve años están pensando en emigrar por razones vinculadas a factores económicos y políticos y la falta de oportunidades.

Por lo que los reclamos se han centrado en el desfinanciamiento de la educación. Lo que ha provocado que las escuelas públicas se encuentren saturadas, a pesar de los pocos recursos y programas obsoletos, que no están en concordancia con la exigencia del mercado laboral. Lo que ha dado oportunidad al surgimiento de escuelas privadas que, a pesar de estar poco calificadas, proliferan en las grandes ciudades para cubrir las necesidades de la clase media alta.

La salud pública también es otro de los ejes de los reclamos, ya que los hospitales sufren un abandono crónico por la escasez de medicamentos, a lo que se le suma la falta de personal médico, enfermeros y administrativos. Lo que obliga a los sectores populares a buscar ayuda en curanderos, brujos y adivinos o recurrir a la atención privada con prohibitivos, para las mayorías.

Los muros de las distintas ciudades han aparecido cubiertos de reclamos, al tiempo que se multiplicaron los saqueos a comercios y los ataques a patrullas policiales. Lo que tanto el gobierno como sus medios cómplices han definido como “vandalismo”.

Las protestas, que ya han dejado al menos siete muertos, al menos tres por balas policiales, más de trescientos heridos y cerca de quinientos detenidos, son viabilizadas por un grupo conocido como GenZ 212, que desde las redes sociales convoca a acompañarlos en sus protestas, para revertir la realidad de los sectores más postergados de la sociedad, especialmente de las áreas rurales y en los suburbios de las grandes ciudades. Mientras que los fondos faltantes para estas necesidades están siendo utilizados para la construcción de un estadio para el Mundial de futbol del 2030.

La indignación alcanzó su cota máxima a principios del año pasado, después de que se conociera un video tomado en el Centro Hospitalario Regional de Souss-Massa (CHR) de la ciudad costera de Agadir, a quinientos cincuenta kilómetros al sur de Rabat, donde se veía el cuerpo de un paciente fallecido unas horas antes, abandonado sobre una camilla en un pasillo desierto, todavía conectado al suero y rodeado de basura.

Más allá de algunas medidas circunstanciales tomadas por el Ministerio de Salud, en que se sancionaron a algunos de los responsables, en diversos hospitales de la ciudad de Agadir, se registró por negligencia la muerte de una veintena de pacientes, entre ellos la de siete recién nacidos que murieron asfixiados debido a una falla técnica en la distribución de oxígeno para las incubadoras.

En este grave contexto, una vez más se pone en consideración la endeble salud del Mohamed VI, tratada como un secreto de Estado. De sesenta y dos años y que acaba de cumplir veinticinco en el trono, su muerte podrá precipitar al reino hacia territorios desconocidos. Ya que en su corte han comenzado los reacomodamientos apuntando a que sea su hijo Moulay Rachid, de veintidós años, que, a pesar de haber sido entrenado desde siempre para ocupar el cargo, las tensiones en el reino lo superen y deba dejar gobernar a las segundas líneas de su padre.

Formalmente, Marruecos es regido por una “monarquía constitucional”, aunque se conoce que esta arquitectura institucional es digitada por el Ministerio del Interior, organiza el parlamento a partir de la compra de votos, la colocación en puestos claves de la “oposición” a personeros del régimen, por lo que el régimen hasta ahora no ha vivido, aunque todo está listo para zozobrar.

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