¿Malas noticias, capitán?

«El mundo está movido por dos mil personas, el resto es manada». Orson Welles

Por Agustín Perozo Barinas

¿Malas noticias, capitán?

El mensaje de Xi Jinping, presidente y máximo jefe militar de la República Popular China, en la Ceremonia de Clausura del Foro Empresarial del BRICS en Johannesburgo, en agosto del 2023, nos recuerda la canción «Imagine» de John Lennon. El también máximo jefe del Partido Comunista de China, dijo:

«Un antiguo pensador chino observó que «seguir la tendencia subyacente llevará a uno al éxito, mientras que ir en contra de ésta solo puede causarle el fracaso». Lo que anhelan los pueblos de los diversos países no es en absoluto una nueva Guerra Fría ni un pequeño bloque exclusivo; lo que ellos desean es un mundo abierto, inclusivo, limpio y hermoso que disfruta de la paz duradera, la seguridad universal y la prosperidad común. Esto constituye la lógica del avance histórico y la tendencia del desarrollo de nuestro tiempo«.

Los bien intencionados ciudadanos del mundo desearíamos un mundo así, valga la redundancia, pero es una utopía. Hay que vivir y viajar lo suficiente para conocer muy a fondo la naturaleza humana. ¿O hacemos del mundo una Suiza global?

Estamos viviendo tiempos de altos riesgos globales: económicos, sanitarios, nucleares, migratorios, medioambientales y, como agravante, estupidez generalizada. Un escenario como este no es para los llamados «buenistas», dícese de la actitud de quienes ante los graves problemas y conflictos espinosos rebajan su gravedad, ceden con benevolencia o actúan con excesiva tolerancia.

Se abre el telón:

La inesperada tormenta arrecia y el oleaje mantiene un ritmo desordenado y amenazante. El silbido del viento cortante y los truenos en alocada sucesión ensordecen y acompañan la lluvia que con fuerza golpea los rostros de los agotados marinos y empeora la visibilidad que advierta la cercanía de arrecifes. Al timón se aferra el engallado capitán, de esos que Antonio Porchia tipificó: «Un alma fuerte no nace de un paraíso, sino de un infierno».

Es un hombre crudo, impulsivo, sin credos… igual que Anatole France piensa que si cincuenta millones de personas creen una tontería, sigue siendo una tontería. Para él, los barriles de aguardiente en la bodega del barco superan en valor a su tripulación quienes luchan en aparente desconcierto para mantener el navío a flote…

Este piratesco timonel, de piel curtida y manos callosas, no cree en prédicas ni dogmas de ninguna índole, pues son, como la política, «el arte de vender la misma porquería a los mismos idiotas», según su mentalidad. Dice de sí mismo que es vil y perverso, pero nunca bruto.

Es cínico ante los buenistas a quienes les recuerda que «el mundo está saturado de buenas noticias: aire para respirar (viciado y contaminado), agua para beber (desmineralizada y embotellada en plásticos) y alimento para comer (procesado, refinado y alterado, causando enfermedades crónicas). Lo demás cae por añadidura con su cuota de esfuerzo… que el hombre es su memoria, su lenguaje, sus sentidos, sus emociones y su pensamiento, y que aunque ciertas culturas perniciosas pudieran confundirlo ello es manejable con una buena fusta y alguna promesa».

Se jacta de dar ese ejemplo a su tropa marina en quienes tampoco confía… es oportunista, estafador, hipócrita e indolente. Le atrae la idea del monopolio de la fuerza, de la violencia y el legalismo, tres pivotes exclusivos de los estados, pues sabe que con ello estos se aseguran un robo mayor: el cobro de impuestos y el dominio soberano sobre las decisiones presupuestarias y, ¿por qué no? ¡abracadabra!, el secuestro de los fondos de pensiones, la generación de deuda pública, entre otros no menos relevantes. Es fanático de la mentira y de la adulación, ésta cuando le conviene, pues tampoco dirige requiebros al débil ni al desposeído. Donde aún no le conocen se hace respetar y puede ver el susto en cualquier rostro de los aminalados que abundan entre los buenistas.

Cierta vez, en un raro acto de cortesía desconocido en él, invita a su cabina a un buenista que conoció en un puerto en el Caribe insular mientras descargaban lo legítimo -y el contrabando- antes de zarpar, y quien le comentó una frase del patricio dominicano Juan Pablo Duarte: «Sed justos, lo primero, si queréis ser felices». Con su máscara habitual, pues nunca muestra creíbles expresiones faciales, solo gestos vulgares e indescifrables, señala un viejo pergamino con un texto de Milan Kundera en desusadas cursivas algo borrosas: «Don Quijote explica a Sancho que Homero y Virgilio no describían a los personajes «como ellos fueron, sino como habían de ser para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes». Ahora bien, el propio Don Quijote es cualquier cosa menos un ejemplo a seguir. Los personajes novelescos no piden que se les admire por sus virtudes. Piden que se les comprenda, lo cual es algo totalmente distinto. Los héroes de epopeya vencen o, si son vencidos, conservan hasta el último suspiro su grandeza. Don Quijote ha sido vencido. Y sin grandeza alguna. Porque, de golpe, todo queda claro: la vida humana como tal es una derrota. Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla. Esta es la razón de ser del arte de la novela».

Acto seguido, siempre frío y calculador, le comentó a su improvisado invitado que Jofre Oliveras se había desbordado cuando escribió: «Los grandes emperadores y reyes se involucraron en una atractiva idea, una gran maquinación que empezó en un discurso que todos los gobernantes y los poderosos han querido integrar para persuadir a la gente y ejercer control; donde prevalecen todos los tratados de moral y ética, ideas que evolucionaron en el concepto de una humanidad civilizada, el bien común o, incluso, los Derechos Humanos, aunque nunca fueron aplicados y solo sirvieron para adornar las constituciones. Todos fueron conceptos desencadenados de esos gobernantes que han querido dominar a través de la idea del bien. Porque, al fin y al cabo, seguro que ningún gobernante tuvo que respetar nunca todos los mandamientos o todas las leyes: la «justicia» la impone el más fuerte. La historia habla por sí sola; revela que incluso nos hemos creído que la humanidad podía ser mejor. Que seguramente detrás de todos los avances a los que hemos llegado, con todo el progreso social de todos estos siglos, con la evolución de toda ciencia, tecnología y estudio, siempre ha habido la esperanza de ser mejores personas. Nos creímos ser mejores y más humanos cuando al final seguimos siendo peor que los animales salvajes».

Las olas poderosas no se enfrentan de frente, sino en su ángulo de ataque apropiado. Así actúa este ambicioso simulador, siempre torcido e impredecible. Sabe que tiene eso en común con las tormentas y, conociendo su adversario, le da cierta ventaja. Quienes nos gobiernan, desde el gran capital global hasta su brazo ejecutor, el sistema político, no tienen nada que envidiarle. En un mundo que penaliza al ratero de poca monta pero acomoda al gran ladrón de recursos públicos su figura es patética, demasiado esfuerzo a cambio del metálico que obtiene.

El buenista le preguntó atrevidamente a este personaje, mezcla de filibustero, corsario y bucanero, si una vida tan desgraciada tenía algún propósito… este le respondió sin inmutarse: «Llevar este barco a puerto seguro».

Se cierra el telón.

Curiosamente, el término latino ‘tormenta’ es el plural de ‘tormentum’ y este significaba literalmente tormento, tortura. Así como suplicio, sufrimiento, que era lo que padecían quienes recibían la lluvia de proyectiles del ‘tormentum’, una eficaz arma de guerra similar a una catapulta que era utilizada para lanzar piedras, objetos incendiarios o metralla sobre un objetivo. Aquellos que eran atacados veían como caía sobre ellos una lluvia de proyectiles o fuego, motivo por el que empezó a denominarse como tormenta a las inclemencias meteorológicas.

La realidad es que, con la humanidad con la mente monetizada y endeudada hasta el cuello, depredándose entre sí, y para colmo, alienada y embrutecida en sus mayorías, el horizonte no luce prometedor. La increíble capacidad organizacional del ser humano es más que evidente en sus ciudades, instituciones, tecnologías, en fin, en sus sociedades como un todo. Pero todo avance tiene su talón de Aquiles… estamos expuestos a riesgos producto de nuestros logros: una caída global de la Internet por tiempo indefinido o una conflagración nuclear, por ejemplo.

En la República Dominicana tenemos dos dramas en uno: 1. un sistema político controlado por corruptos-corruptores (doble daño), 2. sustentado por mayorías idiotizadas que anulan cualquier iniciativa de cambio. Luego de más de medio siglo en la misma francachela estos «líderes» proclaman que nuestra democracia aún está en formación y que los problemas estructurales, como la pobreza, necesitan más tiempo mientras se avanza con los problemas coyunturales. ¿Necesitan otro medio siglo? También pregonan que «lucharon» primero por la libertad y la democracia y que la tarea al presente es por la justicia social. Cuestionamos, ¿quiénes lucharon y dieron su sangre por esa libertad, democracia y justicia social? Desde aquel infecto litoral una voz grave nos respondió: «¡Esos vientos no tumban cocos!»

El ejemplo para las masas viene desde arriba. Si las cúpulas políticas son corruptas los de abajo seguirán ese ejemplo. En cambio, si el ejemplo desde arriba es la virtud, la ética y la honestidad, los de abajo seguirán esos ejemplos «por la razón o por la fuerza», como el escudo chileno. O, más suave, «por la fuerza de la razón». El lema fue propuesto por los chilenos José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez. Su texto completo era: «Tras las tinieblas la luz, por la razón o la fuerza».

Para los buenistas podría preocupar el rosal y las mascotas, pero la capacidad de autodestrucción que tenemos como especie justifica el comportamiento de nuestro ingrato y desalmado capitán.

Autor del libro socioeconómico La Tríada II, en Librería Cuesta.

Revise también

PN Olímpico

Parque Nacional Olímpico: un tesoro natural

Bazar digital “Si desaparecieran todos los animales, el hombre moriría de una gran soledad espiritual. …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *