Montserrat Sagot
Unas palabras sobre los resultados de las votaciones ayer en Chile para elegir a un nuevo Consejo Constituyente. Hace un par de años se realizaron las primeras elecciones para elegir a este Consejo de Constituyentes. En esa ocasión, como resultado de las protestas masivas del 2019, una mayoría de la población, deseosa de cambiar de una vez por todas la Constitución de Pinochet, votó en su mayoría (78%) por elaborar una nueva Constitución y por una Comisión redactora compuesta solo por personas electas popularmente (sin representación de congresistas). En el proceso plebiscitario para la elección de las y los constituyentes, resultaron electas una mayoría de personas progresistas, de izquierda y representantes de los movimientos sociales en esa Comisión. Esa Comisión también tenía paridad de género y un porcentaje expresamente designado para representantes de los pueblos originarios.Una vez redactada la nueva constitución tenía que someterse a un proceso plebiscitario en Setiembre del 2022.
Lamentablemente, desde mi punto de vista, esta oportunidad extraordinaria no supo ser aprovechada. Me parece que las personas constituyentes hicieron una mala lectura del momento y no supieron valorar el mensaje de la ciudadanía ni el poder de la derecha. Se redactó entonces una propuesta de nueva Constitución, de más de 200 páginas, en la que intentaban cambiar completamente el mundo en un solo documento. En esa propuesta se incluyó todo lo que cabía en materia de nuevos derechos: del ambiente, de las mujeres, de las poblaciones LGBTIQ, de los pueblos originarios, personas con discapacidad, niñez, adolescencia, etc. Se declaraba también al país como «plurinacional y ecológico» y se eliminaba el Senado, entre otros cambios muy profundos. El documento era una especie de programa completo para la transformación radical de la realidad.
¿Y qué pasó? en el plebiscito de setiembre del 2022 la propuesta fue rechazada por el 62% de las personas electoras. Ese resultado fue la combinación de una serie de factores como la baja aprobación del gobierno de Boric, que le apostó todo a ese proceso, una campaña del miedo generada por una derecha bien organizada (cuento conocido en América Latina) y, también, la incertidumbre que generaba en un sector de la población los cambios que se percibían como muy radicales. Es decir, una buena parte de la ciudadanía quería acabar con la constitución pinochetista, pero no cambiar radicalmente el mundo. Esto no fue leído por quienes elaboraron el nuevo documento y por los sectores que les apoyaban y, lamentablemente, recibieron un rechazo masivo en las urnas.
¿Y cuál es la situación actual de esta historia? Que ayer se realizaron unas nuevas elecciones para elegir a los nuevos constituyentes que fueron ganadas por la derecha. El bloque de la derecha obtuvo el 56,5%, con un 35,5% de la extrema derecha. ¿La propuesta de los ganadores? Una Constitución bastante «similar» a la actual. Es decir, se queda Pinochet en la Constitución.
Creo que lo que ocurrió en Chile debería servir como lección para toda América Latina. En primer lugar, no se puede intentar cambiar el mundo en un documento. En segundo lugar, hay que tratar de avanzar todo lo que se pueda cuando se cuenta con el apoyo de la ciudadanía, pero si se piensa que ese apoyo se puede estirar sin límites, se está haciendo una muy mala lectura de la realidad. Tampoco se puede menospreciar a la derecha, aunque parezca que está debilitada. No quiero entrar en la vieja polémica del etapismo o de los cambios graduales, sino discutir sobre los límites impuestos por las propias democracias liberales cuando los cambios se quieren hacer en este contexto.