Los Mártires de Barbastro

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Carlos Revilla Maroto

Carlos Revilla

Hace ya algunos años y haciéndole un favor a un señor amigo mío, visite a un padre Claretiano, el Padre Pedro por cierto, para ayudarlo con un problema con su computadora. Lo visité en la que se conoce como «La casa de ejercicios espirituales» en San Francisco de Calle Blancos, a la par de la famosa Iglesia de ladrillos. Hasta donde recuerdo esa es una de las sedes de la orden de los Claretianos en el país.

Tuve que ir varias veces a visitarlo, y había momentos en que tenía que esperar a que el Padre pudiera recibirme para ir a su cuarto, que es además como una especie de pequeña oficina, nada ostentoso ni grande por cierto, mas bien todo muy modesto.

En una de esas visitas, estaba en una especie de pequeña sala de espera donde uno se anuncia, y mientras esperaba a que el Padre me recibiera, vi un folleto que me llamó la atención cuyo título era «Murieron cantando», y me puse a ojearlo. No me dio tiempo de leer mucho pues el Padre me recibió casi inmediatamente, pero acaté a llevarme una copia conmigo.

Cuando regresé a mi oficina me puse a leerlo. Desconocía ésta historia verídica que sucedió durante la guerra civil española y que realmente me impactó o como se dice popularmente «me llegó». Y es que me acordé de la historia hace unos días cuando estaba en misa y cantaron uno de esos himnos que dice algo así como «Que alegría porque hoy es el día que veré el rostro del Señor», que era lo que cantaban los mártires de Barbastro antes de que los mataran.

Los acontecimientos sucedieron en Barbastro, que es un pueblo cerca de la frontera con Francia entre las primeras estribaciones de los Pirineos. Al inicio de la guerra civil española fue republicano, como casi toda España en su momento. Por cierto les quiero contar que soy Republicano, mi abuelo que vino de España lo era y pasó esa herencia a la familia. No voy a hacer un análisis del por qué se dieron esos terribles e injustificables acontecimientos y muchísimos otros en la guerra civil española. ¡Uff! que los hubo a granel.

Los Mártires Claretianos de Barbastro son los 51 misioneros claretianos martirizados y asesinados por milicianos comunistas y anarquistas en el inicio de la guerra civil.

El 20 de julio de 1936 unos sesenta milicianos armados irrumpieron en la comunidad en donde residían los misioneros, que estaba formada por 60 personas: nueve sacerdotes, doce hermanos y 39 estudiantes. Los tres padres superiores fueron arrestados mientras que el resto fueron trasladados y recluidos en un salón del colegio de los Escolapios, que se convertiría en una improvisada prisión.

Los carceleros buscaban una y otra vez la apostasía de los jóvenes seminaristas, les tenían prohibido rezar e introducían prostitutas en el salón para tentarlos, aunque sin éxito. Durante el encierro, los jóvenes dejaron su testimonio en sillas, tablas, paredes y hasta en los envoltorios de la comida.

Doce días después de ser encarcelados los padres superiores fueron fusilados. El resto lo serían los días 12, 13, 15 y 18 de agosto de 1936. Con ellos murió un gitano, Ceferino Giménez, que se negó a abandonar su rosario, motivo por el cual fue ejecutado. El Pelé, como era conocido, ha sido declarado beato de la Iglesia Católica.

Dos seminaristas argentinos, de apellidos Hall y Parussini liberados unos días antes de los fusilamientos, fueron los encargados de transmitir los momentos de sufrimiento a los que fueron sometidos. Parussini, escribía: «Cierto día nos dijeron que la cena sería nuestra última comida. Oída la feliz nueva, busqué un trozo de papel y escribí unas líneas de despedida…». Más de cuatro veces recibieron la absolución general creyendo que la muerte era inminente. Uno de los estudiantes argentinos declaraba: «Nos lo repetían constantemente: No odiamos vuestras personas. Odiamos vuestra profesión, vuestro hábito negro, vuestra sotana». Cuando dormían la noche del 14 al 15 de agosto un grupo de sus captores irrumpió en el salón. Los seminaristas se abrazaron mientras les ataban y golpeaban para subirlos a un camión. De los golpes con el fusil uno cayó en el camión mismo. Colocados junto a un ribazo, unos de pie, otros de rodillas, unos con los brazos en cruz, otros con el rosario o un crucifijo entre las manos, escucharon la última proposición: «Aún estáis a tiempo. ¿Qué preferís: ir en libertad al frente o morir?» Apagadas por las descargas se oyó: «¡Morir! ¡Viva Cristo Rey!».

Unos sencillos monumentos recuerdan hoy los lugares del martirio, y sus restos reposan en la cripta de la Casa-Museo de los Claretianos de Barbastro.

Uno de los detenidos en Barbastro fue Monseñor Florentino Asensi a quien llevaron a una celda del Ayuntamiento. Fue sometido a todo tipo de humillantes vejaciones hasta el punto de cortarle los genitales en medio de las risas de sus torturadores. Mientras le empujaban le decían: «no tengas miedo. Si es verdad eso que predicáis, irás pronto al cielo». La respuesta de este obispo no pudo ser más clara: «Sí, y allí rezaré por vosotros». Sus asesinos, poco antes de arrojarle a la fosa común, le robaron su ropa, sus zapatos y le arrancaron los dientes.

Todos lo mártires de Barbastro fueron beatificados en una emotiva ceremonia precedida por el Papa Juan Pablo II, quien ese día pronunció las siguiente palabras:

Es todo un seminario el que afronta con generosidad y valentía su ofrenda martirial al Señor… Todos los testimonios recibidos nos permiten afirmar que estos Claretianos murieron por ser discípulos de Cristo, por no querer renegar de su fe y de sus votos religiosos. Por eso, con su sangre derramada nos animan a todos a vivir y morir por la Palabra de Dios que hemos sido llamados a anunciar. Los mártires de Barbastro, siguiendo a su fundador San Antonio María Claret, que también sufrió un atentado en su vida, sentían el mismo deseo de derramar la sangre por amor de Jesús y de María, expresada con esta exclamación tantas veces cantada: «Por ti, mi Reina, la sangre dar». El mismo Santo había trazado un programa de vida para sus religiosos: «Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios, encender a todo el mundo en el fuego del divino amor.
Juan Pablo II, 25 de octubre de 1992

En Internet hay mucha más información y en Youtube se pueden ver también muchos videos sobre este tema, incluso hasta un himno y una película que vale la pena ver. Pero me parece que lo importante aquí es que conozcan esta historia que es digna de contarse.

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