Y los agujeros negros
“El mundo pronto se dará cuenta de que ni los cultos, credos y ceremonias, por un lado, ni la lucha apasionada por el bienestar material, por el otro, pueden producir la verdadera felicidad, sino que solamente el amor desinteresado y la hermandad universal pueden lograrlo. El futuro de la humanidad está en manos de quienes tienen esta visión.” Meher Baba
Arsenio Rodríguez
Hoy leí en la pantallita de mi celular, un resumen publicado por la Real Sociedad Astronómica de Londres. Decía, que dos tercios de las galaxias incluidas en una investigación por el telescopio Webb, giraban en el sentido de las agujas del reloj, pero que el otro tercio lo hacía en sentido contrario. Y ustedes me dirán ¿y qué? Pues que puede significar que el universo nació girando, y concuerda con teorías que postulan que el universo está en el interior de un agujero negro. ¡Caray no en balde vivimos en tanto lío!
Yo sé, todavía hay, gente que creen que la tierra es plana, que el cambio climático es una patraña inventada por los chinos. Y de acuerdo con encuestas realizadas, un 33% de la gente en Estados Unidos no cree en la evolución biológica, sino en Adán y Eva. O sea que, aunque vivimos en un mundo científico, que estudia cosas como los giros de galaxias remotas, la gente se orienta más a la comercialización de tecnologías, que a la comprensión científica del universo.
Hoy, estamos presos en un mundo de telepantallas, donde nada se constata para ser dicho, simplemente se escribe en las redes sociales. Lo que sea.
5.4 billones de personas (y dicen que en total somos unos 8 billones) están conectados a las redes sociales. De acuerdo con las estadísticas globales, en el 2024 los usuarios dedicaban un promedio de casi dos horas y media diarias, a su conexión con el internet. En Costa Rica por ejemplo, en el 2025 se estima que el 74,5% de la gente, participa en las redes sociales.
Vivimos hipnotizados por estas pantallitas electrónicas, en un mundo mediado a través de dispositivos, donde todo se convierte en trivialidad. El derrame interminable de imágenes, y los flujos de contenido de las redes sociales, parecen estar diseñados para desvanecer el tiempo y adormecernos en un estado de espectáculo continuo. Cada movimiento de cambio de pantalla nos ofrece novedades, noticias (que pueden ser verdad o mentira), chismes, causas de indignación, ansias de consumo o promesas de recompensas.
La hipnosis de nuestra época ya no proviene de imágenes televisivas, sino de un constante derrame electrónico, que a diferencia de los programas de televisión, nunca terminan, y que permiten una interactividad sin mucho pensamiento, favorecen la brevedad y el sarcasmo, y premian el emocionalismo. Mientras tanto las interfaces de la Inteligencia Artificial ofrecen un lenguaje relleno, que suena plausible e imita el pensamiento racional, pero sin incorporar elementos intuitivos, u otros elementos cognitivos de la consciencia humana. Sí, vivimos en saturación, de un monólogo colectivo, donde todos hablan pero nadie realmente escucha, ni reflexiona.
Trump, y otros políticos que lo imitan, son perfectos para este momento. El presenta sus posiciones unipersonales, absurdas y contradictorias, ni siquiera tratando de ocultar nada (la Red electrónica de Trump se llama ¡Verdad Social!) Publica al garete, en las redes sociales, amenazas de guerra, conversaciones privadas con líderes mundiales, y sus amigos y enemigos, se aferran a cada una de sus palabras, no importa lo alocadas que éstas puedan ser.
Nuestra humanidad está hoy vinculada externamente como nunca, a través de una red de conductos tecnológicos. Se ha creado, la posibilidad de una conversación global simultánea. Pero hablamos mayormente boberías. Los electrones rebotan mágicamente, en pantallas fosforescentes comandadas por las manos de la mente. Los símbolos se intercambian de forma remota en la distancia, así como en el tiempo. Pero no hay control de calidad y ni verificación. Los disparates, las mentiras, las vanidades, los prejuicios circulan libremente, como manifestaciones ignorantes, de que el cambio climático es una patraña china y que los molinos de viento para generar electricidad hacen daño.
Pero la nube de conversación prevalece y los códigos anteriores, que surgieron de forma aislada, y evolucionaron a través del tiempo, ahora están expuestos, desafiados a la redefinición, comparados instantáneamente, y sin mucha profundidad. Millones y millones de voces y silencios, imágenes y símbolos chocan en el crisol de la mente colectiva; los límites de la Tierra se circunvalan cada minuto.
Pero este volumen colosal, de información simultánea sobre fenómenos superficiales, se ha convertido en una distracción, que nos aleja más aun de la pausa, la alegría y la compasión, de saborear el ser interior y reconocer la relación íntima entre todos los seres. Y de poder alcanzar la visión de Teilhard de Chardin: “La era de las naciones ha pasado. La tarea que tenemos ante nosotros ahora es construir la Tierra”
Los requisitos para implementar esta visión no son externos sino internos. Residen en el compartir de la interioridad del ser. En sentir, que los otros forman parte de un conjunto y que todos estamos en el mismo barco. Es decir, el nuevo cambio civilizacional no se basará en un cambio ideológico político, sino en un cambio de la consciencia humana.
Las historias más grandes de la vida sobre heroísmo, nobleza y amor nunca son publicadas como titulares de noticias, ni se vuelven memes o slogans en las redes sociales. Pero su esencia se derrama como agua bendita y bendice el árido interior de todos. Secretamente, cultivan los jardines del alma y este Amor secreto nos sostiene.
El ritmo del cambio se está acelerando, la revolución agrícola tomó miles de años para su adopción global. La revolución industrial tomo siglos. La revolución informática ha tomado solo décadas, años y meses para establecer cambios transformadores. El impacto de cada una de estas transformaciones civilizatorias es sistémico: cada pulso remodela no solo la economía y la tecnología, sino también la gobernanza, la cultura e incluso la identidad. Cada pulso siempre ha sido resistido, por las generaciones anteriores acostumbradas a las formas del pasado (como MAGA en los EU), por miedo a un futuro inevitable pero desconocido.
Y cada una de estas etapas, ha ido haciendo crecer nuestra consciencia, particularmente la racionalidad. Estamos en medio de una acelerada transformación civilizacional. La revolución agrícola y luego la industrial transformaron un mundo fragmentado, tribal, basado en sensación e instintos, en una era de la razón, donde la mente, las palabras, los pensamientos adquirieron la supremacía de la consciencia en el conglomerado humano. Un mundo, físicamente globalizado, pero separado por el egoísmo remanente, de un estado de consciencia con raíces en nuestra época tribal.
Claro está, siempre han vivido, quienes han ido mas allá del raciocinio y la sensación, y han descubierto, los atributos del corazón humano; la naturaleza del amor y la unicidad de la vida. Yo siento, que el nuevo pulso civilizatorio global que nos trae esta conectividad, hasta ahora enfocada en la mente y en lo baladí, es la transición hacia una humanidad que descubrirá, y hará un uso colectivo de esos atributos de la consciencia, que se basan en la intuición, la empatía, y el reconocimiento de que todos somos familia.
Me acordé de aquel jardinero que encontré, en una de mis caminatas por el barrio, y que me dijo al verme preocupado por el estado del mundo: “Tienes que ver el proceso en su totalidad, como una semilla y un árbol florecido, todo es cíclico. ¿Por qué insistes en ver las cosas como una foto fija cuando estás viendo una película? Estás mirando estáticamente un cuadro de la película, y reaccionando a él como si fuera toda la cinta. Pero no hay nada en el universo que no esté en constante movimiento y cambio, todo es en un ciclo, todo. Así es el diseño de todas las cosas.”