Lo siento, Monsieur, désolé

Volví a Suiza No. 10

Mauricio Castro Salazar
mauricio.castro.salazar@gmail.com

Mauricio Castro

Hace unos días, por variar, andábamos de compras. En un Outlet, estábamos comprando en una de las tantas tiendas platos y otras cosas, en estos tres meses que tenemos de estar en Suiza hemos ido unas cuatro veces a esa misma tienda, sobre todo cuando uno quiere algo, que en las tiendas de moda es carísimo, uno regresa con cariño al Outlet y a esa tienda en particular…

Rebuscábamos platos, tazas, vasos…cuando de repente oímos bulla en la caja, que para Suiza era un escándalo, un súper escándalo: brazos agitados, voces fuertes aunque sin llegar a gritos…fuera de lo normal aquí.

“Castrosalazar: ¿por qué no vas ver lo que pasa? Te estás quemando por saber, andá, andá…”—me insistió mi vocecita interna.

Estaba sorprendido y de verdad quería saber qué era lo que sucedía, pero no me acerqué, respeté el distanciamiento social suizo, que por cierto “el protocolo social no escrito” indica que debe ser mayor al recomendado para el coronavirus y aquí hay montones de memes diciendo que con el manejo de la pandemia gracias a la vacunación masiva volverán a su distanciamiento natural que es mayor a dos metros…

Seguimos buscando lo que queríamos y el escándalo seguía.

Fui a hacer fila para pagar y la administradora de la tienda, con la que ya había hablado –lo correcto es decir “chapuceado”— en las anteriores ocasiones que habíamos estado, me empezó a decir “désolé Monsieur, désolé” (lo siento señor, lo siento)

“Castrosalazar: fíjate bien en los que están haciendo el escándalo, claramente no son de aquí…no son de aquí, para nada parecen suizos”—me dijo.

Y empecé a notar que efectivamente era gente diferente, se vestían diferente, su lenguaje corporal era muy distinto al normal en Suiza. No eran suizos, pero para evitar caer en clichés sociales, que rayan con discriminación por la forma de vestir y por el color de la piel, preferí ver más antes de sacar conclusiones apresuradas solo por la pinta, y recordé aquello que “el hábito no hace al monje”.

“Castrosalazar: no te aguantés, preguntá, preguntá, andá a chepear, no te quedés con el clavo”.

Mientras ponía mi traductor para poder preguntar qué pasaba y entrenaba mi francés mentalmente —“toc toc qui est? C´est Monique, entre Monique”— repasé también la forma en que tenía que mover mi boca para pronunciar bien…

Cuando de repente vi que dos de los tres que hacían el bullón —las mujeres que de seguro eran madre e hija, la mayor se parecía a una tía abuela liberiana mía— pagaban en efectivo y como la cuenta era alta, no se permite pagar en efectivo más de 1.000 francos y no permiten usar billetes mayores a 200, pagaban con bastantes billetes de baja denominación, lo sé por los colores amarillos y rojos… ¡en estos tiempos pagar en efectivo, imagínense!—me dije. Y afuera, había más gente parecida a los que estaban adentro haciendo bulla, con un montón de güilas corriendo por todos lados.

De la gente que estaba afuera me di cuenta porque las dependientes mientras discutían con los que estaban adentro no perdían de vista a los que estaban afuera….Más extraño me parecía todo. Si hubiera sido en alguno de nuestros países mi primera impresión –sin duda—habría sido que se estaba en presencia de un robo o que se daría uno pronto o algo parecido…

“Castrosalazar: preguntá, preguntá, andá a chepear”—me insistía mi vocecita.

No sé cómo preguntar en francés muchas cosas y mi problema para traducir es que mi celular a veces no va a la velocidad que se requiere porque además de viejito se me ha caído varias veces y siguiendo la Ley de Murphy: cuando tenía que fallar falló, no pude traducir con rapidez lo que quería preguntar.

No perdía la oportunidad de ver lo que sucedía: revisaban facturas y lo comprado, la muchacha de la caja chequeaba y verificaba, era algo como que llevaban más cosas de las pagadas, las mujeres con la plata en la mano atentas a los cobros, sobre todo la que se parecía a mí tía abuela, y el hombre también atento y reclamando con voz altisonante y fuerte, como asustando, llevaba una cadena de oro que rechinaba a lo lejos, y que si la anduviera yo me habría doblado y andaría con dolor de espalda todo el día, En definitiva no eran suizos…

Finalmente mi celular funcionó y pude hacer la traducción, cuando la señora vino de nuevo a decirme: désolé Monsieur, désolé, le pregunté con el mejor francés que pude, ¿qué es lo que pasa? ¿algún problema?

Y me contestó: gente de las caravanas y otra vez: “désolé”

“Castrosalazar: mirá, mirá, parece a una señora de las de antes, fíjate, fíjate…volvé a ver”—me pidió mi vocecita interna.

¡Las señoras sacaban la plata del buche!, sí, del buche, se metían la mano en el escote y sacaban los billetes, como hacían antes las doñas que vendían en el mercado. Cada vez que les decían que faltaba más, se metían la mano en el “tallador” y sacaban plata…todo un espectáculo aquello.

Si para mí era impresionante todo eso no me puedo imaginar para los suizos, los clientes, que se agrupaban para ver al despiste, como quien no quiere la cosa por respeto a la tradición de privacidad y distanciamiento, pero sobre todo para las dependientes que estaban de verdad atolondradas y reaccionaban mecánicamente: chequeaban las facturas, verificaban las cosas, veían como se sacaban la plata del buche y veían para afuera a los otros…

“Gente de las caravanas, gente de las caravanas, gente de las caravanas…”.

Y me recordé de los camping que hay en medio de la nada en las autopistas, bien lejos de las ciudades —que no se parecen en nadita a los campings que hay en las ciudades para los europeos que en verano salen a pasear en “motorhomes” o “camping-cars”— para que las caravanas de las familias de gitanos se estacionen y vivan una temporada ahí, bien lejos de todo y de todos, pero ese día tuve la suerte de ver cómo los trataban y cómo se comportaban…
“Castrosalazar: sabés, en realidad vos te parecés en puta físicamente a los gitanos, como tu tía abuela”—me dijo mi vocecita interna.

Y me hice un análisis facial en un espejo que había en la tienda y de verdad que sí, me parecía en paleta al mae de la cadena de oro, solo que mejor parecido yo, al menos era lo que veía en el espejo…

“Castrosalazar: sea serio ¿mejor parecido? No jodás”—me dijo en tono burlón.

Mientras el escándalo se mantenía yo seguía en la fila y recordé que los gitanos venían de la India, de la región de Punjab, que dicho sea de paso las veces que he estado en la India me preguntan si soy punjabi…que les dicen gitanos porque la gente pensaba que eran de Egipto, “egiptanos”, y son más o menos unos 12 millones en el mundo.

“Castrosalazar: ¿recordé? No me jodás, si lo googliaste, yo te vi”—me dijo vocecita interna.

Okay okay….He de reconocer que sí sabía que gitano viene de egiptano, porque se creía que venían de Egipto, google me dijo que eran unos 12 millones, me recordaba que venían de la India, google me dijo que del Punjab, ahora entiendo el porqué de las pregunta de si soy de esa zona que me han hecho en la India, de verdad que parezco de por ahí ¿satisfecha?—le contesté.

“Castrosalazar: y ahora decís que parecés de la India, ¿qué, ahora te sentís descendiente de Mahatma Gandhi? ¡No jodás, más seriedad!”—me recriminó.

Confieso que tenía años, quizás unos 50, de no ver sacar plata del buche, me impresionó de verdad. Andaban con colores vistosos y llenos de joyas, una más pesada que la otra.

¿Será verdad todo lo que dicen de los gitanos?¿Serán cuentos urbanos?—me pregunté.

“Castrosalazar: qué inutilidad, cochinada de hombre, por qué no aprovechaste para preguntarle a la señora de la tienda qué era lo que pasaba, por qué repasaban una y otra vez las cuentas y las bolsas?—me inquirió mi vocecita
Diay, porque era ser demasiado vino…pero confieso que me quedé con las ganas.

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