Las tarifas de Trump y el espejo latinoamericano de los años 60
Carlos Revilla Maroto
Recordemos aquel “Compre y use lo que Costa Rica produce”, de la época del proteccionimo y el MERCOMUN (Mercado Común Centromaricano), que de alguna forma se asemeja al MAGa (Make America Great Again) de Trump, aunque no es lo mismo, dado que el MAGA es todo un movimieento nacionalistas (¿fascista?, con implicaciones más alla de los comercial.
Durante su primer presidencia (2017–2021) y en su actual, conocida como Trump 2.0, Donald Trump ha propuesto e implementado una serie de tarifas arancelarias sobre bienes importados, especialmente desde China, pero también de aliados tradicionales como Canadá, México o la Unión Europea. La justificación: proteger la industria y los empleos estadounidenses, reducir el déficit comercial y enfrentar lo que percibe como competencia desleal.
Por ejemplo, impuso tarifas del 25% al acero y del 10% al aluminio. Más tarde, escaló una guerra comercial con China que afectó cientos de miles de millones de dólares en bienes. Trump y su equipo ya han anunciado que impondrá una tarifa general del 10% a todas las importaciones de 164 países (incluida Costa Rica), y del 50% o más a las chinas, de hecho anunció una tarifa del 145% para ese país, aunque todavía no lo ha cumplido, pues están en negociaciones.
El proteccionismo de Trump contrasta (o se parece, según se mire) con el modelo de sustitución de importaciones que la CEPAL promovió en América Latina en la posguerra. Frente a la vulnerabilidad estructural de economías basadas en exportaciones de materias primas, se planteó la necesidad de industrializar el continente mediante una política activa del Estado: altos aranceles, subsidios a industrias locales y planificación nacional del desarrollo.
Durante los años 60 y 70, países como México, Brasil o Argentina, para mencionar las grandes economías de la región, aplicaron este modelo con relativo éxito inicial. Sin embargo, hacia los años 80, en medio de una severa crisis de deuda, los Estados Unidos y los organismos financieros internacionales impulsaron los Programas de Ajuste Estructural (PAE), que exigían precisamente lo contrario: apertura comercial, reducción del Estado y libre mercado. Costa Rica no fue la excepción, solo que con una particularidad: el modelo de sustitución de importaciones se dio a nivel regional promoviendo la integración económica de los países de centroamérica como un solo mercado.
La paradoja y doble rasero es evidente: lo que Estados Unidos promovió como política global —el libre comercio irrestricto— ahora lo revierte en casa con una agenda nacionalista y proteccionista. En otras palabras, ayer lo prohibían, hoy lo aplican.
A los países del Sur Global se les dijo durante décadas que el proteccionismo era ineficiente, que las industrias debían competir globalmente o morir, y que el Estado no debía intervenir. Pero hoy, Estados Unidos, con Trump como portavoz, reclama el derecho a proteger a su clase trabajadora, a su industria nacional, a su soberanía económica.
Este cambio lleva a preguntarse: ¿los republicanos se están volviendo «desarrollistas»? ¿Y los demócratas, que tradicionalmente representaban al trabajador y al Estado interventor, ahora son los defensores del libre comercio global y de las grandes tecnológicas?
El mapa ideológico del eje izquierda-derecha se desdibuja cuando los republicanos nacionalistas y proteccionistas coquetean con ideas industriales del siglo XX, mientras que demócratas globalistas y tecnocráticos parecen más cercanos al libre mercado que Ronald Reagan. Es una inversión ideológica que desconcierta a muchos y que pone en tela de juicio los principios que por décadas se vendieron como universales.
Más allá de los nombres y partidos, lo que está en juego es el derecho de los países —ricos o pobres— a definir sus propios caminos de desarrollo económico. Tal vez la lección que deja el giro de Trump no es tanto imitar sus métodos, sino recordar que la soberanía económica no es pecado… al menos cuando la ejerce una superpotencia.
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