Las reglas de Pottery Barn para Gaza

Por James E. Jennings

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La gente busca agua en Jan Yunis, una ciudad del sur de la Franja de Gaza. Imagen: Eyad El Baba / Unicef

ATLANTA, Estados Unidos – La regla de Pottery Barn, una cadena de tiendas de objetos de decoración estadounidense, es: «Si lo rompes, lo compras». La campaña de bombardeos de Israel sobre Gaza, de más de ocho meses de duración, casi la mitad de los ataques perpetrados con bombas «tontas» o no guiadas de 2000 libras, ha destruido un alto porcentaje de viviendas en el territorio.

Hospitales, universidades, escuelas, centros de formación profesional, mezquitas y una iglesia y un hospital cristiano fueron bombardeados deliberadamente. Si la guerra termina, ¿quién pagará por los daños causados a la infraestructura de Gaza? La respuesta es que Israel debe pagar.

El número de muertos entre la población civil palestina es terrible, como todo el mundo sabe: más de 37 000 según datos de la ONU, un tercio de ellos niños, y muchos cadáveres aún bajo los escombros.

Ninguno de los niños asesinados en los ataques genocidas del gabinete de guerra del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu votó nunca a Hamás ni tuvo nada que ver con su sangrienta razzia del 7 de octubre de los secuaces de Yahya Sinwar.

Mucho después de que el odiado nombre de Hamás desaparezca de la historia, la barbarie mucho mayor de Israel permanecerá, manchando a la nación para siempre.

Esta guerra debe terminar. Si la palabra «inhumano» deja de tener significado, todos tendremos problemas. A pesar de las advertencias del presidente Joe Biden y de su secretario de Estado, Antony Blinken, de no ceder a la rabia y seguir matando civiles innecesariamente, la financiación estadounidense de la guerra ha continuado e incluso ha aumentado gracias a las asimétricas votaciones del legislativo Congreso.

Mientras los casi 1,5 millones de palestinos desplazados en Rafah se acurrucan en sus tiendas a la espera de los bombardeos que sin duda llegarán, la hipocresía de los dirigentes estadounidenses es tan transparente como descarada: «No matéis a civiles, pero aquí tenéis mucho dinero y bombas para hacerlo».

La mayoría de los comentaristas afirman que Netanyahu se dirige al desguace político y posiblemente a la cárcel cuando termine esta guerra. Por lo tanto, tiene un incentivo para mantener la guerra el mayor tiempo posible. Y la «pausa» de Biden en el envío de más bombas de 2000 libras a Israel es una broma: todo el mundo sabe que acabarán llegando.

¿Qué quedará de la infraestructura de Gaza dentro de unos meses? De cara al futuro, ¿quién construirá viviendas para más de la mitad de los 2,3 millones de personas desposeídas de Gaza, que ahora viven en la calle o bajo lienzos de plástico mientras continúa el calor abrasador del verano boreal?

¿Por qué deben pagar los contribuyentes estadounidenses la munición de Israel, que incluso ahora está matando a multitud de personas inocentes, y luego pagar la reconstrucción de sus hogares? ¿Por qué deben pagar los daños los Estados árabes del Golfo, como han venido haciendo durante décadas?

No… Israel debe pagar. Ellos lo rompieron y deben arreglarlo. Eso no significa que puedan colonizarlo y quedárselo para compensarse. La expulsión de los ciudadanos árabes y la anexión y colonización del territorio sería otro crimen de guerra internacional que se sumaría a los ya cometidos.

Es cierto que el grupo islamista Hamás empezó la guerra con su obscena matanza y captura de civiles. Pero nadie vivo en el planeta Tierra desde hace 75 años cree realmente que el reloj empezara el 7 de octubre.

El hecho es que este loco y sangriento conflicto árabe-israelí comenzó hace cerca de un siglo. Más de la mitad de las familias que ahora viven en Gaza fueron desalojadas por la fuerza de sus hogares y aldeas del sur de Palestina en la Nakba (catástrofe) de 1948.

La tragedia es que dos de las religiones más altisonantes del mundo, el judaísmo y el Islam, se han rebajado a tal inhumanidad y han desmentido sus principios, convirtiendo a Hamás y al hipersionista Israel en sinónimos mundiales de desprecio por sus acciones inhumanas.

Netanyahu y los dirigentes israelíes han puesto en práctica durante décadas un plan muy inteligente: transferir los costes de explotación de Cisjordania a los aliados árabes, a Estados Unidos y a la comunidad internacional, y a los eternamente esperanzados palestinos dirigidos por la Organización de Liberación Palestina (OLP) y, después de 2007, a Hamás en Gaza. Pero nunca con la intención de permitir que se desarrolle algo cercano a la plena estatalidad.

Los palestinos, la ONU, los Estados árabes y la comunidad mundial han sido engañados durante décadas, pagando el mantenimiento del cuasi gobierno de Cisjordania y la reconstrucción del sur del Líbano y Gaza tras las numerosas guerras con Israel. ¿Quién pagó todos esos cazas, tanques y bombas israelíes? Los siempre crédulos votantes estadounidenses.

El mundo árabe, los contribuyentes estadounidenses y, especialmente, los líderes nacionales palestinos, fueron unos pringados, pagando por las falsas promesas israelíes de independencia palestina, sólo para ser ocupados militarmente, mientras eran bombardeados continua e intermitentemente hasta la sumisión.

Los políticos estadounidenses están despertando a esta realidad.

Israel -especialmente el gobierno de Netanyahu- nunca ha tenido intención de permitir un Estado verdaderamente independiente en Cisjordania y en Gaza. Estados Unidos y los países del Golfo, junto con numerosas organizaciones internacionales, han apoyado la vida y el sustento de los palestinos durante décadas, pero eso debería terminar. Israel debe aguantarse o excluirse.

¿Es la «solución de los dos Estados» una quimera o un espejismo? ¿Asumirá Israel todas las obligaciones que le impone el derecho internacional? ¿Qué sentido tiene crear un bantustán (reserva étnica) en Cisjordania, y posiblemente otro en Gaza, como si representaran verdaderos países con un auténtico Estado, fronteras e independencia?

Como potencia ocupante que controla la vida en Cisjordania desde hace 56 años, desde la guerra de 1967, y ahora en Gaza como potencia bloqueadora y entidad sitiadora, Israel es legalmente responsable en virtud del derecho internacional.

Ambas zonas son responsabilidad de Israel. Es hora de que empiecen a pagar sus propias facturas y no esperen que los ciudadanos estadounidenses o los Estados árabes paguen la cuenta. Israel debe pagar. «Lo has roto, arréglalo».

James E. Jennings, PhD, es un defensor de los derechos civiles y humanos de los palestinos y de una mayor comprensión de Medio Oriente de los estadounidenses. Ha prestado ayuda humanitaria en Palestina, Gaza, Iraq, Siria, Turquía e Irán durante más de medio siglo, recibiendo, entre otros, un premio de la Unión de Comités Palestinos de Ayuda Médica. Jennings es presidente de la organización de ayuda Conscience International (Conciencia Internacional) y director de su programa US Academics for Peace (Académicos Estadounidenses por la Paz).

T: MF / ED: EG

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