Lawrence S. Wittner
Basada en la biografía titulada American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer (Ed. A. Alfred Knopf, 2005), escrita por Kai Bird y por el difunto Martin Sherwin –biografía galardonada con el Premio Pulitzer–, la película narra el ascenso y caída del joven J. Robert Oppenheimer, reclutado por el gobierno de EE UU durante la segunda guerra mundial para dirigir la construcción y los ensayos de la primera bomba atómica del mundo en Los Álamos, en Nuevo México. Sus logros en este terreno permitieron que poco después el presidente Harry S. Truman (1945-1953) ordenara utilizar las bombas nucleares para destruir Hiroshima [6 de agosto de 1945] y Nagasaki [9 de agosto de 1945].
En el transcurso de los años de posguerra, Oppenheimer, ampliamente celebrado como “el padre de la bomba atómica”, adquirió una influencia extraordinaria para un científico en las filas del gobierno estadounidense, sobre todo en su calidad de presidente del comité consultivo general de la nueva Comisión de la Energía Atómica (Atomic Energy Commission, AEC).
Sin embargo, su influencia menguó a medida que se acentuó su ambivalencia con respecto al armamento nuclear. En el otoño de 1945, durante una reunión en la Casa Blanca con Truman, Oppenheimer dijo: “Señor presidente, tengo la sensación de que mis manos están manchadas de sangre.” Furioso, Truman declaró más tarde al secretario de Estado adjunto, Dean Acheson [enero de 1949-enero de 1953] que Oppenheimer se había convertido en “un llorón” y que no quería “ver nunca más a ese hijo de puta en este despacho”.
Oppenheimer también estaba preocupado por la carrera de armamentos nucleares que comenzaba y, al igual que numerosos científicos de la especialidad, era partidario de un control internacional de la energía atómica. En efecto, a finales del año 1949, la totalidad del comité consultivo general de la AEC se pronunció en contra del desarrollo de la bomba H por EE UU, si bien el presidente, haciendo caso omiso de esta recomendación, aprobó el desarrollo de la nueva arma y la incorporó al arsenal nuclear estadounidense en plena expansión.
En estas circunstancias, personalidades claramente menos escrupulosas con respecto a las armas nucleares tomaron medidas para apartar a Oppenheimer del poder. En diciembre de 1953, poco después de asumir la presidencia de la AEC, Lewis Strauss, un ferviente defensor del refuerzo del arsenal nuclear de EE UU, ordenó la suspensión de la acreditación de seguridad de Oppenheimer. Con ánimo de defenderse de las implicaciones de deslealtad, Oppenheimer recurrió la decisión y, durante las comparecencias posteriores ante el Consejo de Seguridad del Personal de la AEC, tuvo que hacer frente a preguntas agobiantes, no solo en relación con sus críticas con respecto al armamento nuclear, sino también con sus relaciones, décadas atrás, con personas que habían militado en el Partido Comunista.
Finalmente, la AEC decidió que Oppenheimer representaba un riesgo para la seguridad, una decisión oficial que –añadida a su humillación pública– supuso su expulsión del servicio público y asestó un golpe fatal a su fulgurante carrera.
Está claro que el desarrollo del armamento nuclear ha tenido consecuencias mucho más importantes que la caída de Oppenheimer. Además de matar a más de 200.000 personas y herir a muchas más en Japón, el advenimiento de estas armas ha llevado a países del mundo entero a lanzarse a una feroz carrera de armamentos atómicos. En la década de 1980, al calor de los conflictos entre las grandes potencias, se fabricaron 70.000 bombas nucleares, con el potencial de destruir prácticamente toda vida en el planeta.
Por fortuna se produjo una vasta campaña ciudadana para oponerse a esta carrera hacia el apocalipsis nuclear. Consiguió presionar a los gobiernos reticentes para que firmaran toda una serie de tratados de control de las armas nucleares y de desarme, además de tomar medidas unilaterales con el fin de reducir los peligros nucleares. De este modo, en 2023 el número de armas nucleares ha descendido a 12.500.
No obstante, estos últimos años, ante la fuerte disminución de la movilización ciudadana y el aumento de los conflictos internacionales, el potencial nuclear se ha reavivado notablemente. Las nueve potencias nucleares (Rusia, EE UU, China, Reino Unido, Francia, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte) se esfuerzan actualmente por modernizar sus arsenales nucleares construyendo nuevas instalaciones de producción y mejorando sus armas nucleares.
En 2022, esos gobiernos han invertido cerca de 83.000 millones de dólares en este refuerzo nuclear. Las amenazas públicas de desencadenar una guerra nuclear, como la de Donald Trump, Kim Jong-un y Vladímir Putin, se repiten con mayor frecuencia. Las agujas del reloj del apocalipsis, ideado en 1946 por el Bulletin of the Atomic Scientists, se sitúan ahora a medianoche menos 100 segundos [90 en enero de 2023], el valor más peligroso de su historia.
No es extraño que las potencias nucleares no se muestren muy interesadas en que haya nuevas iniciativas a favor del control de armas nucleares y de desarme. Los dos países que poseen alrededor del 90 % de las armas nucleares del mundo –Rusia (país que posee más que ninguno otro) y EE UU (que le sigue de cerca)– se han retirado de casi todos los acuerdos de este tipo que habían suscrito entre ellos.
Aunque el gobierno de EE UU ha propuesto a Rusia prorrogar el tratado New Start (que limita el número de armas nucleares estratégicas), Putin respondió al parecer, en junio de 2023, que Rusia no participará en negociaciones sobre desarme nuclear con Occidente, añadiendo: “Poseemos más armas de este tipo que los países de la OTAN. Lo saben y siempre tratan de convencernos de negociar su reducción. Que se lo hagan mirar… como dice nuestro pueblo.”
El gobierno chino, cuyo arsenal nuclear, pese a haber crecido notablemente, se sitúa en tercera posición –y todavía bastante lejos–, ha declarado que no ve ninguna razón para participar en conversaciones sobre el control de armas nucleares.
A fin de evitar una catástrofe nuclear inminente, las naciones no nucleares han defendido el tratado de prohibición de las armas nucleares (Treaty on the Prohibition of Nuclear Weapons, TPNW). Adoptado por una mayoría aplastante de países en una conferencia de Naciones Unidas en julio de 2017, el tratado prohíbe desarrollar, ensayar, producir, adquirir, poseer, almacenar y amenazar con utilizar armas nucleares.
El tratado entró en vigor en enero de 2021 y, pese a que todas las potencias nucleares se han opuesto, lo han suscrito 92 países y ratificado 68 de ellos. Brasil e Indonesia lo ratificarán seguramente dentro de poco. Los sondeos demuestran que el TPNW goza de un importante apoyo popular en numerosos países, inclusive en EE UU y otros países de la OTAN. Queda por tanto un rayo de esperanza de que todavía se pueda evitar la tragedia nuclear que hundió a Robert Oppenheimer y que desde hace tiempo amenaza la supervivencia de la civilización mundial.
A l’encontre, traducción: viento sur
Lawrence S. Wittner es profesor emérito de Historia en SUNY/Albany.