Por Andreas Drouve (dpa)
El tiempo parece haberse detenido en esta antigua y hermosa sierra de Portugal. «La iglesia en lo alto del pueblo está cerrada», indica amablemente un hombre al visitante que deambula por Alvoco da Serra. «Pero justo enfrente vive la señora que tiene las llaves», añade. «Llame con los nudillos a la puerta. La casa con postigos verdes».
Elena Gomes, una mujer vivaz de unos 70 años, tiene efectivamente las llaves y se ofrece gustosa a abrir personalmente la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, una auténtica joya barroca. En el interior, coro y techo están profusamente ornamentados. La señora Elena muestra al visitante las esculturas de la Virgen del Rosario y del Sagrado Corazón de Jesús, a cuyos pies se encuentra un fragante ramo de flores. «Lo hice yo», dice orgullosa.
Un Portugal por descubrir
La amable señora es uno de los 105 habitantes de Alvoco da Serra, un pueblo de casitas con tejados rojizos y calles escarpadas al sur de la Serra da Estrela. Los viajeros se acercan a estas montañas atraídos por las solitarias rutas de senderismo, los arroyos y cascadas de aguas cristalinas y la autenticidad de sus pueblos, donde se diría que el tiempo se detuvo hace décadas y en los que la cultura pastoral aún está viva.
Uno puede elegir entre pasear por mesetas o a través de densos bosques. En el valle de Rossim se encuentra un magnífico lago. El nacimiento del río Mondego está más arriba, allá comienza su viaje de 227 kilómetros hasta el Atlántico. Manchas de flores amarillas y violetas colorean el paisaje. Al pie de las montañas se encuentran pequeñas localidades que rezuman paz, como la aldea Valezim, cuyas construcciones sacras que vale la pena visitar.
Caminar en la más bella soledad
La variada naturaleza montañosa puede explorarse, por ejemplo, en el sendero circular de la Rota das Canadas, que comienza en Alvoco da Serra. El aire huele a pinos, enebro y eucalipto. Las mariposas danzan sobre los pastos, los lagartos se escabullen entre las rocas. Un arroyo serpentea valle abajo. Rudimentarias casas de piedra sirven como refugio a pastores. Se diría que las concurridas playas y bulliciosas ciudades portuguesas están al otro extremo del mundo.
Cocina casera a un precio justo
Además de hoteles y pensiones, algunas casas privadas ofrecen alquiler de habitaciones donde, incluso en verano, en plena temporada alta, una habitación doble con desayuno incluido cuesta unos 45 euros (50 dólares). A aquellos que se detengan en restaurantes como O Vicente, cerca de Loriga, les servirán porciones tan enormes de comida casera por unos 11 euros que no conseguirán terminar el plato.
Un bosque de cuento
El turismo de masas es desconocido en la Serra da Estrela. Uno disfruta de esa maravillosa soledad en Rota da Caniça, sendero también circular. El camino empieza en la población Lapa dos Dinheiros, a la altura de la iglesia. El silencio envuelve al caminante apenas recorridos los primeros metros.
Durante tres horas la ruta discurre entre helechos y castaños. Es un bosque de cuento, el musgo y los líquenes cubren los troncos de los árboles. La luz atraviesa el follaje, señales en rojo y amarillo pintadas en las rocas indican el camino. En los días cálidos, Praia Fluvial, una playa a la vera del río, invita a bañarse en las aguas cristalinas. El aroma a lavanda lo invade todo.
Fábrica de hilado de lana de oveja
El punto de entrada oriental en las altas montañas es la pequeña ciudad de Manteigas, situada en el valle del Zêzere. El agua del río es aquí bienvenida para limpiar la materia prima de la fábrica de hilado de lana de oveja. Aquí se elaboran bolsos y abrigos con diseños de moda que son exportados a decenas de países. Las visitas guiadas conducen a la sala principal, donde un antiguo parque de máquinas tejedoras traquetea ruidoso, mientras un grupo de mujeres cose a mano en silencio.
Los pastores y el queso tradicional
La especialidad culinaria de la Serra da Estrela es el queso de montaña, el «queijo da serra». Está hecho por pastores como Fernando Jorge Nunes Cardoso, de 43 años, y Armando Jorge Abreu, de 51, cuyos padres y abuelos también fueron pastores. Abreu es reservado y fuma mientras Cardoso explica que hacen falta al menos cinco litros de leche de oveja para producir un kilo de queso y que las ovejas de la raza bordaleira ofrecen la de mejor calidad.
Cardoso ya no es pastor trashumante. Luis do Cruz, de 58 años, continúa con esta práctica ancestral. Se desplaza junto a sus ovejas a los pastos más abundantes de las regiones más altas y no regresa hasta dos o tres meses después. Hace años solía pasar las noches a la intemperie, únicamente con mantas para protegerse de la lluvia. ¿Y ahora? «Dduermo en mi coche», contesta lacónico.
Tradiciones arcaicas
En ocasiones, quienes visitan la Serra da Estrela son testigos de las tradiciones de la zona, como la que tiene lugar el 24 de junio, el día de San Juan, en Folgosa da Madalena. Allí los pastores conducen a sus mejores cabras y ovejas a la aldea para proceder a la «bendición de los rebaños». El ritual consiste en arrear los rebaños alrededor de la iglesia de San Juan, situada en el centro del pueblo. Los animales deben dar tres vueltas completas a la parroquia en el sentido de las agujas del reloj y otras tres en sentido contrario. Así obtendrán la protección del santo hasta el próximo año.
Como es sabido, la oveja sigue al rebaño. Los animales tardan unos 20 segundos en dar la primera vuelta. Cuando llevan tres, el pastor alza la mano. El doblar de las campanas atraviesa hasta la médula los cuerpos de los allí presentes. Los excrementos salpican a los osados de la primera fila. Uno de los pastores explica que detener un rebaño que ha tomado velocidad después de tres vueltas y conseguir que corra en la dirección contraria es «realmente difícil». Por eso se ayudan de pasto como señuelo y fieles perros pastores.
Cuando acaba el ritual, el cuerpo de bomberos se encarga de limpiar el suelo alrededor de la iglesia con mangueras. Mientras, el forastero es sorpresivamente invitado por uno de los lugareños a beber vino y comer embutido en su casa. La definitiva muestra de que el buen y viejo Portugal se mantiene vivo aquí.
dpa