La muerte negra sigue al acecho: Pasado y presente de la peste

Especial para Cambio Político

Ilustración de la Peste en la Biblia de Toggenburg (1411). WikiCommons
Ilustración de la Peste en la Biblia de Toggenburg (1411). WikiCommons

La peste es el prototipo de enfermedad mortal: millones de personas han muerto víctimas de ella. Entre 1896 y 1930 todavía perecieron por su causa 12 millones de enfermos e incluso hoy, según datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), la contraen cerca de 2000 personas al año;y la cifra aumenta. Actualmente, el Congo es un importante foco de peste, aunque tampoco Argelia, Malawi e India se libran de esta enfermedad. Incluso en Estados Unidos se encuentran ocasionalmente víctimas que la contraen por contacto con gatos domésticos infectados.

Pulgas-ratas-persona

Las causantes de la peste son las enterobacterias Yersinia pestis, que apenas se pueden erradicar en los roedores silvestres. Las ratas enferman transmiten a los humanos por medio de las pulgas u otros parásitos. También es posible el contagio de persona a persona. Se distinguen dos tipos de peste: la peste bubónica, que se a carcteriza por una inflamación de los ganglios linfáticos, y la peste neumónica, que se desarrolla junto a una neumonía con esputos oscurros y hemorragias en forma de puntos, de ahí el nombre de muerte negra. Como consecuencia de ésta, a veces se produce una sepsis o infeción de la sangre. Sin tratamiento médico, la peste bubónica es mortal en un 60 o un 80% de los casos. En la peste neumónica el desenlace es fatal en casi el 100% de los casos.

Primeras muertes en masa

En la Biblia ya se menciona la peste como castigo de Dios. El poeta griego Homero describió plásticamente la rapidísima transmisión de la enfermedad (en griego loimos, nosos): «Apolo y Artemisa disparan a los hijos de Niobe con flechas apestadas» (Ilíada XXIV). Los médicos de la Antigüedad se daban a la fuga cuando se desencadenaban las epidemias, pues sabían que no podían hacer nada.

La primera epidemia de peste documentada tuvo lugar en Constantinopla bajo el dominio del emperador Justiniano (527-565). Posiblemente la introdujeron los barcos de Egipto en el año 542, y luego se extendió y costó la vida a miles de víctimas en muchos países. Gregorio de Tours (538/539-594), obispo e historiador, describió sus terribles consecuencias en Francia.

Difusión de la Peste negra. En verde, las áreas de menor incidencia
Difusión de la Peste negra. En verde, las áreas de menor incidencia

Propagación por las Cruzadas

La enfermedad se desencadenó una y otra vez. Aquella situación se agudizó con los desplazamientos regulares de grandes ejércitos en el marco de las Cruzadas. Tras la ocupación de Jerusalén por los selyúcidas turcos, los peregrinos cristianos ya no se sentían seguros y el papa Urbano II (1088-1099) convocó a la cristiandad en 1095 para liberar Palestina. Prometió a los combatientes el perdón de sus pecados y la vida eterna. De los 200 000 guerreros que partieron en la primera Cruzada, únicamente al canzaron la ciudad 15 000; el resto murió al atravesar territorios infectados. Tan sólo en Antioquia, parece ser que hubieron más de 50 000 muertos. Los barcos lazareto de las órdenes de caballería, que acompañaban a los ejércitos, dieron un importante impulso al desarrollo de los hospitales.

La muerte negra de 1347 a 1352

De 1325 a 1351 la peste se extendió por China. Los agentes patógenos se propagaron especialmente bien en el pelaje de las ratas de los barcos y en las prendas de piel. Desde el mar Caspio y el Negro, y vía Constantinopla, la enfermedad llegó a Venecia, a Mesina y pronto a todas las ciudades portuarias del Mediterráneo Oriental. Había comenzado, la gran mortandad, la mortalega grande. Sus consecuencias fueron descritas por Giovanni di Boccaccio (1313-1375) en su colección de relatos El Decamerón. Describió cómo los miembros de la Compagnia della Misericordia, encapuchados de rojo, recogían los cadáveres y con sus largos ganchos prendían también a los moribundos para no tener que regresar más tarde. Según Boccaccio, desde marzo de 1348 hasta junio de 1349 murieron en Florencia más de 100 000 personas. En 1348, Siena perdió también en pocos meses la mitad de su población. Por todos los mares circulaban barcos llenos de apestados. Las embarcaciones que expulsaban de Mesina atracaban en Marsella, entre otros lugares. Desde allí la peste se extendió hasta Aviñón, donde residía el Papa. A falta de sepulturas, gran parte de los 60 000 fallecidos fueron arrojados al Ródano. Mientras que la mayoría de los médicos se daba a la fuga, las órdenes de frailes, sobre todo los franciscanos, atendían a los enfermos. Los monjes pagaron aquella caridad con su propia vida.

En 1348, y desde el sur de Francia, la peste se extendió hasta París y Calais, y luego a Inglaterra, cuya población se redujo de 4 a 2,5 millones. La peste afectó a casi toda Europa; sólo se salvaron grandes regiones en Polonia y Rusia. Casi la cuarta parte de la población europea, unos 25 millones de personas, cayó víctima de la peste. La enfermedad originó además un enorme éxodo rural y el abandono de los cultivos, lo que comportó la hambruna.

Las primeras cuarentenas

Los médicos se protegían de la peste mediante un gabán encerado y una máscara. También las esponjas empapadas en vinagre ayudaban, al parecer, a evitar el contagio. WikiCommons
Los médicos se protegían de la peste mediante un gabán encerado y una máscara. También las esponjas empapadas en vinagre ayudaban, al parecer, a evitar el contagio. WikiCommons

Aunque no se conocía la cadena de la infección, se presentía que la peste era contagiosa, y por esta razón los hospitales se construían, cada vez más, fuera de los muros de las ciudades.

Las condiciones higiénicas, en parte catastróficas, mejoraron un poco; en las ciudades se limitaron la cría de ganado y los montones de estiércol. El tratamiento tradicional era a base de sangrías, hierbas y la incisión de los bubones; se evitaban los baños para no abrir los poros y prevenir de esa forma la fácil penetración de la enfermedad. A los pacientes se les aislaba, y se ahumaban las habitaciones y los objetos con azufre, nitrato y alcanfor; las manos y la cara se lavaban con vinagre, y los cadáveres eran cubiertos con cal. Muchas ciudades comerciales, sobre todo Ragusa (la actual Dubrovnik) y Venecia, obligaban a los viajeros sospechosos de padecer la peste a permanecer aislados primero 30 y luego 40 (quaranta) días; en Venecia, por ejemplo, era en la isla de San Lázaro donde antiguamente se aislaba a los leprosos; por ese motivo se habla de aislar y, asimismo, aquellos quaranta giorni han dado nombre a las cuarentenas.

¿Fe o prevención?

En la Edad Moderna, Constantinopla o Estambul se convirtió en un continuo foco de peste. Los turcos pusieron su destino en manos de Alá y cerraron el gran establecimiento de cuarentena. Pero también muchos cristianos fueron fatalistas y aceptaron su destino.

Simultáneamente mejoraron las medidas contra la peste. Se quemaron ropas y muebles de los apestados y en 1656 el jesuíta Athanasius Kirchner hizo el intento de identificar a los pequeños gusarapos bajo el microscopio.

Aunque las fronteras militares que Austria levantó contra Turquía suponían un cordón sanitario de 1900 km de largo, el cual contribuyó mucho a dificultar un nuevo contagio por tierra, se produjeron nuevos brotes, por ejemplo en Londres en 1665 y 1666. La peste de Marsella (1720-1727) fue la última epidemia de importancia de Occidente. La tercera pandemia que en la segunda mitad del siglo xix partió de China ya no llegó a Europa. Hoy se combate la peste con éxito a base de estreptomicina, tetraciclina y cloranfenicol. Sin embargo, no se puede evitar que se reavive, y a veces tampoco se quiere. ¡Todo lo contrario! El agente patógeno de la peste puede resultar un arma biológica, al igual que las bacterias del ántrax y los virus de la viruela o del Ebola. De ser así, el horror de la Edad Media regresaría de nuevo.

Aire apestado

Antiguamente se conocía como pestilencia casi todo de de mortandad generalizada. Hasta que en 1546 el médico italiano Cirolamo Fracastoro (1448-1553) pudo demostrar que realmente hay enfermedades contagiosas (de persona a persona, por portadores y por el aire), se pensaba que los responsables de la propagación de enfermedades eran el aire apestado y las emanaciones nocivas (miasma). Pero el modo exacto en que se propagan las enfermedades se conoce gracias a los microbiólogos Louis Pasteur (1822-1895) y Robert Koch (1843-1910). El agente patógeno de la peste se descubrió a partir de las investigaciones que el médico y bacteriólogo suizo-francés Alexander Yersins (1863-1943) realizó en Hong Kong en 1894 junto con el japonés Shibasaburo Kitasatos (1853-1931).

Protección contra la peste

Los médicos se protegían con gabanes encerados y máscaras en forma de pico que estaban llenas de vinagre o hierbas. Al parecer, también el agua de colonia Kölnisch Wasser 4711 que los hermanos Fariña vendían en Colonia se consideraba un agua contra la peste. En Oberammergau, en 1634, se formuló una promesa: si la población se libraba de la enfermedad, se comprometía a representar la pasión de Jesús cada diez años. Y así se sigue haciendo hasta el día de hoy.

Santos protectores

Muchos enfermos rezaban a los santos protectores, especialmente a San Sebastián (que murió hacia el año 288), a quien, según la leyenda, Dios había salvado de morir asaeteado, y a San Roque de Montpelller (hacía 1295-1327), quien se infectó cuidando enfermos y fue sanado por un ángel y un perro que le lamía las heridas.

¿Quién era el culpable de la peste?

En primer lugar, los creyentes cristianos consideraron la epidemia un castigo de Dios. También se achacó a la influencia de los astros. Además se buscaron chivos expiatorios y se acusó a los judíos de envenenar los pozos y extender así la enfermedad. En España, Francia, Italia, Suiza y Alemania se produjeron persecuciones masivas, a menudo en relación con el movimiento de los flagelantes. En algunas ciudades se quemó a los judíos en la hoguera, en algún caso, incluso, sin que se hubiera desencadenado la enfermedad, pues el rey había garantizado, previo pago, indemnidad para la persecución de éstos. Muchas comunidades judías se extinguieron y se les expulsó de numerosos lugares. La ciudad de Venecia, con su gran actividad comercial, les garantizó refugio, pero pronto instauró el primer ghetto. Los judíos tenían que llevar sombreros amarillos y se limitó mucho su libertad.

La mano ante la boca

En 590 se organizaron en Roma procesiones para protegerse de la peste. El 29 de agosto de 590, siete coros se encaminaron a la vez desde siete direcciones distintas hacia la Iglesia de Santa Maria Maggiore. Parece ser que sólo durante el recorrido 80 víctimas de la peste cayeron fulminadas, lo que, como es natural, desencadenó el miedo al contagio entre los demás participantes de la procesión. Entonces se creía que el aire apestado provocaba la enfermedad, por lo que al parecer se tomó la costumbre de ponerse la mano ante la boca al estornudar o bostezar, aunque no tanto para proteger al prójimo de una infección por gotitas como para impedir que los demonios entraran en el propio cuerpo.

Fuente: Grandes catástrofes de la historia

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