Fernando Berrocal
Costa Rica acaba de ser elegida en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. La alta votación de nuestro país pone de manifiesto el respeto internacional a una histórica y reconocida tradición de nuestra política exterior y un excelente trabajo de negociación realizado bilateralmente por la Cancillería y en las sedes diplomáticas de Nueva York y Ginebra. Además, la derrota de Venezuela en la ONU refleja un plus de respaldo a las ideas de la democracia y una censura indirecta a los regímenes totalitarios en las Naciones Unidas.Como nunca antes, desde el fin de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, la lucha por la paz y la plena vigencia de los derechos humanos fundamentales, es hoy una urgencia y una necesidad mundial y no solo una obligación y una responsabilidad del Sistema de las Naciones Unidas, en sus distintas instituciones globales, sino un compromiso de todos los hombres y mujeres de buena voluntad y de todas las Iglesias, en los cuatro puntos cardinales del planeta e independientemente de su denominación o cultura.
Si esta locura de la guerra entre Rusia y Ucrania sigue y escala aún más, lo que está en peligro es el futuro de la humanidad y esto no es un juego de palabras, ni un recurso retórico de un columnista en un periódico de un país pacífico como Costa Rica. Es la verdad. Estamos en el límite de una guerra convencional y casi que todas las cartas, incluso el uso de las armas nucleares, están sobre la mesa en ese rincón clave de Europa. Un sinsentido absoluto.
Hay que decirlo con toda transparencia y objetividad: así como el presidente Putin y Rusia, irresponsablemente, amenazan con el uso de armas nucleares, también la OTAN y toda la capacidad militar y logística de Europa y los Estados Unidos están detrás de Ucrania. En esos términos reales y geopolíticos hay que entender este conflicto. Aunque los firmantes sean los dos países en guerra, el Acuerdo de Paz debe ser entre Rusia y Occidente y no solo con Ucrania. Hay factores de poder mundial que deben garantizar esa paz e, igualmente, los límites de la OTAN. O no hay solución.
Esta guerra se tiene que acabar y todas las partes involucradas deben sentarse a negociar en términos integrales europeos y de los equilibrios entre las grandes potencias a nivel mundial y en marco de la convivencia pacífica de todos los países y pueblos. Esa debe ser la posición oficial de nuestro país.
Celebro, por ello, que Costa Rica pueda ser parte de ese gran y necesario esfuerzo desde el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Ahí se debe escuchar con fuerza, determinación e independencia, sin condicionamientos, el peso moral, la voz y el voto firme de nuestro país por la paz y la plena vigencia de los derechos humanos. ¡Ese es un gran compromiso nacional!