Manuel D. Arias M.
Alguna vez escuché a alguien decir que, si uno no fue comunista en su juventud, no había sido joven. Puedo decir, sin sonrojo alguno, que éste fue mi caso; pero que la evolución de mi pensamiento y de mi definición ideológica, ahora alejada del radicalismo, no fue vendida por unos dólares, para encajar en la sociedad de consumo, y que, por el contrario, se enriqueció para tomar conciencia de que las sociedades, ahora más que nunca, necesitan de una utopía, progresista y solidaria, aunque sea muy distinta del modelo que conocí en mis años de colegio.Sí, yo tuve una camiseta del Che Guevara; milité en el Partido Vanguardia Popular, del extraordinario líder Manuel Mora Valverde; y leía la revista “Socialismo: Teoría y Práctica, Selecciones de la Prensa Soviética”, órgano de propaganda marxista no muy diferente de las grandes revistas occidentales, que promovían el “American Way of Live” y el modelo capitalista. Con orgullo puedo afirmar que fue mi acercamiento a la dialéctica y al materialismo histórico, — aún vigentes, desde el punto de vista del análisis sociológico, lo que me enseñó a ser crítico y a tratar de tomar perspectiva, para entender el mundo que nos rodea.
Con la “Perestroika” y con el “Glásnost”, que impulsó Mijael Gorbachev, entendí que aquella utopía, marxista-leninista, era un fracaso, no sólo desde el punto de vista social y económico, sino también humano. Sin embargo, encontré curiosa la paradoja de que el idealismo de la juventud, el mismo que me hizo amar al rock, me convirtiese, desde un punto de vista filosófico, en un materialista…. ¡Paradojas de la mocedad!
Luego, conocí, en persona y muy de cerca la decepcionante realidad de Cuba y todo ese criticismo, que había nacido de la mano con mi militancia marxista, me permitió valorar que, más allá de la mitología revolucionaria, había una realidad incómoda, que los camaradas costarricenses sabían, pero que ocultaban, no sólo a los demás, sino a su propia conciencia.
Después, analicé los errores e, incluso, los crímenes de Lenin, de Stalin, de Mao, de Castro y de otros grandes referentes del comunismo criollo y comprendí que nociones como la “democracia popular”o la “dictadura del proletariado” eran simples eufemismos para no llamar a las cosas por su nombre: tiranía.
¿Cómo una ideología libertaria, que nació y se nutrió del viejo liberalismo ilustrado, había degenerado en semejantes oprobios contra la humanidad? ¿Qué diferencia había, realmente, entre el imperialismo de Estados Unidos y el que ejercía la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) con sus naciones vasallas?
En medio de este dilema, empecé a conocer el pensamiento del Socialismo Democrático, reformista y progresista, aplicado en muchos países del mundo, en el marco de la Democracia burguesa, liberal y representativa, que había logrado altas cotas de solidaridad, equidad, bienestar y, sobre todo, libertad. Entonces, entendí que la izquierda democrática, alejada del radicalismo, era la mejor alternativa. Ese modelo socialdemócrata de desarrollo incluyente, fue el que le permitió a Europa levantarse luego del desastre de la Segunda Guerra Mundial y sigue otorgándole índices de calidad de vida de los mejores del planeta.
Sin embargo, este período coincidió con el del supuesto término de la Guerra Fría, con el desplome del infame Muro de Berlín, con el fin de la historia” de Francis Fukuyama, y con el de la aplicación de las recetas del neoliberalismo salvaje en América Latina y el mundo, lo que se tradujo en una desbandada de los partidos socialdemócratas, que se volvieron irrelevantes, se alinearon con la derecha y quisieron una puerta giratoria rápida, para gozar de las mieles del capitalismo, lo que trajo corrupción y deshonestidad.
En este difícil contexto histórico, hoy el mundo enfrenta uno de sus momentos más oscuros, debido a la pandemia por COVID-19. Frente a estas circunstancias, de incertidumbre, miedo y desconfianza, ha quedado demostrado que los países con un Estado Social y Democrático de Derecho, solidario y del bienestar, con instituciones públicas fuertes, son los que mejor enfrentan la emergencia sanitaria y, probablemente, serán los que más rápido se recuperen del colapso económico, de consecuencias sociales y humanas dramáticas.
El neoliberalismo, en todo caso, ya estaba en decadencia y se había mutado en un populismo demagógico de extrema derecha, muy peligroso para el mundo, por las implicaciones que, problemas como el calentamiento global, la inequidad en la distribución de la riqueza o la privatización de las instituciones del Estado del bienestar, han tenido para los pueblos, que ya habían empezado a protestar masivamente en contra de un modelo económico insostenible y profundamente injusto.
Hoy, frente al desastre mundial provocado por el coronavirus SARS-COV-2, los trapillos de domingo del libertinaje de mercado, del dejar hacer y el dejar pasar, y del “sálvese quién pueda”, se tambalean. La globalización económica, el consumo predatorio de los recursos naturales, la destrucción de los ecosistemas y la vanalización de la cultura, para alienar a las masas, es inviable de cara al futuro.
En otras palabras, es hora de reimaginar al Socialismo Democrático, para que con las herramientas de la nueva sociedad del conocimiento, con la ciencia, la tecnología y el respeto por la Tierra, sea posible construir un nuevo paradigma de desarrollo, una nueva utopía hacia la cual poder dirigir nuestra mirada con la esperanza de un mañana mejor para nosotros y para nuestras hijas e hijos.
– Periodista