Especial para Cambio Político
EE.UU. apostó por reindustrializarse, pero la inteligencia artificial llegó antes y se está comiendo todo el plan
Por Jorge Matamoros
Noviembre 2025
WASHINGTON, D.C.— Hace tres años, la Casa Blanca presentó con bombos y platillos una ambiciosa estrategia para “traer de vuelta las fábricas”. El plan prometía una nueva era industrial: empleos estables, producción nacional fortalecida y una economía menos dependiente de China. Sin embargo, mientras aquel proyecto avanza con pasos lentos, otro sector ha irrumpido como un gigante insaciable: la inteligencia artificial.
Hoy, ese nuevo jugador está absorbiendo inversiones, energía, talento y hasta la atención política que antes se reservaban para la manufactura tradicional. Y muchos ya hablan de un desmoronamiento silencioso del sueño industrial estadounidense.
Una fábrica que se ralentiza
En parques industriales de Ohio, Míchigan o Pensilvania, el panorama es similar: líneas de producción que no alcanzan su capacidad máxima y jefes de planta que no ven nuevas órdenes de compra.
Según datos de la Reserva Federal, la producción industrial cayó por segunda vez en tres meses, y la manufactura apenas crece. En algunos sectores —electrónica, automóviles, electrodomésticos— se han perdido más de 38.000 empleos desde inicios del año.
El ambiente no es optimista.
“Nos prometieron un renacimiento productivo, pero lo que tenemos es un estancamiento,” dice un supervisor metalúrgico en Tennessee, que prefiere no dar su nombre por temor a represalias. “Las inversiones que esperábamos nunca llegaron.”
A la incertidumbre productiva se suman otros factores: la mayor carga fiscal empresarial en décadas, aranceles aún vigentes y un clima de inversión que muchos describen como “errático”. El resultado: menos plantas ampliando turnos, menos contrataciones y una capacidad instalada que opera por debajo de su potencial.
Mientras tanto, en Silicon Valley…
A 4.000 kilómetros de esos parques industriales, la historia es completamente distinta.
Microsoft, Google, Meta y Amazon están inmersas en una carrera multimillonaria por construir la infraestructura que alimentará a la IA generativa. Solo en 2025, planean invertir más de 400.000 millones de dólares en centros de datos, chips especializados y modelos avanzados.
Este boom tiene un hambre particular: energía. Muchísima energía.
Los grandes modelos de IA requieren gigantescas naves llenas de servidores, refrigeración permanente y líneas eléctricas reforzadas. Y la magnitud del fenómeno energético ya se percibe a escala global. Según estimaciones de organismos internacionales, la demanda energética de la inteligencia artificial representa alrededor del 1,5% del consumo eléctrico mundial, una cifra que hace apenas dos años era prácticamente marginal. En otras palabras: la IA consume hoy más electricidad que muchos países medianos. Y la tendencia apunta al alza: para 2030, ese porcentaje podría duplicarse si la expansión de centros de datos continúa al ritmo actual.
Ese apetito energético explica por qué Washington estudia medidas extraordinarias para sostener esta nueva infraestructura digital que no deja de crecer. Entre ellas: reabrir plantas nucleares, modernizar turbinas de gas y renegociar subsidios eléctricos a gran escala.
La economía a dos velocidades
Estados Unidos vive un tipo nuevo de desigualdad: no solo social, sino sectorial.
Según un análisis reciente, más del 90% del crecimiento del PIB de este año provino de inversiones en software y equipos vinculados directamente a la IA. La construcción, la manufactura y hasta algunos servicios muestran señales de fatiga, mientras la industria tecnológica corre a toda velocidad.
Pero este avance no trae consigo una ola equivalente de empleo.
Un centro de datos necesita relativamente poca mano de obra en comparación con una fábrica de automóviles o una planta electrónica. Y aunque la IA promete impulsar la productividad, también amenaza con reemplazar muchos puestos de trabajo de baja y media cualificación.
El dilema es claro: la nueva economía crece, pero no necesariamente contrata al tipo de trabajador que el viejo plan industrial quería rescatar.
¿Burbuja a la vista?
La otra gran preocupación flota en el aire como antesala de una tormenta: ¿estamos ante una burbuja tecnológica?
Más de la mitad de los gestores de fondos en Wall Street admiten que la magnitud y velocidad de la inversión en IA les recuerda a ciclos especulativos anteriores. Pero esta burbuja —si lo es— tiene una diferencia importante: está apuntalada por las empresas más rentables y dominantes del planeta.
Aun así, persiste la duda que nadie puede responder: ¿justificarán estos modelos los inmensos costos energéticos y de infraestructura que exigen?
“Si los rendimientos de la IA no son tan inmediatos como se proyecta, habrá dolor”, advierte una economista de Goldman Sachs.
Productividad: el rayo de luz
No todo es incertidumbre. La productividad laboral en EE.UU. crece a una tasa inusual del 3,5%, y gran parte de ese salto se atribuye directamente a la IA generativa.
Tareas antes manuales —análisis de datos, redacción, programación, logística— ahora requieren menos tiempo y menos personal. Algunos economistas afirman que, sin el empuje de la IA, la economía estadounidense no estaría creciendo este año.
En otras palabras: la IA sostiene una parte cada vez mayor del crecimiento económico que el plan industrial tradicional no logró generar.
¿Fracaso o cambio de rumbo?
Lo que ocurre no es un colapso abrupto del plan industrial, sino algo más complejo: una reconfiguración forzada por un sector que nadie imaginó que crecería tan rápido.
La pregunta central —aún sin respuesta— es si esta apuesta tecnológica podrá ofrecer los mismos beneficios sociales, laborales y territoriales que la manufactura del siglo XX. O si, por el contrario, inaugurará una economía más productiva, sí, pero también más desigual y concentrada.
Mientras tanto, en las fábricas del Medio Oeste siguen esperando la prometida resurrección industrial.
Y en los centros de datos de Silicon Valley, la luz nunca se apaga.
Caso Oracle
La apuesta total de 300 mil millones… y el frenazo obligado
El caso de Oracle se ha convertido en uno de los ejemplos más dramáticos de cómo la inteligencia artificial está reordenando por completo las prioridades del sector tecnológico. La compañía decidió apostarlo todo a un único negocio: convertirse en un proveedor central de infraestructura para IA, dejando atrás su tradicional diversificación en software empresarial.
Esa decisión se tradujo en un anuncio monumental: una inversión de 300 mil millones de dólares para construir y expandir centros de datos dedicados casi exclusivamente a aplicaciones de IA. Era, en la práctica, uno de los planes de infraestructura privada más grandes en la historia reciente.
Pero la realidad energética y técnica del nuevo ecosistema de IA golpeó de frente.
Oracle se encontró con un obstáculo que nadie había proyectado a esa escala:
- la energía necesaria simplemente no existe en los lugares donde planeaba expandirse;
- y los requerimientos físicos de los modelos de IA —capacidad eléctrica, enfriamiento, redes internas— avanzan más rápido que la ingeniería convencional.
Resultado: la empresa tuvo que pausar, rediseñar y renegociar su megaproyecto, admitiendo que el consumo energético de la IA “rompió todas las proyecciones previas”.
Para los analistas, Oracle se convirtió en el símbolo de un fenómeno más amplio: la IA no solo crea nuevas oportunidades, sino que está forzando a las grandes empresas a replantear incluso sus apuestas más gigantescas.
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