El origen del apellido Revilla en Costa Rica
Carlos Revilla Maroto

En ese escenario nacen las historias que hoy deseo recordar: las del campo y la ciudad, las del banano y los autobuses, las de un país que comenzaba a moverse sobre ruedas y a pensarse moderno. Entre los hombres que formaron parte de esa transformación estuvo mi abuelo, Juan Revilla Cavada, un inmigrante español que llegó a Costa Rica buscando un futuro y terminó dejando una huella profunda en la historia económica y social del país.
La historia de mi abuelo se entrelaza con una época de pioneros en el Pacífico costarricense. Españoles, alemanes y costarricenses forjaron, entre ríos, caminos de barro y selva, una de las etapas más audaces del desarrollo agrícola y empresarial de nuestra historia.
Desde 1918, el banano comenzó a exportarse por el Pacífico Central y Sur, mucho antes de que la gran compañía bananera —la United Fruit Company— pusiera pie en la región. Aquella etapa temprana fue impulsada por personas como Agathón Lutz, de origen alemán, llegado en 1909 a Limón para trabajar como litógrafo en la imprenta de don Antonio Lehman. Con el tiempo, Lutz emprendió nuevos rumbos y se asoció con mi abuelo. Juntos se convertirían en figuras clave del desarrollo productivo y del transporte moderno en Costa Rica.
Ambos fundaron la Pirris Farm and Trading Co. en la zona de Parrita, dedicada a la producción y comercialización del banano. Convencieron a pequeños agricultores del Pacífico Central y Sur de sustituir el arroz por el cultivo de la fruta, que ofrecía mejores dividendos. En aquellos años, un racimo se pagaba a un colón, una fortuna para la época, entregado en barcazas y lanchas que llevaban la fruta hasta el muelle viejo de Puntarenas, de donde partía hacia San Francisco, California, en vapores italianos.
La empresa tenía un contrato con una firma alemana, que la hacía independiente de la poderosa United Fruit Company, quien en ese momento solo tenía plantaciones en el Caribe; pero prosperó tanto que despertó el su interés, así que en 1928 se estableció en el Cocal de Puntarenas, adquiriendo la compañía y las rutas de producción regionales. En 1936 la bananera extendió sus operaciones a zonas como El Pozo (hoy Ciudad Cortés), Palmar Sur, Golfito y Quepos. Aun así, muchos productores independientes continuaron trabajando fuera del dominio directo de la UFCO, manteniendo viva la tradición agrícola de la zona. Fue una época de emprendimiento, de trabajo sin descanso y de fe en la tierra.
Pero la huella de mi abuelo no se limitó al campo ni a la siembra del banano. En medio de ese espíritu pionero, Lutz volvió a asociarse con él para ofrecer al país un nuevo sistema de transporte de personas y carga. En 1921, Agathón Lutz y Juan Revilla fundaron en San José la Costa Rica Motor Company, con la representación de la compañía norteamericana General Motors Co., e iniciaron la venta en el país de las marcas Chevrolet, Oldsmobile, Oakland y otras.
Ellos fueron los primeros en traer y poner un servicio de autobús en Costa Rica. Aquellos vehículos de combustión —todavía mitad camión, mitad carroza— trasladaban alimentos, animales y productos agrícolas conocidos como autocamiones, que con el tiempo, evolucionaron en verdaderos autobuses que pasaron a ser conocidos como “cazadoras”; uniendo comunidades con la capital, abriendo rutas que hasta entonces eran solo huellas de barro. Con esos primeros camiones de pasajeros, Costa Rica comenzaba literalmente a ponerse en marcha hacia la modernidad.
El Diario de Costa Rica, en su edición del domingo 16 de mayo de 1921, se refiere por primera vez a los autocamiones de pasajeros. Con motivo de las fiestas en honor de San Francisco Labrador, la Costa Rica Motor Company estrenó sus camiones 1 y 2 en un viaje a Coronado.
Durante esa semana se inauguró el servicio entre San José y Heredia, y cuando se terminó de arreglar el desvío de Ochomogo, también se realizó el de Cartago. El paseo se efectuó el 18 de mayo de 1921, y la inauguración oficial fue el 21 de mayo de ese año, con la presencia del entonces presidente Julio Acosta y otras autoridades civiles y eclesiásticas. En vista de los magníficos resultados, también se puso en operación el primer servicio de dos camiones de pasajeros y uno de carga entre Heredia y San José. Posteriormente se amplió el servicio a Alajuela, Desamparados y Aserrí.
En una publicidad de la época puede leerse: “Si necesita pasarse de casa o algún flete, llame a Lutz y Revilla, de la Costa Rica Motor Company”. Esa frase resume bien el talante de ambos: innovadores, adelantados a su tiempo. La creatividad y el tesón de hombres como mi abuelo sembraron así las raíces del transporte colectivo nacional.
Hay una fotografía de la época de uno de esos camiones de la Costa Rica Motor Company, donde creemos que el que va al volante es mi abuelo. No sé la fecha exacta, pero debe ser de principios de los años veinte. Recuperé la imagen en Facebook, y la restauré digitalmente para conservarla como parte de nuestra memoria familiar.

También existe otra fotografía de la oficina que tenía mi abuelo, en la avenida primera, detrás de la Librería Universal, donde muchos años después estuvo la Tesorería Nacional. Mi abuelo aparece en la fotografía a la entrada. El local también era salón de exhibición para los los automóviles Volvo, los radios Dumont y los televisores y consolas NordMende, marcas que se vendían en el lugar.

No quiero terminar esta parte, sin mencionar la Fosforera Continental, empresa que también fundó mi abuelo con un socio de apellidos Zayas-Bazán; donde trabajé por unos 10 años, hasta su venta a inicios de la década de los años 90.
También quiero mencionar que todo lo logrado por mi abuelo, fue a base de su esfuerzo personal y el ahorro, y nunca solicitó un préstamo para sus empresas.
Ahora, un poco la parte formal, con una anécdota.
Juan Revilla Cavada nació en 1891 en España. Llegó joven a Costa Rica, donde se casó con María Emilia Clotilde (Tila) Meléndez Lizano el 1ero de enero de 1924, en Heredia. Tuvieron cuatro hijos, y en los registros de ese mismo año aparece como comerciante en esa ciudad. Años después, el 23 de agosto de 1956, obtuvo su carta de naturalización costarricense, un documento que hoy guardamos con orgullo como símbolo del arraigo definitivo de nuestra familia en esta tierra. De hecho, siempre se contó en la familia que se conocieron en alguno de los viajes en que mi abuelo conducía el camión en la ruta Heredia–San José y mi abuela era pasajera.
Mi familia vivía en barrio Amón, donde por un tiempo mi abuelo administró la pulpería y cantina El Ballestero, de larga tradición, que desapareció hace algunos años, y que ya solo era cantina.
Su vida fue larga y trabajadora, pero no estuvo exenta de sobresaltos. Durante la Revolución de 1948, mi abuelo tenía su oficina en la avenida primera de San José, frente a la parte trasera de la Librería Universal y contiguo a la Tesorería Nacional. Seguía siendo socio y amigo de Agathón Lutz, quien entonces todavía tenía una finca en Quepos. Como las comunicaciones con esas zonas eran difíciles, se mantenían en contacto por radio de onda corta, un medio común entre empresarios rurales.
Cuando estalló la guerra, el gobierno prohibió el uso de radios privados para evitar que fueran utilizados por los rebeldes. Mi abuelo, siempre correcto y previsor, decidió usar la radio una última vez solo para avisar a su socio que acataba la orden y que cesaban las transmisiones. No había terminado de hablar cuando unos veinte policías irrumpieron en la oficina, lo arrestaron y se lo llevaron preso a la “Peni” —la antigua penitenciaría donde hoy se levanta el Museo de los Niños—, acusado de terrorista y saboteador. Le confiscaron los equipos y revolvieron todo el local.
En cuestión de minutos, el murmullo del radio fue reemplazado por el estrépito de las botas. La situación se agravó por el hecho de que aún era extranjero, lo que aumentó las sospechas en aquellos días convulsos. Permaneció preso hasta que, gracias a la intervención de amigos “mariachis”, logró ser liberado. El vespertino La Hora publicó la noticia en primera plana con el titular: “Extranjero cogido con las manos en la masa”, acompañada de la foto del momento en que se lo llevaban detenido.
Aquel episodio lo marcó profundamente; durante semanas casi no pudo dormir por el susto. Sin embargo, el tiempo le devolvió la serenidad, y con ella la certeza de que su trabajo y su honradez hablarían por él.
Hoy, cuando repaso su historia, veo en mi abuelo no solo al inmigrante que echó raíces en una nueva tierra, sino también al símbolo de una generación que construyó el país desde el esfuerzo, la confianza y la valentía de empezar de nuevo.
Califique esta columna:
Muchas gracias a Sandy por su libro de “Cazadoras”, y a Luis Humberto Figueroa por su investigación sobre el inicio de la siembra de banano en la zona sur de los que tomé datos importantes. Y un agradecimiento muy especial a mi familia, por su ayuda poder escribir la columna.
Cambio Político Opinión, análisis y noticias






