La debacle siria

Guadi Calvo

Siria

Joe Biden parece estar apurado en barrer toda la basura debajo de la alfombra, para la gran fiesta del veinte de enero, cuando se formalice el cambio de corona y siervos, palafreneros y lacayos de toda clase, que ya están ejercitando sus lenguas, se alineen para tener la oportunidad de lamer las botas o lo que sea del nuevo rey del mundo.

En tanto con la caída del gobierno del presidente sirio Bashar al-Assad, el exterminio sionista de cualquier forma de resistencia en Líbano y la desaparición de Palestina, reconvertida en un mar, con importantes yacimientos de gas y apta para toda clase de emprendimientos inmobiliarios, el futuro del régimen genocida de Benjamín Netanyahu será cantar y bordar.

Sin pagar uno solo de los cientos de miles de muertos que provocó el Führer Netanyahu, tras el ataque acordado con Hamas, del siete de octubre del 2023 con la célebre operación Inundación de al-Aqsa, en la que solo inocentes o pervertidos intelectuales pueden darse el lujo de creer que la resistencia palestina logró eludir el enjambre de cámaras, sensores de sonido y temperatura, satélites, radares y espías, con que Bibi persigue hasta en los pensamientos a los gazatíes.

Con la caída de al-Asad, Netanyahu se ha convertido en el gran héroe de esta farsa, mientras que espera que Trump convalide cada uno de sus crímenes, lo que casi seguro sucederá, extendiéndole un cheque en blanco por muchos más.

Solo queda esperar lo que vendrá a partir de ahora con esta nueva reconfiguración de Medio Oriente y cómo Egipto, Turquía o como se llame hoy, además de Arabia Saudita, e incluso Rusia, lidiarán con un Israel más poderoso y ensoberbecido que nunca. En el aturdido vecindario, Irán parece ser el único en tener las cosas claras, prepararse para lo peor.

Todavía esperábamos la contraofensiva del Ejército Árabe Sirio (EAS) en sueños desde el 2020, cuando el domingo por la mañana la televisión estatal siria proclamó la caída del gobierno de Bashar al-Assad, su partida hacia Moscú al tiempo que su primer ministro prometía “cooperar” con los terroristas, ahora reconvertidos en encausados jóvenes y bellos rebeldes.

Mientras que, por las calles de Damasco, se comenzaban a pasear sus “libertadores”, los muyahidines del Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que necesitó solo dos semanas para terminar el trabajo que la alianza OTAN-Naciones Unidas-Monarquías del Golfo-Israel-Turquía había empezado con la Primavera Árabe hace trece años.

Como antes lo vimos en Bagdad, después en Trípoli, se repite ahora en Damasco la misma escenografía brutal de retratos de “dictadores” destronados, mancillados por hordas de liberados, estatuas arrastradas por las calles y miles de milicianos, locales y extranjeros, frenéticos y rebosantes de Captagon hasta las orejas, paseándose en Toyotas, disparando sus Kaláshnikov al aire, mientras se espera la repartija del país o el comienzo de una nueva guerra civil en Siria o el conchabo donde sea, claro, en cualquier lugar menos en Palestina.

Respecto a la nueva Siria, resta saber si Turquía, que tanto hizo para la caída de al-Assad, aceptará, graciosamente, que se convierta en un protectorado judío o que, retornando al plan original, se reparta entre chiitas-alauitas, espacio que también incluiría a drusos y cristianos, y otros dos donde se instalarían sunníes y kurdos.

En lo que Recep Erdogan, no estaría muy de acuerdo, aunque es cierto que el presidente turco, tampoco tiene ni mucho espacio, ni mucho tiempo para maniobrar antes del veinte de enero, para saber qué lugar Donald Trump, el emir de todos los emires, dispondrá para él y su ahora frustrado nuevo imperio otomano.

Solo hay que esperar para conocer la decisión del presidente ruso, Vladimir Putin, respecto a Ucrania, en estos próximos cuarenta días, porque la de Siria ya nos la desayunamos el domingo, hasta el último sorbo de un café demasiado amargo.

Trump, después de haberse reunido con Volodymyr Zelenskyy, en París, ha pedido un alto el fuego inmediato en Ucrania, afirmando que a Kiev: “le gustaría llegar a un acuerdo”, para poner fin a su guerra con Rusia. Y que el bufón ucraniano, al fin, pueda volver a lo suyo… Dar risa y lástima, como cualquier buen payaso.

La duda es si Putin, tan cerca de la victoria, después de tanto esfuerzo, sacrificio y muertos, se conformará con quedarse contemplando Kiev, apenas un poco más cerca de lo que estaba el 24 de febrero de 2022.

Mientras que, en Siria, el ejército sionista, ya ha ingresado con tanques a sus nuevas posesiones, mientras que, con su artillería, bombardea lo que sospecha que son arsenales para evitar que ese armamento sea capturado por los rebeldes y, en algún imprevisto, puedan utilizarlos contra ellos.

En prevención de que algo así pudiera suceder, los sionistas se están expandiendo en la zona de amortiguación del Alto del Golán, en el norte sirio, áreas que ya Netanyahu anunció que serán suyas por toda la eternidad, con lo que ello implica. Mientras todo esto sucede, Trump le ha pedido a Biden que no intervenga más en el área para no profundizar la crisis a la que se tendrán que avocar, apenas vuelva a Washington.

El apellido de un traidor

Como suele pasar siempre con los terroristas cuando se revela que en realidad juegan para el establishment, se les perdonan pecados veniales, como quemar gente viva, crucificar, violar o hasta comerse el corazón recién arrancado de un enemigo, todo esto grabado y difundido en directo por las redes, y pasan a llamarse rebeldes.

Esa metamorfosis es la que acaba de vivir el Hayat Tahrir al-Sham (HTS) o Comité de Liberación del Levante, que desde que se conformó en 2017, con la integración en una sola organización de una media docena de grupos terroristas que operaban en Siria desde 2011.

Su líder, Abu Mohammed al-Golani, uno de los fundadores de al-Nusra, por mucho tiempo la khatiba de al-Qaeda en Siria y de la que surgió el Daesh, en enero del 2014, confiesa haber abandonado el yihadismo para convertirse en un verdadero luchador por la libertad.

Desde el año en que el ex terrorista, ex rebelde y ahora, por lo que parece, hombre fuerte de Siria, al-Golani, anunció que él y su grupo habían renunciado a la yihad internacional, que tanto mal ha provocado y que solo aspiraba a terminar con el régimen de al-Asad, le llovieron aportes del MI6 y la CIA.

El emir de HTS saltó a la fama en el mundo de los muyahidines cuando nada menos que Abu Bakr al-Baghdadi, quien sería pocos años después el califa Ibrahim tras fundar Daesh, lo eligió de entre sus favoritos para establecer la filial de al-Qaeda en Siria, el Frente al-Nusra. Tarea por la que Estados Unidos cotizó su cabeza en diez millones de dólares.

Al-Golani, cuyo verdadero nombre sería Ahmed Hussein al-Shar’a, nunca ha dudado a la hora de traicionar; lo ha hecho con al-Baghdadi, cuando se negó a abandonar a al-Qaeda e incorporarse al Daesh en enero de 2014. Más tarde traicionaría a sus hermanos de al-Nusra en 2016 para formar el HTS; quizás lo vuelva a hacer, para entregar a Occidente a sus combatientes y mientras ellos sean derivados a fortalecer los núcleos terroristas que operan en el Sahel, para luchar contra la alianza de Burkina Faso, Mali y Níger. Él se conforma con ocupar un cargo de jerarquía, quizá como primer ministro o presidente, en la nueva Siria; algo parecido ya hizo el Departamento de Estado en Afganistán, con Hamad Karzai, aunque en este caso sin el birrete de caracul.

Aunque habrá que escuchar a Netanyahu, si acepta que designe en un cargo importante en su nueva colonial a alguien que eligió como nombre de guerra “al-Golani”, que significa “del Golán”, por las alturas controladas por Israel desde 1973 y que desde entonces ha sido uno de los principales focos de tensión entre Damasco y Tel-Aviv, al punto que, entre tantas cosas que tiene por decir Netanyahu, se apuró, antes que nada, a ratificar que las alturas son todas suyas.

La pregunta es si el emir del HTS estaría dispuesto a cambiar otra vez su nombre y llamarse, por ejemplo: Abu Mohammed al-Netanyahu.

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