La catástrofe que amenaza América

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

La Organización Panamericana de la Salud (OPS), sección regional de la OMS, se asemeja estos días a esos predicadores que vemos en muchos parques de las ciudades latinoamericanas, advirtiendo a voz en grito de las catástrofes que se avecinan si no se escoge el camino recto. Desafortunadamente, en esta ocasión no se trata de soflamas dogmáticas, sino de advertencias basadas en cálculos realizados por entidades médicas y epidemiológicas. Y el mensaje central de la OPS es meridianamente claro: si América no aprovecha el tiempo que le queda -sólo varias semanas- antes de que la pandemia pase a la fase de reproducción interna (cuando avanza no sólo por el contagio exterior), para que la cuarentena social ralentice la propagación del Covi-19 y permita que los sistemas de salud den un salto en su consistencia, este continente se verá abocado a una catástrofe sanitaria y socioeconómica. Además, se avisa de que varios países ya se adentran en esa segunda fase (Estados Unidos, Brasil y Ecuador) y que otros han comenzado a hacerlo (Canadá, México, Chile y Perú).

Ahora bien ¿son tan débiles los sistemas de salud en el continente como para provocar tales temores? Una revisión de los principales indicadores disuelve las posibles dudas. En cuanto al dato básico de la cobertura sanitaria, según OPS, sólo cerca de la mitad de la población en América Latina posee esa cobertura. Y esa cifra promedio se desagrega de forma muy diferenciada, porque Venezuela, Nicaragua, Guatemala, Honduras, Paraguay, Bolivia y Haití están claramente por debajo de esa media. Además, su estructura está muy centralizada, dejando el interior de muchos países sin cobertura alguna. El gasto en salud por habitante en América Latina apenas supera los mil dólares, unas tres veces menos que en la Unión Europea y, en los países menos dotados, doce en total, esas cifras oscilan entre los 680 dólares de Perú y los 120 de Venezuela. Por otra parte, esa cobertura no siempre refiere a la sanidad pública, como ocurre en Estados Unidos, donde cerca del 40% de esa cobertura es privada; algo que se traduce en un elevado gasto de bolsillo en salud por parte de la población, como sucede en la mitad de los países latinoamericanos.

Lo anterior se traduce en unos escasos recursos hospitalarios. Así, el número de camas por 10.000 habitantes es de 27 en América Latina, menos de la mitad que en la Unión Europea, y sólo tres países (Argentina, Cuba y Uruguay) se sitúan por encima de ese promedio. Pero la situación se agrava considerablemente al observarse las camas de cuidados intensivos, puesto que sólo esos tres países tienen más de veinte camas de ese tipo por 10.000 habitantes, siendo de 10 en México y Brasil y de menos de 5 en Chile, Colombia, Ecuador, Perú y toda Centroamérica. Y lo que es peor, casi todas esas camas ya están ocupadas, por las epidemias recientes de dengue, Chikunguya y zika. En un país con un sistema de salud no tan débil como Costa Rica, las autoridades sanitarias acaban de reconocer que antes de la pandemia ya tenía ocupadas al 90% las camas UCI. Las carencias también afectan a otros materiales decisivos, como pruebas de control, kits de protección del personal sanitario o respiradores. Sólo Brasil reporta una cifra apreciable de respiradores (30 por 100.000 h.), semejante a la que presenta España, pero esa cifra es de 10 en Colombia, 9 en Chile y Costa Rica, 7 en Ecuador, 4 en México y apenas 2 en Guatemala y Honduras. Cabe imaginar lo que sucederá cuando entre el 2% y el 4% de los infectados necesite cuidados intensivos en la región.

Para tratar de evitar la catástrofe sanitaria que se avecina, la OPS apela a dos factores: la llegada masiva de recursos financieros para ampliar y fortalecer los sistemas de salud y la esperanza de que un cierto nivel de cuarentena social permita una tasa de contagio manejable.

Los organismos internacionales han anunciado sus primeras contribuciones. El Banco Mundial va a donar 100 millones de dólares a cuatro países de la región y la OPS ha solicitado otros 98 millones entre sus donantes. Pero existe la coincidencia de que estas primeras ayudas deberían multiplicarse por diez para lograr un impacto sustantivo en el fortalecimiento de los sistemas de salud en América Latina.

En cuanto al otro factor, la contención social, guarda relación, tanto con la estrategia gubernamental de cada país, como con la aceptación y disciplina de la sociedad civil. Tres grandes países de América destacan por mostrar una estrategia de cuarentena poco rigurosa: Estados Unidos, Brasil y México. Estados Unidos presenta la cifra mayor de contagiados (600 mil) y más de 22 mil muertes, pero su presidente Donald Trump mantiene que no hay que decretar la cuarentena a nivel nacional, porque ello significaría parar la economía. Una opinión que comparten los mandatarios brasilero y mexicano. Al concluir de la Semana Santa la movilidad se mantenía alta en esos tres países. En el resto de los países latinoamericanos, la dureza de las medidas de contención es bastante desigual. La mayoría de los gobiernos han declarado formalmente estados de emergencia o de excepción, pero el grado de confinamiento no es el mismo. Y en algunos países, como Brasil, Cuba, México y Nicaragua, los gobiernos no han adoptado cuarentenas sino que únicamente aconsejan a sus ciudadanos que se queden en casa, y ello si no tienen que acudir al trabajo.

Aún es más desigual la respuesta de la sociedad civil en los países americanos. En Estados Unidos la autocontención varía considerablemente de un estado a otro. Mientras en Nueva York, Oregón, Washington, hay un cumplimiento amplio de la cuarentena, en Dakota (Norte y Sur), Texas, Wyoming o Montana, la gente apenas se ha recluido en sus casas. Por lo demás, incluso en los estados que han adoptado la cuarentena, esta tiene lugar principalmente en las ciudades y no en el conjunto del estado.

En los países latinoamericanos el seguimiento civil de la cuarentena oscila entre moderado y reducido. Las calles de las ciudades en México, Brasil y Perú siguen siendo bastante transitadas. Los vagones llenos de gente en el metro de la capital federal mexicana son una buena muestra de esta situación. Y en los países con fuertes medidas de contención las tomas de televisión muestran todavía una situación desigual: al lado de calles vacías hay otras con apreciable cantidad de viandantes. Existe un factor que afecta la cuarentena: la alta proporción de empleo informal que hay en la región (en torno al 50%, según CEPAL). Resulta muy complicado quedarse en casa cuando los ingresos dependen de actividades inmediatas o que se realizan en la calle. Así, puede afirmarse que la conciencia del riesgo de contagio entre la población del continente no ha alcanzado aún niveles altos y avanza de forma bastante desigual. Elevar ese nivel de conciencia “no será fácil, y sabemos que le estaremos pidiendo a las personas que se adapten a una situación extraordinaria que está teniendo un impacto en todos los aspectos de su vida. Pero permítanme remarcar la enorme gravedad de esta pandemia”, ha declarado Carissa Etienne, directora de la OPS.

Por otra parte, los efectos de la pandemia ya se están haciendo notar en la economía. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha emitido un informe especial en donde señala que la región ha comenzado a sufrir la contracción del mercado mundial, el desplome de la demanda de las materias primas, el efecto de la baja de los precios del petróleo para los países productores, la abrupta caída del turismo y la constricción de los recursos financieros mundiales. De esta forma, si las previsiones de crecimiento para el 2020 en la región, en una etapa de desaceleración de la economía mundial, eran apenas del 1,7%, ahora se prevé que en este año se produciría una recesión económica en torno al 5% negativo.

Ello está incluyendo una enorme destrucción de las PYME, que emplean a los dos tercios de la fuerza laboral, un incremento rampante del desempleo y del trabajo informal, lo cual produciría un incremento de la pobreza extrema y la pobreza total (que hoy ya afecta a un tercio de la población), un aumento del trabajo infantil y un descenso de los instrumentos de protección social. CEPAL incluye un apartado, denominado Cohesión Social, donde apunta los efectos sociopolíticos: un incremento de la inestabilidad política “e incluso de agitación política”, un descenso de la confianza cívica y política, junto a un fortalecimiento de los partidos nacionalistas y un incremento de la xenofobia (algo que ya están notando los migrantes en toda la región y que está haciendo regresar a muchos venezolanos a su país). Varios observadores coinciden en la alta probabilidad de que, en estas condiciones, se produzcan estallidos sociales y de que se acuda a las fuerzas armadas para sofocarlos.

Cabe pues la pregunta: ¿podrán evitar las Américas, del norte, centro y sur, conjurar la catástrofe sanitaria y social que las amenaza? La OPS insiste: sólo si en pocas semanas (en torno a un mes) es capaz de impedir que el contagio local se haga exponencial (R en torno a 3) y se desborden los sistemas de salud como ha sucedido en Asía y Europa. Porque si eso llegara a suceder en el continente -y especialmente en América Latina- podríamos estar ante la principal víctima regional de la pandemia por Covid-19. Aunque lo cierto es que todavía no sabemos muy bien cómo evoluciona en África.

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