La amistad de Albert Einstein y Haya de la Torre

Einstein

Ambos mantuvieron una amistad fundamentada en sus intereses comunes y coincidencias en el ámbito académico. Haya de la Torre, en su libro «Excombatientes y desocupados», narra tres encuentros con Einstein en Berlín entre 1929 y 1930. El último de estos encuentros fue durante una disertación de Albert Einstein en la Conferencia Mundial sobre Energía, donde expuso su teoría del espacio-tiempo, impresionando al líder del APRA con su descubrimiento.

Sin embargo, ya habían interactuado fuera de estas tres coincidencias relatadas por Haya de la Torre. De hecho, Einstein estuvo presente en el Primer Congreso Mundial Antiimperialista celebrado en Bruselas en febrero de 1927, debido a su pacifismo y su apoyo a la lucha contra el colonialismo. Además, ambos son coautores del libro «Liber Amicorum», lo que también fue tema de conversación entre ellos.

Asimismo, con el regreso de Haya de la Torre al Perú, Einstein fue una de las personalidades mundiales que se pronunció en defensa de su vida durante el proceso de 1932. Más adelante, Einstein volvió a apoyarlo cuando estuvo asilado en la embajada de Colombia durante la dictadura de Odría, entre 1949 y 1954.

ALBERT EINSTEIN

De:

«EXCOMBATIENTES Y DESOCUPADOS», Santiago de Chile, 1936
MENSAJE DE LA EUROPA NÓRDICA. Buenos aires, 1956.

En Haya de la Torre Aprismo y filosofía, Ediciones Pueblo, Perú, 1961

¿TODO RELATIVO?

La primera vez que vi a Albert Einstein fue· en los amplios andenes de una estación del ferrocarril «elevado» de Berlín. Permita el lector que, en gracia a mi reverencia por el sabio perilustre, detalle algunas impresiones personales que en aquella media tarde de verano me causó el encuentro. Estación Charlottemburgo; hora de poco tránsito, cuando el vasto plano de cemento suspendido a nivel del segundo piso de los bloques de casas que asoman incontables ventanas encortinadas, muestra su sólida dimensión y su limpieza impecable. Allí se hallan los «automáticos» que en todas las estaciones de Berlín ofrecen diarios, bombones, frutas y libros, a cambio de pfennings o níkeles que el comprador ofrenda por la precisa hendidura. Y allí estaba un hombre vestido de gris, con una flotante cabellera plateada, oculta apenas por un pequeño sombrero «panamá». Por el traje y la despreocupación, hasta un chiquillo de Berlín habría reconocido a un «Her Professor«. Por los rasgos inconfundibles del gran semita, nadie que hubiera visto antes una fotografía suya se habría equivocado: era Einstein.

Pero era Einstein como habría ideado encontrarlo algún pintor simbolista. Era Einstein comiéndose una roja manzana de California con la misma ingenua voracidad de cualquier mozalbete. Pensé, claro está, en la manzana de Newton. Como Newton fue inglés, no sabemos si mientras reflexionaba sobre la gravitación universal, después de la caída célebre de aquella manzana inglesa, no la devoró filosóficamente. Pero estoy casi seguro que Einstein lo habría hecho. Y me permito afirmarlo porque cuando semanas después le vi y conocí muy de cerca, aprecié su magnífico apetito y su candoroso entusiasmo para engullir golosinas, hablar de las más grandes cosas y reír al mismo tiempo con la más franca alegría.

Aquella tarde, el tren eléctrico que Einstein esperaba, llegó cuando a la manzana apenas le quedaba el corazón. Tiró el resto de la fruta a un depósito de papeles y de un salto desapareció en el vagón amarillo que arrastrado y arrastrando diez más se lanzó en dirección al norte de la ciudad.

Otro día, ante el anuncio de que Einstein tocada violín en una sinagoga de gran cúpula dorada, situada en una calle cercana a Monbijoustrasse, fui a oírle. Einstein ejecutó con gran sentimiento algo de Mendelssohn y una canción religiosa judía. Se trataba de una fiesta de beneficencia. Cuando llegó la hora de la colecta, Einstein habló invocando la generosidad de su audiencia para ayudar a los pobres. En muchas otras ocasiones he visto que Einstein figura y actúa en actos similares. Se nota en él, a pesar de su internacionalismo ardoroso, un gran amor por su raza. Y ahora que los nacional-socialistas o nazis han comenzado a agudizar su vociferante campaña antisemita y que por presión de los hitleristas el obsequio de una casa que le ofreció la Municipalidad de Berlín ha fracasado, Einstein ha intensificado públicamente su labor social.

—¿Cree usted, señor Einstein, que venceremos a la ola antisemita que amenaza?, cuentan que le preguntó hace poco un periodista judío y Einstein respondió con su fino humorismo:

—Amigo, todo es relativo.

El nazismo podrá combatirle y execrarle, pero Einstein ha alcanzado una gloriosa victoria en el campo de la ciencia y de la filosofía. Su relativismo puede ser todavía «relativo», -me acuerdo ahora de aquella anécdota de Marx que afirmaba que «personalmente él no era marxista» pero Einstein es el primero que humildemente lo reconoce. Y lo más grande de su personalidad extraordinaria está en su profunda inquietud humana y en su honda preocupación social. Einstein no vive como Kant, lejos del peligro de la lucha, ni habría preguntado nunca, seguramente, -como Hegel por qué había ta1- to ruido en la ciudad el día que Napoleón ganaba su gran batalla en los aledaños de Jena. Einstein es sabio sin dejar de ser hombre. Su gran universo cósmico puede expandirse y curvarse, pero no es ajeno a este otro universo de la conciencia, saturado de dolor y de anhelos de justicia. Quizá si admita que esa conciencia, ese dolor y de anhelos de justicia. Quizá si admita que esa conciencia, ese dolor y esos anhelos son relativos. Que los tiene y los siente el hombre según su grado de cultura y de acuerdo con su sentido de superación; estando basado su relativismo en el Tiempo y el Espacio, edad histórica y campo geográfico diríamos, al transportar la concepción relativista al campo social-, no podrá dejar de reconocer que tales variantes de conciencia son referentes a un ritmo universal de equilibrio, que sería lo que Aristóteles llamó equidad.

¿Ha de traer el relativismo nuevas normas al pensamiento humano?

¿Fuera de la pauta euclideana y tridimensional hallará el hombre nuevas expresiones y nuevas concepciones? ¿Nos acerca el sistema einsteniano a una síntesis egregia de la oposición de contrarios que ofrece al mundo presente, como tesis y antítesis, entre el rígido materialismo y el absoluto espiritualismo? Cuestiones son éstas que quizá ni- el mismo Einstein pueda absolvernos. Posiblemente ninguno de los padres de la filosofía griega alcanzó a imaginar la trascendencia y perdurabilidad de su grandioso aporte a la concepción del universo. Ni imaginó Hegel que de su profunda y bella filosofía se desprendieran sistemas ideológicos tan opuestos y pugnaces. Es indudable, sí, que la conciencia humana, campo del que el filósofo recoge la esencia de sus grandes postulados, y al que refluyen después precisados en fórmulas ilustres, conformará su pensamiento sobre nuevas normas. Vivimos hoy en una época de transición, de paso, de cambio. El nuevo libro de Einstein, «Zur Einheitlichen Feldtheorie» (1929), completa su grandiosa concepción, insinuada ya en 1905, en una tesis universitaria de Zurich, y precisada después en 1916 en la famosa exposición de «Die Grundlage Allgemeinen Relativitaetstheorie«.

El mundo ha vivido hasta hoy varios siglos de filosofía· que podría llamarse tridimensional, sí, como los discípulos del jardín de Academos debemos pensar geométricamente. Sólo hemos tenido hasta hoy noción de «cuerpos rígidos» con longitud, latitud y profundidad. «Rígida» también ha sido nuestra tradición dogmática religiosa. Euclides preside e inspira todas nuestras claves mentales, aunque ignoremos geometría. El cielo, aun para los niños, está sobre nuestras cabezas, el infierno bajo nuestros pies. ¡La cuarta dimensión no entra en estas ideaciones! El espacio-tiempo riada significa en una concepción espacial infinita y eterna. Además, en esta ideación basada en el principio de los cuerpos rígidos, el prisma y del prisma la pirámide, es arquetipo ideal. Egipto lo usó como símbolo de su organización social y de su concepción jerárquica e inexorable de la vida y del más allá. En la pirámide, la base es base y sobre ella pesa todo el, cuerpo. Como en la monarquía, corno en el feudalismo, como en la organización capitalista. «Hasta en los cielos hay jerarquías», oímos decir a los teologizantes, y el cielo resulta también una pirámide. Pero Einstein revoluciona todos esos principios planteando nuevas bases. para una concepción física del universo. Newton es negado y superado. El relativismo, todavía en su etapa primera, esclarece ya otros rumbos a los que la filosofía no podrá ser extraña. Cuando el relativismo defina y complete sus principios y la concepción de Euclides no sea sino un punto de partida para una sucesión de negaciones como las de Heráclito o Platón, el pensamiento humano ¿no se «expandirá» también como el universo de Einstein y la visión del mundo no suscitará un grado de conciencia y un modo social de vivir que ahora sólo intuimos o sólo sospechamos?

Al hablar de estas cosas Einstein sonríe y calla por largos momentos. Su campo es la física, pero él sabe bien que, aunque muchos lo nieguen todavía, cada paso hacia la, elucidación del nuevo concepto cuatridimensional del universo, es etapa ganada hacia una nueva filosofía.

Berlín, Diciembre de 1929

Einstein

UN DISCURSO DE EINSTEIN

Con solemnidad republicana, no exenta de viejas pompas, Berlín acaba de celebrar la reunión de la Conferencia Mundial de la Energía. La amplísima sala de «Die Kroll Oper«, que es uno de los tres grandes teatros que en la capital alemana están dedicados a la diaria presentación de la ópera lírica, sirvió para la asamblea inaugural. Casi cincuenta países -muchos de los que poco han aportado a la aplicación de la energía, estuvieron representados en aquel grave concurso. De los países indoamericanos, figuraron como delegados varios diplomáticos, también de dudosa adecuación para reuniones de ese género. Pero como los diplomáticos exóticos son siempre elementos decorativos en las pompas europeas llenaron para el caso su misión de siempre.

En la sesión inaugural los asistentes pasaron de tres mil. Toda Alemania se ha conmovido ante asamblea tan interesante. Alemania es un país en el que la técnica ha alcanzado los más avanzados progresos y donde la técnica «se siente y se vive». Por eso, el hecho de reunirse en Berlín la Conferencia de la Energía, ya se consideró como un tributo satisfactorio que el mundo rendía al esfuerzo estupendo de este pueblo. Los delegados principales los de los países-máquina- reiteraron su elogio al desarrollo técnico de Alemania en los discursos iniciales. EI «Graf Zeppelin» saludó al Congreso, la misma noche de su inauguración, con el imponente sonar de sus motores.

De la asamblea inaugural queda como el momento más trascendente el que se consagró a escuchar un discurso del profesor Einstein. Ni la presencia del gobierno, ni el mensaje de Hindenburg, ni la brillante oratoria de los más importantes delegados extranjeros, atrajeron tanto la curiosidad de la audiencia, como el discurso de Einstein. En una Conferencia Mundial de la Energía, Einstein no podía faltar. Aunque los nacionalistas alemanes le enrostren su estirpe semita, Einstein es y será una gloria preclara de Alemania. De la Alemania científica y moderna, de la Alemania de la Energía.

El profesor Einstein ha tenido un año laborioso. Su teoría del espacio, anunciada a principios de 1929, ha sido objeto de grandes controversias. Hace pocas semanas, hablando en la Universidad inglesa de Nottingham, Einstein anunció que esperaba completar pronto una nueva teoría más amplia aún, por la cual los principios generales de la relatividad y las leyes de geometría y de gravitación por ella establecidas, se unirían con las leyes que gobiernan el fenómeno electromagnético, aún no incorporadas c11 nn sistema general. Einstein agregó que él esperaba realizar esta grandiosa generalización concentrándose en la cuestión de «la dirección en el espacio» y no sólo por la «dimensión en el espacio».

En su discurso de Berlín —que, no obstante los obstáculos que Einstein tuvo que vencer para conseguir una síntesis breve y fácil, fue bastante claro— el ilustre sabio se ratificó en su teoría de la relatividad y en una nueva teoría del espacio, tan discutida. Dijo que la teoría del espacio había tenido muchos críticos, pero que uno de los más severos había sido él mismo. Insistió en que la controversia y la crítica le habían reafirmado en su concepción.

De los más importantes párrafos de su magnífico discurso, vale recordar los pensamientos centrales: Einstein dijo que los griegos fueron los primeros en formular (expresar por fórmulas) el Espacio y el Tiempo. Ellos tomaron unos cuantos puntos elementales como expresiones formales: líneas rectas, planos y extensiones lineales, de los cuales pudieron construirse formas y establecerse posiciones relativas entre los cuerpos, de acuerdo con ciertos principios. Pero su sistema, o sea el sistema de. Euclides, se basó sobre el concepto de los cuerpos rígidos. Por eso los griegos concibieron el movimiento, no con relación al Espacio, sino con una relación· entre los cuerpos rígidos entre sí. La idea de Espacio en sí, fue desconocida por los griegos; quien la impone al mundo es Descartes. Descartes hace posible la descripción de las figuras geométricas con el auxilio del análisis matemático. El da nueva profundidad a la Geometría como ciencia. La concepción cartesiana de la Geometría no se basa únicamente en la línea recta y en el plano. El incorpora otras líneas y superficies. En lugar del complicado sistema de axiomas de Euclides, Descartes formula un sólo grande axioma.

Einstein insiste en que es la concepción cartesiana del Espacio la que hace posible la formulación de las leyes de la mecánica de Newton. La Física de Newton se caracteriza por la concepción del Tiempo y de la materia ponderable. Pero al concebirse el carácter de «onda» de la luz fue necesario concebir también la existencia del éter como una sustancia inerte que atraviesa todos los cuerpos y llena el Espacio.

El cambio decisivo en la concepción del Espacio adviene con la teoría de Faraday y Maxwell sobre el fenómeno electromagnético, que rompe la rígida armazón de la Física de Newton. Empero, los campos electromagnéticos de Faraday y Maxwell se consideraron como «estados o modalidades del éter». Fácil habría sido y muy fácil, afirma Einstein, decir que los campos electromagnéticos son «estados del Espacio» y no del éter, porque el éter y el Espacio son una misma sola cosa. Pero Faraday y Maxwell estuvieron limitados aun por las ideas de su tiempo y no pudieron comprender la íntima conexión entre el espacio geométrico y el espacio físico. Ellos consideraron el Espacio como algo absoluto que siempre fue, que es y que será.

Entonces damos el primer paso en la concepción nueva del Espacio con la teoría de la relatividad. Hasta su formación, sólo la longitud, la latitud y la profundidad, «hacen» el espacio, y luego se agrega el tiempo. Es necesario unirlas en lo que según la definición einsteniana viene a ser «una Cuarta continuidad dimensional» llamada «Espacio Tiempo».

En su forma presente, la teoría de la relatividad habría sido la teoría física más completa si sólo hubiera habido campos de gravitación y no campos electromagnéticos en la naturaleza. Por ese la nueva teoría del Espacio de Einstein se propone derivar ambos fenómenos, él de gravitación y el electromagnético, de las propiedades del Espacio.

Exponiendo en líneas generales esta nueva teoría, Einstein ha dich que el Espacio ha sido considerado como algo absoluto e invariable. De ahí que tenía que concebirse «un éter especial como portador de los estados del Espacio (campos) en la parte de él libre de materia». Ahora la estructura métrica del Espacio que es su carácter esencial- ha sido reconocida como variable y sujeta a influencias. Así, el Espacio adquiere el carácter de un «campo electromagnético».

En una síntesis final Einstein ha dicho: «El Espacio adquirió realidad científica en las manos de Newton. Gradualmente prevalece y domina hasta «devorar» el éter y la luz. Ahora está a punto de «devorar» los campos de gravitación y los electromagnéticos así como las partículas elementales de la materia. El espacio va «devorando» hasta quedar como la sola representación teórica de la realidad».

El discurso del profesor Einstein, a pesar de sus momentos «relativamente» oscuros, ha sido una de sus exposiciones más esclarecedoras y hermosas. Sabiendo que se dirigía a un auditorio· heterogéneo se ha esforzado por una simplificación de sus teorías y ha hecho a la vez su más brillante defensa. Lo que hay de artista en este hombre extraordinario, se ha revelado en sus metáforas luninosas. Einstein ha hablado, como los griegos, honda y bellamente. Su figura venerable y simpática, su gesto tranquilo, su serena seguridad, enardecieron el calor del aplauso que más de tres mil personas rindieron al sabio egregio. Alguien podía pensar, al verle y al oírlo, en aquel conocido pensamiento cartesiano: «Para buscar la verdad es preciso una vez en la vida desasirse de todas las opiniones que se han recibido y reconstruir de nuevo y desde las bases todos los sistemas del conocimiento».

Berlín, Julio de 1930.

Einstein

IN-MEMORIAM ALBERT EINSTEIN *

Estreché por primera vez la mano de Einstein en Berlín, en casa de otro profesor alemán, ya muerto también, cuyas vinculaciones con Indoamérica han sido atestadas en cuatro buenos libros: el economista Alfons Coldschmidt. Y ello aconteció en el duro invierno de 1929. Einstein y Coldschmidt solían visitarse; y era yo, entonces, secretario del Wirschaft Institut Latein-Amerika, que Coldschmidt fundó, y trabajaba con éste en su biblioteca de Crudewald. Eventualmente conversé más de una vez con el justamente llamado «Aristóteles de nuestro tiempo» y le escuché tanto en sus conversaciones con Goldschmidt como en las que de semana en semana sostenía públicamente con Plank en la rotonda de la Academia de Ciencias. Amables torneos verbales que eran presenciados por gran número de gentes interesadas en los problemas de la Relatividad y el Quanta.

Oí tocar violín a Einstein en una pública velada de caridad realizada en la sinagoga mayor de la vieja Monbijoustrasse de Berlín en 1930. Y cuando en 1932 —prisionero yo de la dictadura militar de Sánchez Cerro en la penitenciaría de Lima— corrió por el mundo la noticia de mi inminente fusilamiento, Einstein fue de los primeros en enviar un honroso telegrama, redactado con señera sobriedad admonitiva en reclamo de mi vida. El texto de aquel mensaje —no reproducido aquí por muy obvias razones— es ciertamente una de aquellas grandes e inmerecidas compensaciones que la vida depara, cuya fuerza moral sirve de compañía y estímulo en los silencios adversos.

Una vez —creo que este episodio va incluso en las notas compiladas en mi libro Ex-Combatientes y Desocupados— relaté a Einstein una agudeza o «chiste científico» del astrónomo bonaerense Martín Gil, y el sabio rio de buena gana y halló coyuntura para decir cuánto le había llamado la atención la perspicacia y la viveza imaginativa latinoamericana. Martín Gil había dicho que toda la teoría de la Relatividad se basa en el principio absoluto de que la luz viaja en el espacio con la más grande de las velocidades conocidas —300.000 kilómetros por segundo— y que, en consecuencia, un rayo solar tarda en llegar a la tierra ocho minutos. «Yo conozco una energía —decía más menos textualmente Martín Gil— de velocidad mayor que la de la luz, y es la del pensamiento. Mientras ella emplea en venir desde el sol a la tierra ocho minutos, yo voy con mi pensamiento al sol y vuelvo en dos segundos».

Einstein, debo confesarlo, ha sido para mi el hombre más egregio de nuestra época y ningún otro ha concitado tanto de mi humilde admiración. Su bondadosa simpatía, sus palabras de aliento, son privilegio de mi vida, y, acaso porque su generosidad era amplísima con los jóvenes, un día en casa de Coldschmidt me hizo una amable broma. Súbitamente me dijo:

—Como usted y yo somos coautores de un mismo libro …

Y riendo ante mi estupefacción, me recordó que en 1926 se publicó en homenaje a Romain Rolland el lujoso Liber-Amicorum que prepararon Máximo Gorky y Stephan Zweig para honrar al autor de Jean Christophe en su sesenta aniversario. Conocida por ellos mi filial devoción hacia Romain Rolland, los compiladores me otorgaron un lugar en aquel volumen honrado por las más ilustres firmas del mundo. Y ahí figuraba, claro está, el tributo de Einstein.

—Si, mi amigo, en el Liber-Amicorum de nuestro amado Rolland dijo, muy alegre de verme un tanto confundido.

En 1947 estuve a visitarlo en Princeton. Había envejecido mucho en dieciséis años, pero la rara luz de sus ojos brillaba siempre igual desde el fondo de su portentosa mente. La misma voz suave y pastosa, paternal, en el diálogo, pero con una novedad. Ahora Einstein hablaba en inglés, no muy claramente —honraba así el idioma de su tierra de asilo— más en cuanto comenzaba a tocar temas profundos se deslizaba, casi sin dejarlo sentir, hacia la lengua alemana. Entremezclaba ciertos vocablos germanos con los ingleses Zeit, Bewegung, Materie, etc.— y luego entraba de lleno en el caudal de su lengua nativa durante largos períodos. Entonces, su pensamiento parecía más denso y luminoso.

En su sencilla casa de Princeton fue para mí un huésped auspicioso. Me invitó a pasear su soleado jardín —comenzaba la primavera— cuando cerca de la epostería tropezamos con una cesta llena de comestibles recién llegados del almacén, comentó sonriente:

—Son mis provisiones para toda la semana.

De pie, mientras nos fotografiaban, el profesor Einstein me reiteró amables palabras de aliento acerca de mi proposición sobre el Espacio-Tiempo Histórico. Me estimuló a seguir y recalcó el significado subjetivo del Espacio-Tiempo,-no sólo como perspectiva en la historia, según mi interpretación, sino también como conciencia de ella— y luego me repitió con mucho convencimiento:

—»It sounds so logical that it seems that a whole theorie could be set up.»

Y después, en tono más bajo, me expresó que deseaba que yo tuviese todo el tiempo posible para seguir en estas investigaciones.

Lo más importante de aquella conversación con Einstein fue su claro optimismo respecto de las grandes posibilidades del uso de la energía atómica para fines pacíficos.

«Sus posibilidades aparecen imprevisibles», aseveró.

Y cuando yo le expresé que en mi sentir, con aquel nuevo y prodigioso poder del hombre sobre la naturaleza vendría la revolución que realmente transformaría al mundo, dijo en alemán: «Son nuestras esperanzas y también nuestros deseos». Entonces, como yo le mostrara una cajita que acababa de recibir de unos redactores de la revista Time de Nueva York, conteniendo fragmentos de la tierra radioactiva de Hiroshima, Einstein me aconsejó que pusiese siempre lejos de mi aquel peligroso regalo.

Esta tarde caminando por la Kungsgatan de Estocolmo con el periodista James Rossel, leímos en las carteleras la noticia de la muerte de Einstein. Gentes de todas las edades se detenían a leer y releer las breves líneas en silencio. «El padre de la física nuclear» le llaman los grandes diarios. Y en un grupo de muchachos y muchachas que habían desmontado de sus bicicletas v comentaban en voz baja la noticia, oímos a uno de ellos decir a su vecino:

—El más grande sabio del mundo; el descubridor del E = mc2.

Acaso sobre su tumba sea aquella fórmula epocal su más alto y bello epitafio.

Estocolmo, Abril de 1955.

(*) Amenazada la vida de Haya de la Torre durante la prisión que sufriera en 1932-33 en la Penitenciaría de Lima, se recibió, entre centenares de mensajes, el siguiente:

«Excelencia Sánchez Cerro, LIMA. Destrucción ilustre persona es detrimento e ignominia para colectividades nacionales y universales: vosotros asumís grave responsabilidad sobre suerte Haya de la Torre. (fdo.) Profesor Albert Einstein». Los Compiladores.

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