Conversaciones con mis nietos
Arsenio Rodríguez
“Mucho silencio puede hacer mucho ruido.” Proverbio africano.
Las palabras a veces se vuelven tímidas, a medida que pasa la vida, mientras se sigue proyectando la película interminable del universo. Tantas descripciones y opiniones, tanta algarabía. Pero a la larga las definiciones en ondas sonoras o en escritura pierden significado y no logran abarcar los momentos del verdadero ser sentido. Los abrazos en silencio y los recuerdos de amor, adquieren más significado en términos de que la vida de uno se sienta plena. La quietud interior es más real que todas las definiciones y afirmaciones, por muy altisonantes que puedan ser. Los eruditos políticos o espirituales, la argumentación apasionada, las teorías científicas, todos se vuelven secundarios, cuando uno siente un momento de silencio interior.Surge entonces, una paz interna, tranquila como una mañana que emerge con su fino velo de niebla, en nuestro espacio interior. De alguna manera, los juegos habituales y el contenido de las palabras habladas o escritas por otros dejan de tener precedencia y necesidad de interpretación, porque todas se integran en ese silencio interior que parece guiarlo e iluminarlo todo.
El tic-tac de los péndulos, los relojes de arena, el desplazamiento digital de los números imaginarios, podrían haber o no avanzado, como siempre. Y lo más probable es que los iones continúen fluyendo sin parar a través de las membranas celulares y los fotones sigan esculpiendo la vida y el canto, mientras llueven desde el sol, acelerados por el deseo de ser.
Nutriendo y habilitando cada uno de nuestros cuentos a medida que se desarrollan en versos e impulsos codificados, a medida que caminamos, evolucionamos, reímos, amamos, odiamos, y nos encontramos y conjeturamos, en todo tipo de melodramas y comedias, que producimos y donde actuamos. Nos hemos olvidado del rebote de proyectiles dorados de luz disparados por el sol, de la dulce danza de las moléculas de proteínas en el espacio, mientras son acariciadas por esta luz, nos hemos olvidado de las maravillosas mitocondrias que acumulan energía para animar nuestros sueños, y de esos flujos de iones que nos conectan por dentro y por fuera en pulsos e impulsos que son; los ritmos de la vida, la sustancia de las sonrisas y las lágrimas, de los miedos y las certidumbres.
Sí, nuestros ojos están abiertos para mirar, pero no ven, sino que en vez nos dedicamos a resaltar las sombras de nuestra propia importancia, y nos perdemos la belleza intrínseca que existe más allá de la jerarquía o las clasificaciones de ego y personalidad. Por eso, acumulamos y catalogamos libros, teorías y explicaciones con gran pompa orgullo y algarabía, porque no podemos soportar el asombro de simplemente Ser.
Por eso, hacemos contabilidad de los amaneceres, enumerando cuántas veces parpadea el sol y permite que llegue la madre noche con su manto tachonado de puntos de luz plateados. Contamos, el interminable latido de nuestros corazones palpitantes y nos extendemos hasta donde nuestros cálculos pueden llevarnos en el pasado, para hablar de la historia y de la primera luz, o predecir un futuro final de los tiempos.
Cuando nos encontramos unos con otros, estos asombrosos templos de consciencia que somos, y nos miramos entre nosotros mismos, no vemos la maravilla de ser que realmente somos. Sino que nos comparamos, aceptamos, proyectamos y rechazamos, según lo dicten las definiciones con las cuales nos hemos identificado.
Sin embargo, sin que lo sepamos, estamos constantemente abrazando y reconociendo el único Silencio que lo inspira todo y debido a eso, más allá de nuestra objetividad interpretativa, a veces sonreímos, y una empatía secreta nos abruma por dentro en torrentes de amor. Nos asombramos, y nos llenamos de júbilo y compasión cuando en esos momentos de reconocimiento silencioso y secreto, nuestros fotones y flujos iónicos comunes bailan con el encanto de simplemente ser.
Así que, mientras nos hacemos los cuentos de cada quien y jugamos nuestros particulares juegos, en ese miedo de entregarnos con abandono al asombro total, celebremos esas pausas que hacemos cuando dejamos de contar y contabilizar, cuando nuestros corazones resuenan en abrazos tan profundos, que el pensamiento se acaba. Qué maravillosa es la vida cuando perdemos el miedo de ver y simplemente nos entregamos al asombro de Ser.