Harold Meyerson
Kamala Harris es un animal político que comprende que la nación, y el Partido Demócrata en particular, se han movido hacia la izquierda y que las políticas demócratas deben ser más progresistas que las de Clinton y Obama. Es una polemista implacable y sagaz. Pero, ¿cuanto pesará su pasado a la hora de adecuarse al nuevo clima de época?
Bueno, ella no es John Nance Garner, el primer vicepresidente de Franklin Roosevelt, que era un texano conservador racista. La pregunta es si se parece en algo al siguiente texano que apareció en una boleta demócrata, Lyndon Johnson. Cuando John Kennedy anunció que iba a elegir al senador de Texas en la Convención Demócrata de 1960, liberales como el sindicalista Walter Reuther, algunos de los fanáticos progresistas de Adlai Stevenson y el puñado de negros que eran delegados aullaron. Ninguno de ellos, y prácticamente nadie más, predijo que Johnson se transformaría en el único progresista genuino en política interna que ocuparía la Casa Blanca desde Franklin Delano Roosevelt. (La política exterior fue otro asunto).
Kamala Harris, a quien Joe Biden ungió como su compañera de fórmula el martes 11 de agosto, es una astuta operadora política, pero aún está por verse si tiene algo del genio político que le permitió a Lyndon Johnson responder a los movimientos de derechos civiles y los movimientos progresistas de su época cambiando las leyes de la nación. Como Biden, ella se ha dejado llevar. Como fiscal de distrito de San Francisco y fiscal general de California, hizo lo que solían hacer los fiscales de distrito y los fiscales generales demócratas en aquellos tiempos: promover políticas legales generalmente progresistas en temas ambientales y de igualdad de derechos, y al mismo tiempo «duras con el delito», incluso cuando California tenía más personas en las cárceles que la gran mayoría de las naciones. Esa era la fórmula aceptada para el ascenso político, y Harris rápidamente comprendió e implementó esa fórmula.
También es hábil en lo que respecta al tradicional equilibrismo que practican los demócratas entre empresas y trabajadores. Harris tiene una postura favorable a los sindicatos, por supuesto; pero también tiene, como cualquier demócrata del norte de California, buenas relaciones personales con las grandes empresas de tecnología de la información (su cuñado fue director jurídico de Uber) y depende de sus aportes económicos. No practica ningún populismo, ni en el mal sentido de la palabra ni en el bueno.
Pero, nuevamente al igual que Biden, es un animal político que comprende que la nación, y el Partido Demócrata en particular, se han movido hacia la izquierda y que las políticas de un gobierno de Biden, por lo tanto, tienen que ser más progresistas que las de Clinton y Obama. Cuánto más progresista, en particular en lo que respecta al equilibrio entre capital y trabajo, no lo sabemos realmente.
En resumen, una de las razones por las que Biden la eligió es que, como él, Harris ocupa el actual centro blando del Partido Demócrata. Y por ese motivo –razonó quizás– es improbable que ella dañe demasiado sus posibilidades. Los republicanos la atacarán por ser mujer (cierto), negra (cierto), atea (¿quién sabe?) y socialista (no), pero esos ataques no funcionarán tan bien fuera de la base de votantes de Trump.
Las otras dos mujeres afroestadounidenses que ocupaban un lugar destacado en su lista presentaban riesgos mayores. Al igual que Biden, Susan Rice personificaba al establishment de la política exterior de Obama, pero como candidata sin antecedentes de ningún tipo en asuntos nacionales, económicos o raciales, planteaba un riesgo demasiado grande una vez que entrase en la campaña electoral (ni hablar en el Salón Oval). Karen Bass podría haber alentado a más jóvenes negros a votar, ya que su historial como líder de un movimiento interracial por la justicia social es virtualmente inigualable en la política estadounidense, pero su vinculación durante años con organizaciones radicales también la convertían en un riesgo demasiado grande.
De todas las posibles vicepresidentas, Elizabeth Warren se destacaba como la que claramente podría asumir la Presidencia si un día le sucediera algo a Biden, pero no es afroestadounidense. Además, su designación para la dupla presidencial podría haber reducido a un mínimo la financiación de Wall Street a Biden. Por otro lado, ella y Bass eran las dos opciones que podrían haber persuadido a algunos progresistas más de acudir a las urnas, y a un mayor número de progresistas no solo a votar por la fórmula demócrata sino a trabajar por ella.
Por supuesto, si Biden quiere tener una presidencia verdaderamente progresista, siempre puede nombrar a Warren al frente del Tesoro. De hecho, en caso de que ganen los demócratas, el gobernador de California, Gavin Newsom, podría nombrar a Bass para el escaño que Harris ocupa actualmente en el Senado: su pasado radical no debería representar ningún obstáculo para el electorado californiano. La lista de posibles nombramientos y candidatos para ese escaño en el Senado rivaliza con la cantidad de senadores estadounidenses en funciones, aunque, como siempre en California, el establishment intentará ungir a un candidato que facilite las cosas, como lo hicieron con Newson para la gobernación y… con Kamala Harris para el Senado en 2016.
En síntesis, observando las alternativas que se le presentaron, Biden probablemente concluyó que Harris planteaba el menor riesgo electoral. El triunfo de Harris, en realidad, es un triunfo del posicionamiento: ella era la política correcta en el lugar correcto y en el momento correcto. Admitamos que es una polemista realmente buena que debería poner nervioso a Mike Pence, y que es inteligente y maleable cuando se la presiona. Y que los progresistas solo triunfan cuando dan impulso a políticos maleables.
Traducción: Carlos Díaz Rocca
Fuente: IPS vía nuso.org