Ocean Castillo Loría
Dedico esta reflexión a mi tía abuela, Elvia Guevara Guevara, fallecida el 4 de junio, por los bellos momentos de humor y alegría que pasamos juntos.
I
El pasado 3 de junio se cumplieron 50 años de la muerte del Papa Juan XXIII, el “Papa bueno”. Aquella fecha, del ya lejano 1963, como lo fue el pasado 3 de junio de este año, se celebraba la fiesta de Pentecostés, la fiesta del descenso del Espíritu Santo.
La concreción de ese Pentecostés para la Iglesia Católica, la hizo el Papa Roncalli, cuando contra viento y marea, lleva adelante el arranque del Concilio Vaticano II, Concilio que cerrará otro gran Papa: Pablo VI.
El Papa Juan era en efecto, un hombre santo, un santo en su sencillez, fruto del ambiente rural en el que se crió, el Papa Juan era un hombre santo, por la paz interior que mostraba pese a los constantes ataques de sus enemigos, muchos de ellos, sus hermanos en la fe.
Juan XXIII es hoy un beato del que nadie duda, esto, por cuanto su existencia cercana a Dios era evidente desde su misma niñez (A los 11 años entra al seminario), cuando adoraba encontrar a Cristo en la Eucaristía, en su adolescencia y ya en su vida adulta como sacerdote (Fue ordenado antes de los 23 años) y cuando escaló por su inteligencia y espíritu de servicio, los más altos escalafones de la Iglesia.
Roncalli se acercaba a Dios con sencillez de corazón…
Roncalli se acercaba a Dios consciente de las exigencias que implican el seguimiento de Jesucristo…
Roncalli vivía una espiritualidad llena de amor a ese Dios a quien experimentaba como su Padre…
Roncalli, quien pasaría a la historia mundial como Juan XXIII, amó a la Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia (Como la definiera Monseñor Romero), pese a las múltiples oposiciones que sufrió siendo Pontífice.
Juan XXIII, quien escribió su nombre con letras de oro en ese devenir de la colectividad humana, fue un luchador por la paz, una causa en la que sembraba la semilla del Evangelio y defendía la creación de Dios: los hombres y las mujeres del mundo entero.
Al inaugurar el Concilio Vaticano II, el Papa Juan daba un tapa bocas a aquellos a quienes llamó “profetas de calamidades”, son esos mismos profetas, quienes hoy alimentan la cultura de la muerte, quienes desean pisotear la dignidad humana sacrificándola en los altares del materialismo.
Precisamente, en su gran encíclica “Pacem in Terris” (Paz en la tierra), él habla del desarrollo de la humanidad y la promoción de una sociedad sustentada en la justicia, la libertad, la paz y la verdad.
También de ese documento se deriva el que el abordaje del tema de los derechos humanos, se haga desde entonces en la Iglesia Católica, apegado al tópico de la dignidad humana, dignidad de la que también surgen deberes que deben cumplir tanto gobernantes como gobernados.
Así las cosas, en su momento, cuando se comentaron sus encíclicas “Mater et Magistra” (Madre y Maestra) y la ya citada “Pacem in Terris”, se le criticaba al “Papa bueno”, su inclinación hacia el socialismo, y no faltó quien dijera que el Papa era comunista.
En el caso de “Madre y Maestra”, se abordaba la problemática de las relaciones entre los países desarrollados y subdesarrollados, partiendo de la opción de Jesús por los pobres. Además, se habla de la imperiosa necesidad de luchar por la justicia, esto tanto a nivel nacional como internacional.
Hoy, una vez que ha terminado la llamada “Guerra fría”, lo que se observa en el Magisterio escrito por Roncalli, es la defensa de los derechos de las clases obreras y su bienestar, esto, en la línea del Evangelio.
En suma, que uno de los grandes constructores del planteamiento socialcristiano fue Juan XXIII. Resulta lamentable que en muchos países de América Latina, los partidos socialcristianos hayan abrazado tesis liberales. Pero también es cierto que en varios sitios del subcontinente, los partidos de izquierda democrática, supieron asimilar el pensamiento Papal.
Un pensamiento que era prístino en cuanto a lo nocivo que era el rechazo a Dios y a su amor, y al deseo de una humanidad cuya ruptura con ese Dios, con su prójimo y con la naturaleza misma, le lleva a creer que el consumismo y el materialismo, son la salida a sus problemas.
II
Al morir Pío XII, se habla de dos posibles sucesores: Gregorio Agagianian, de nacionalidad armenia, y Perfecto de la Congregación para la Propagación de la fe; y el italiano, Giuseppe Siri, quien era el Cardenal más joven del Colegio elector de ese momento (50 años de edad)
Pero el elegido fue Ángelo Giuseppe Roncalli, aquel prelado amante de Cristo, de la Iglesia y de la historia, y es precisamente por su conocimiento de la historia, que sabía que el paso de un Concilio era arriesgado pero necesario, y que ningún gran paso en la Iglesia estaba rodeado de estabilidad (¿No fueron los discípulos de Jesús, quienes en aquel pasaje del Evangelio, en el que iban en la barca, le despertaron ante el rugido de la tempestad?)
Juan XXIII tenía plena claridad de la doble dimensión de la Iglesia, humana y divina, en la que la presencia de Dios se manifiesta en la historia, esa historia, en la que la acción de Cristo se hace presente, cuando a ojos humanos se miran las peores circunstancias.
El Papa sabía que la Iglesia era depositaria de la fe, pero también sabía que ella había olvidado la virtud del amor y se había entregado al papel del juez que condena sin ninguna apertura o capacidad de discernimiento.
Es por eso que el Pontífice Roncalli hablaba de la misericordia como una medicina y de la opción que había elegido la Iglesia de salir al encuentro del mundo moderno, aquí, una vez más, resulta lamentable, como algunos Pontificados posteriores (Juan Pablo II, Benedicto XVI) echaron marcha atrás en algunas o muchas facetas de ese encuentro cerrando a la Iglesia en su diálogo con el mundo.
Un diálogo en el que el cuerpo de Cristo en la historia, tiene como estandartes: el valor de la dignidad humana, la paz y formas de convivencia política más justas…
Es en esa misma lógica, que 10 días antes de morir, el Papa Juan XXIII, escribía que la Iglesia debía volver a ser servidora de la humanidad, un servicio que implica la defensa irrestricta de los derechos humanos.
Una tarea que envuelve el comprender mejor el mensaje de Jesucristo (Y diríamos nosotros, comprenderlo mejor en su dimensión liberadora), sabiendo interpretar los signos de los tiempos y mirando con visión progresista el futuro.
III
Hemos dicho antes que Juan XXIII es un beato del que nadie duda, y un beato es un bienaventurado, y Juan XXIII es un bienaventurado, porque experimentó la santidad…
Juan XXIII resultó un ejemplo para la humanidad, porque como su Señor, al ser crucificado, él le abrió sus brazos a toda la humanidad, pues había comprendido y vivido que Jesucristo había muerto por todos sin hacer acepción de personas.
He ahí como el “Papa bueno” vive la gratuidad de Dios, que para él es experiencia y no simple sistema o religión de creencias. Es por eso que tiene conciencia de la ruptura humana con Dios, el prójimo y la naturaleza, de la que él es partícipe como ser humano, pero que encuentra su recomposición en la misericordia de Jesús, a la que, según sus propias palabras, le debe todo y “…espera todo”.
Es por ella que se relaciona con el prójimo con bondad, dignidad y sencillez…
En el Papa Juan, el centro era Jesucristo, su cuerpo (La Iglesia), su palabra y en ella “la oración que Jesús nos enseñó”, el Padre Nuestro. Sobre el Evangelio, Roncalli decía que es la plenitud de la santidad, ésta, presentada a través de la historia de Cristo, de modo que pudiéramos verla con nuestra debilidad.
En esta línea, el Evangelio es también un mensaje de adoración a Dios en Espíritu y Verdad, tal y como dice Jesús que Dios debe ser adorado, es adoración en el amor y no por la obligación a una ley, es el signo de una familia que se relaciona (El Padre con sus hijos) y no el abolido vínculo entre el amo y sus esclavos.
Es el Evangelio la humildad de Dios, la entrega de sus tesoros, lo simple, la pureza de su corazón, el amor, ese que pasa por encima las ofensas, el gozo en medio de las pruebas, el perdón de los pecados, el amor a los enemigos, la muerte del orgullo.
Nuestro actual Papa, nos trae a la mente la imagen de San Francisco de Asís a través de su nombre, el Papa Juan, nos lo recuerda, al experimentar su relación con el Evangelio sin mediaciones, un Evangelio que debe hacerse realidad en la vida, eso, que en la teología latinoamericana se ha llamado ortopraxis.
Una praxis que encuentra su objetivo, tal y como puede verse en el Evangelio según San Mateo, capítulo 25, en el prójimo abandonado, necesitado y pobre, en el cual se encuentra Cristo.
Es por este convencimiento que Juan XXIII concreta una acción ecuménica muy fuerte sobre todo en Grecia y Turquía, al ser nombrado delegado apostólico, allí ayuda a salvar a muchos judíos del holocausto.
Luego de la II Guerra Mundial, colaboró con Eleanor Roosvelt en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948), además entre 1951 y 1952, fue observador del Vaticano en asambleas de la UNESCO.
En resumen, que si una lección nos deja la vida y obra de Juan XXIII, es que para el cristiano, la espiritualidad, la vida en la comunidad de fe y la participación política no son incompatibles, sino que por el contrario, se complementan, para el bien, unas de las otras.
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