Hitler o el fin de la república, el fatal cambio de gobierno de 1933

Por Verena Schmitt-Roschmann (dpa)

dpa
Paul von Hindenburg. WikiCommons

Berlín, 29 ene (dpa) – El 30 de enero de 1933 fue un día de invierno helado en Berlín. Por la mañana, el entonces presidente alemán, Paul von Hindenburg, recibió a Adolf Hitler, líder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), y a Franz von Papen, excanciller.

Noventa años después de esa fatídica mañana de enero, en el final de la República de Weimar, que surgió tras la Primera Guerra Mundial, es sabido hacia dónde condujo todo esto: hacia la dictadura, la guerra y el genocidio. Millones de personas fueron perseguidas, combatidas y asesinadas, Europa fue destruida, Alemania dividida. ¿Se podría haber evitado todo esto? Y más aún: ¿podría repetirse en estos tiempos de guerra y crisis?

La República de Weimar, fundada en 1918, luchaba desde sus inicios contra las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, la hiperinflación, los intentos de golpes y los asesinatos políticos. La crisis económica mundial de 1929 y, como consecuencia, el desempleo masivo, hicieron que comenzara a tambalear rápidamente.

El NSDAP, que en las elecciones de 1928 había obtenido solo un 2,6 por ciento de los votos, sacó en las elecciones al Reichstag (Parlamento) de septiembre de 1930 un 18,3 por ciento de votos. Al mismo tiempo, el Partido Comunista de Alemania alcanzaba el 13,1 por ciento. Entre esos dos extremos, el centro ya no encontró consenso para gobernar.

Rápidamente, Hindenburg, de 85 años, nombró a cancilleres conservadores de derecha sin mayoría parlamentaria que apenas lograron mantenerse en sus puestos. Los ciudadanos votaron una y otra vez. En julio de 1932, el NSDAP se convirtió por primera vez en el partido más fuerte con el 37,4 por ciento de los votos. En noviembre de 1932, en otras elecciones al Reichstag, el NSDAP volvió a estar a la cabeza, pero ahora ya solo con 33,2 por ciento.

Algunos creyeron que el impulso que habían ganado los nazis había pasado y que se los podía considerar apenas un capítulo del pasado. A fines de 1932 asumió como canciller el exgeneral Kurt von Schleicher. Pero su antecesor, Franz von Papen, quería regresar al poder e hizo un pacto con Hitler. El 28 de enero, Von Schleicher dimitió. Hindenburg aceptó a Hitler como canciller y a Von Papen como vicecanciller.

«Que Hitler haya llegado a la Cancillería fue producto de una intriga de las viejas élites», sostiene el historiador Martin Sabrow. La derecha afianzada -sin simpatía por la república y en camino hacia la autocracia- estaba segura de que podía controlar a ese «Führer», al que despreciaba. Pero las cosas se dieron distinto.

Los seguidores de Hitler asumieron el control asombrosamente rápido. En la noche del 30 de enero, los nazis desfilaron a través de la Puerta de Brandeburgo portando antorchas. El 1 de febrero, Hindenburg disolvió el Reichstag y planeó nuevas elecciones para el 5 de marzo. En pocos días se recortaron la libertad de prensa, se entregaron a los nazis posiciones clave de la policía, se dieron órdenes de disparar, y decenas de miles de miembros de las SA -la unidad paramilitar del NSDAP- fueron declarados policías auxiliares.

Fue entonces que los opositores políticos comenzaron a ser acosados casi oficialmente. Los comunistas y socialdemócratas fueron golpeados, detenidos, fusilados. Hitler recorría el país en avión privado durante la campaña electoral y la propaganda mostraba multitudes vitoreando.

El 27 de febrero, pocos días antes de los comicios, el Reichstag fue incendiado en circunstancias nunca del todo aclaradas. Los nazis hablaron de un complot comunista y aprovecharon la situación para endurecer sus acciones.

El NSDAP obtuvo el 43,9 por ciento de los votos. Logró una mayoría ajustada junto al Partido Nacional del Pueblo Alemán. Hitler aún necesitaba al Parlamento una vez más, para la llamada Ley de habilitación de marzo de 1933, que le permitiría promulgar leyes sin la participación de los parlamentarios.

Hoy en día, las advertencias acerca del extremismo, la ingobernabilidad y el no respeto por la democracia son omnipresentes. Los gobiernos de derecha de Italia o Suecia parecen presagios sombríos. Pero, ¿existen realmente paralelismos?

«La situación al final de la República de Weimar era fundamentalmente diferente», afirma el historiador alemán Hans-Ulrich Thamer. Las principales diferencias para él son que el centro es hoy en día más estable y pro-democrático, tanto en su estructura partidaria como en la sociedad; a diferencia de la República de Weimar, la República Federal de Alemania está integrada en alianzas multinacionales; y no existe esa militarización de la sociedad ni unidades paramilitares que cuestionen el monopolio del Estado sobre el uso de la fuerza.

Más importante aún: el miedo a una repetición – «uno de los temores primarios y más perdurables de la República Federal de Alemania»- provocó una «inmunización profundamente arraigada», señala Thamer.

En su opinión, hay resistencia social a la derecha. El historiador opina que si la democracia vuelve a estar amenazada, probablemente no será de la misma manera. «La historia no se repite», afirma el experto de 80 años. «Esa es al menos una esperanza que se puede justificar más o menos. Sin embargo, nunca hay que decir nunca».

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