Guadi Calvo
Sí, abiertamente el mundo le ha soltado la mano a Palestina, donde la humanidad ha escalado a un nivel de cinismo y perversión que jamás creímos que pudiera lograr, digámoslo de una vez, incluso con los nazis. Ya que en este caso no nos podremos amparar en la excusa de la ignorancia o de falta de información. Quizá muchos, de buena fe, puedan refugiarse en la ignorancia respecto a lo que la humanidad tolera en Haití, un fenómeno que a su manera es inédito. Bandas criminales desafían el poder del Estado, como no lo han hecho ni las Maras salvadoreñas y hondureñas, ni mucho menos los cárteles en México o Colombia.
Para muchos, quizás, ambas realidades no puedan ser comparadas: el contexto histórico, político, el despliegue militar, el número de muertos y las consecuencias finales de ambos fenómenos difieren en mucho. En el primer caso, es un genocidio hecho y derecho a la luz pública, amparado por Occidente. Uno de los ejércitos más poderosos del mundo, practicando sin tapujos tiro al pato contra una población inerme, arrinconada, hambreada, lastimada para la que quizás la muerte sea lo más cercano a la piedad.
Mientras que, en el caso de Haití, solo son bandas criminales, delincuentes, rateros de poca monta, que, sin control ni ideología, se elevaron a la insurgencia. Que invaden poblaciones al mejor estilo de los hunos para arrasar todo lo que se les cruza: mobiliarios, vidas, sueños. Todo. En la primera parte del año ya se han registrado más de tres mil asesinatos.
Aunque sí tengan palestinos y haitianos, un punto, el mismo de todas las víctimas inocentes a la hora de enfrentar lo irreparable, al saberse irremediablemente muertos, sí tienen el tiempo y la posibilidad de preguntarse: «¿Por qué nadie ha hecho nada para detener esto?».
¿Esa habrá sido la última pregunta de los cuarenta muertos en Labodrie? Cuando durante la noche del pasado jueves once, hombres armados penetraron en la aldea de pescadores a unos veinte kilómetros al norte de Puerto Príncipe y abrieron fuego indiscriminado acusándolos a todos de colaborar con la policía, para después escapar dejando cuarenta y dos muertos y unos treinta heridos.
Otras versiones señalan que los muertos se produjeron tras varios días de fuego cruzado entre la policía y los delincuentes que habían intentado tomar el control de Arcahaïe, una ciudad de ciento treinta mil pobladores, y que las fuerzas de seguridad finalmente consiguieron repelerlos.
Los atacantes se identificaron como miembros de la “coalición” Viv Ansanm, la pandilla más poderosa de la particular guerra que se libra en Haití desde julio del 2021, donde, frente al estado de anarquía en que entró el país tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, diferentes bandas criminales salieron a las calles a hacerse con lo suyo. Iniciada una guerra medieval o distópica. Haciendo que ya más de un millón trescientas mil personas hayan tenido que abandonar sus lugares, como sucede en guerras verdaderas como Sudán o Birmania.
En Labodrie, distrito de Arcahaïe, un lugar que, de no haber sido ganado por el Diablo, sería ideal para levantar el paraíso, los criminales se encargaron además de saquear todo lo saqueable, meterle candela a lo que no se pudieron llevar: viviendas, botes y vehículos, redes y herramientas.
Según fuentes locales, el ataque fue en respuesta a la muerte de Vladímir Pierre, en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad o alguno de los grupos de autodefensa vecinales. Vladímir era uno de los líderes de la banda que controla esa área, tributaria de Viv Ansanm, declarada organización terrorista por Estados Unidos en mayo pasado. A cuyo líder, Jimmy “Barbecue” Cherizier, un ex capitán de la policía haitiana, la justicia norteamericana cotizó su cabeza en cinco millones de dólares, por conspirar para violar las sanciones estadounidenses al desviar fondos estadounidenses a su red de pandillas en Haití. ¿Cabe preguntarse cuánto ofrecerán por Netanyahu?
Entre tanto, los Estados Unidos demoran en preparar una Fuerza de Represión de Pandillas (GSF) de unos cinco mil hombres, para sustituir la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MMAS), unos mil policías kenianos que, desde que llegaron al país caribeño en junio del año pasado, no han logrado absolutamente nada, más que los pandilleros mataran ya a una media docena.
Al tiempo que Erik Prince, el CEO de la multinacional de mercenarios, ahora conocida como Vectus Global, que en su momento fue Blackwater, espera que se acepte su oferta para enviar doscientos de sus hombres a entenderse con los matones.
Lo bueno es que Barbecue Chérizier ha autorizado, en las últimas horas, a los desplazados de los barrios de Solino, Nazón o Delmás 30 en Puerto Príncipe a volver a sus casas, ya que sus “combatientes” se han replegado; dejaron solo casas saqueadas, incendiadas, demolidas, calles y rutas destruidas y la totalidad del cableado eléctrico vandalizado.
Mientras en las calles y caminos de la primera república latinoamericana, las familias ya son parte del paisaje. Deambulan cargando niños o algunos enseres que pudieron rescatar antes de la debacle. Buscan sin mucha esperanza un lugar seguro, esperando que termine el caos.
Golpear donde más duele
El conflicto ha hecho colapsar al ya muy precario sistema de salud del país y esto ha obligado a convertir cada hospital, cada clínica o centro de salud comunal en un “objetivo militar”.
Para muchos, quizás la última esperanza que les quede a los miles de heridos por esa guerra que se libra prácticamente en cada calle de Haití sea la de llegar a un hospital, que, más allá de lo desguarnecido de insumos que se encuentre, siempre se está más cerca de la salvación que de la muerte.
Ecuación que parece haber sido violentada por las pandillas, que han encontrado en los hospitales un centro de reaprovisionamiento de drogas y medicinas para sus hombres.
Ya es habitual que las pandillas, a fuerza de disparos y violencia, invadan los pocos hospitales que funcionan en el país. Recordemos que la salud nunca fue para los gobiernos haitianos una prioridad; por eso, ahora, cuanto más se los necesita, se han convertido en un objetivo para estas bandas. Donde sorprenden a pacientes, a sus acompañantes e incluso a médicos y enfermeros, para en el mejor de los casos solo robarles lo poco que puedan llevar encima.
En muchos de estos casos se ha debido improvisar la evacuación de enfermos como si se tratara de huir de un desastre natural, al que es tan proclive la naturaleza haitiana. Los pocos profesionales que todavía contaban con vehículos propios han debido ponerlos a disposición de sus pacientes para sacarlos del epicentro de la violencia pandillera.
Para los que no han podido ser evacuados, solo les quedó reclamarle a la Señora del Perpetuo Socorro o a algún travieso lwa (espíritu del vudú) su protección.
Los trabajadores de salud han quedado en el frente de batalla, ya que no solo sus insumos, sino ellos mismos se han convertido en una necesidad para la cura y recuperación de los combatientes, por lo que se han producido literalmente secuestrados para ponerlos a trabajar en hospitales improvisados por las bandas.
Un estudio realizado el año pasado en Puerto Príncipe indicó que el cuarenta y cuatro por ciento del personal de salud sufrió el secuestro de un colega desde el comienzo de la crisis.
Por lo que ya no para cuadros complejos, sino para resolver una simple quebradura o la inminencia de un parto, se ha convertido en un desafío.
Los bandidos ni siquiera se detienen frente a las salas de cuidados intensivos neonatales, posiblemente porque ignoren lo que esto signifique, arruinando equipos tan vitales como una incubadora o algún otro de alta complejidad.
Los médicos han dado testimonios acerca de que solo les ha quedado dejar morir pacientes, con patologías absolutamente tratables en contexto de normalidad. Ya ni hablar de enfermedades más complejas que no continúan avanzando incluso con tratamientos, condenando a una muerte segura y cruel al paciente.
La crítica situación en que estas guerras han metido a todo el universo de la salud haitiana, ha obligado a muchos médicos, enfermeros y técnicos a escapar del país, por su propia seguridad, como quien huye de un desastre natural.