Maciek Wisniewski
El comparativismo vejatorio, como subproducto de la industria del holocausto al servicio de justificar la violencia contra los palestinos y el robo de sus tierras, es de vieja data
A tres semanas del siguiente cortar el césped, como los israelíes denominan los periódicos bombardeos de Gaza, esta vez en respuesta a la respuesta armada de Hamas del 7 de agosto y con un fin explícito de que no vuelva a crecer nada (parece que ni la gente), seguimos, sin poder hablar siquiera de un cese al fuego humanitario, atados también, como apuntaba S. Žižek, por una extraña prohibición de contextualizar (una suerte de Denkverbot, prohibición de pensar): los que intentan ofrecer elementos para comprender lo ocurrido acaban acusados de apoyar o justificar el terrorismo. Algo comparable, perdonen la tautología, ocurre con las comparaciones.Prohibición de comparar (¿Vergleichverbot?), no extraña en la medida en la que, si bien hecha, la comparación sirve para el análisis al ayudar a descubrir verdades más profundas sobre causas o posibles resultados de los acontecimientos y ofrece, precisamente, el contexto −en este caso acerca de la ocupación militar israelí, el colonialismo de colonos, el régimen racista y supremacista del apartheid− y nosotros estamos ya en tal nivel de las cosas que la cobertura mediática objetiva perjudica a Israel.
Igualmente no extraña que ellos pueden comparar y nosotros no, inscribiendo, por ejemplo, acciones de Israel en Gaza en clave histórica del fascismo o la lucha palestina en clave de resistencia anticolonial (Argelia): ¡sería terrorismo! Mientras tanto, según los políticos israelíes Israel está luchando contra los nuevos nazis. Y los eventos de solidaridad con Palestina en EEUU son comparables −léase: difamables−, según el director de la Liga Antidifamación (sic) con la (infamosa) manifestación pronazi de 1939 en el Madison Square Garden en Nueva York. ¡Ah, bueno!
Nihil novi (nada nuevo). Ya hemos estado aquí. El comparativismo vejatorio −¿cuántas (malas) comparaciones aguanta la historia?− como subproducto de la industria del holocausto (N. Finkelstein) al servicio de justificar la violencia contra los palestinos y el robo de sus tierras es de vieja data.
Menahem Begin, líder histórico de Likud, partido derechista de Benjamín Netanyahu, tildaba a la Organización de la Liberación de Palestina (OLP) de nazis. En 1982, durante la invasión israelí al Líbano, en la que explícitamente se propuso a exterminar a la OLP −junto con los palestinos refugiados allí a los que por otro lado se refería como bestias de dos patas (¿a qué nos suena esto?)− comparó a Arafat en Beirut con Hitler en su búnker en Berlín (A. Shlaim, Israel and Palestine, 2010, p. 240).
Un año después, inscrito en la misma tradición, Netanyahu comparó el bombardeo de objetivos palestinos con el bombardeo de objetivos nazis por los aliados durante la Segunda Guerra, pero el jackpot (premio mayor) en el concurso de la historia de la posverdad se lo sacó en 2015 al revelar que fue el muftí (jurisconsulto musulmán con autoridad pública, cuyas decisiones son consideradas como leyes) palestino Haj Amin al-Husseini quien convenció a Hitler de asesinar judíos. Son declaraciones calculadas −como las de Begin− para atribuir la animosidad palestina al supuesto antisemitismo histórico, en lugar de a la ocupación y la subyugación.
Los resultados de prohibición de comparar –habiendo, según R. Segal, experto israelí en holocausto, analogías alarmantes en las intenciones exterminadoras de Israel en Gaza y otros genocidios coloniales como el de los Herero y los Nama en Namibia–, son iguales a la prohibición de contextualizar: la censura orwelliana en los medios, cancelaciones para que nadie diga nada relevante sobre la historia de Israel y Palestina y la discusión en términos vacíos y moralizadores sin conexión con la realidad de ocupación y opresión colonial.
Así, mientras se objetan comparaciones viables –D. Lipstadt, aclamada historiadora del antisemitismo, rechazó el año pasado la analogía entre Israel y Sudáfrica del apartheid por ahistórica, pero hoy, junto con J. Biden y A. Blinken vio, desde luego, ecos históricos de holocausto en el ataque de Hamas−, se presenta el conflicto en Gaza en términos morales y metafísicos: bien contra mal, civilización contra barbarie, hijos de la luz contra hijos de las tinieblas, humanidad contra la ley de la selva, etcétera.
Al mismo tiempo se fuerzan comparaciones sin sustento: se finge equivalencia entre Israel y Gaza cuando no hay ninguna (potencia nuclear/cárcel a cielo abierto); se compara la devastación israelí de civiles a la defensa de Ucrania de la invasión rusa (J. Biden) o el ataque del 7/10 al 9/11 estadounidense, aunque ambos, en efecto, sirvieron para el mismo propósito: empujar viejas políticas planeadas (reordenar a su favor el Medio Oriente en el caso de EEUU y borrar a Gaza y transferir forzosamente su población en el caso de Israel).
La mencionada invasión al Líbano −unánimemente vista como gran falla de inteligencia israelí (¿a qué nos suena esto?)− fue un fracaso. Israel no ganó nada: no exterminó a la OLP, que se trasladó a Túnez, ni mantuvo al gobierno títere en Beirut. Después de 20 años de ocupación se vio forzado a retirarse con la cola entre las patas al dar a luz a una resistencia armada formidable: Hezbolá. En el camino hacia no obtener nada Israel mató 19 mil palestinos y libaneses, en su mayoría civiles (¿se acuerdan de Sabra y Shatila?). ¿Comparar o no comparar? He aquí una buena analogía, con todas las diferencias de hoy y de la propia Gaza. No extraña que las prohíban.
@MaciekWizz
Fuente: lahaine.org