Ugo Palheta
Cuando Eric Zemmour acaba de lanzar su candidatura a través de un vídeo que no deja lugar a dudas sobre el tipo de proyecto que tiene en mente, en una puesta en escena gaullista que disimula mal el contenido neopetenista de su discurso, merece la pena hacer un primer balance, desde el punto de vista de la lucha antifascista, de estos tres meses en los que Zemmour ha sido impulsado por los «grandes» medios de comunicación a la primera línea de la escena política
Sin ninguna duda, hay que empezar por constatar que los tiempos que corren han permitido a la extrema derecha ver aumentar su perímetro electoral potencial, al menos en los sondeos de opinión, pasando de alrededor del 30% antes del verano (si sumamos las intenciones de voto de Marine Le Pen y de Nicolas Dupont-Aignan) a un 36-37% según un reciente sondeo (sumando las intenciones de voto a favor de Zemmour); marcador al que habría que añadir los votos que podrían ir para Florian Philippot y François Asselineau. Por tanto, aunque la relación de fuerzas pueda cambiar de aquí a la próxima primavera, no es imposible, en absoluto, que el conjunto de componentes de la extrema derecha pueda reunir hasta un 40% de votos en la primera vuelta.
No engañarse sobre la situación política en Francia supone tomar en serio este ascenso electoral, sobre todo si recordamos que en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2017 la extrema derecha -representada por Le Pen, Dupont-Aignan y Asselineau- se situó en el 27% (un nivel que ya era históricamente muy alto). Y de ahí podemos sacar conclusiones de para qué sirvió el famoso bloqueo macronista[1]: estos últimos años, las mismas políticas neoliberales y autoritarias de Macron han producido los efectos similares: las organizaciones y las ideas fascistas o fascistoides han seguido avanzando, electoral e ideológicamente. Al mismo tiempo que los grupos más violentos han incrementado sus ataques contra activistas de izquierda, feministas y antirracistas en los últimos meses.
Integrar el extremismo en la mayoría, extremización de la mayoría
Esto se confirma en la hipótesis -la más probable en este momento- de una 2ª vuelta entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen, ya que en los sondeos de opinión esta última ha vuelto a ampliar la distancia con respecto a sus competidores (especialmente Zemmour, pero también LR[2]). A finales de junio y principios de septiembre, Le Pen sólo obtenía el 40% (ya significativamente por encima de su resultado de 2017, el 34%, y sin comparación con el de su padre en 2002, el 18%); ahora se sitúa en el 45%, acercándose a las cotas más altas que alcanzó hace unos meses, después del terrible asesinato de Samuel Paty, en el marco de una ofensiva reaccionaria total (en nombre de la lucha contra el separatismo, el islamoizquierdismo, etc.), con el voto de las leyes de Seguridad y Contra el separatismo.
Es posible que Le Pen se beneficie actualmente tanto de la impregnación ideológica derivada de esta ofensiva (en la que el poder macronista jugó un papel crucial) como por la hipermediatización de Zemmour en los últimos tres meses. Pero también cabe suponer que se beneficia de la desdiabolización de su perfil político, en contraste con el autor de Suicide français. En efecto, una encuesta realizada a mediados de noviembre de 2021 muestra -comparando los resultados con los de una encuesta de 2014 sobre la imagen de la ideóloga-, que hoy se le ve [a Eric Zemmour [a Eric Zemmour] mucho más como «de extrema derecha» (+24 puntos), «racista» (+23 puntos), «peligroso» (+23 puntos), «misógino» (+15 puntos) y «agresivo» (+9 puntos). Por su parte, Le Pen es juzgada con menos frecuencia como «agresiva» y «racista» en comparación con una encuesta de 2014 realizada por el mismo instituto.
Otro elemento importante a tener en cuenta es hasta qué punto la irrupción de Zemmour en los medios de comunicación y en las encuestas ha acelerado el extremismo de la derecha burguesa clásica. Así, las primarias de la derecha se han desarrollado casi en su totalidad en el terreno marcado por Zemmour de una Francia amenazada, sumergida, al borde de la aniquilación por el exceso de inmigración, la delincuencia endémica, etc. No se trata simple o principalmente de que uno de los candidatos -Eric Ciotti- haya tratado de imitar en todos los sentidos las posiciones de Zemmour, incluso haciendo suya la pseudoteoría conspirativa y racista del gran reemplazo. El conjunto de candidatos (Éric Ciotti, Valérie Précresse, Michel Barnier, Xavier Bertrand) ha interpretado lo misma música Zemmour; hasta Michel Barnier, que podría aparecer inicialmente como el más centrista, lo ha hecho[3].
En este sentido, tiene razón Stathis Kouvélakis cuando afirma que Zemmour ya había ganado antes [la batalla] gracias a la difusión de sus ideas en una gran parte de la arena política (aunque es posible que su candidatura sea finalmente un fracaso). Y no será la derecha macronista la que niegue esta afirmación, pues en los últimos años no ha dejado de explotar de forma intensiva las obsesiones, el lenguaje y las propuestas de la extrema derecha; principalmente a través de figuras como Darmanin, ministro de Interior, Blanquer, ministo de Educación y Vidal, ministra de Enseñanza superior.
La vía muerta del todo menos Zemmour
Al menos existen dos razones que nos permiten ver la vía muerta que supone una estrategia [electoral] de todo menos Zemmour.
La primera es que esa estrategia minimiza el peligro que sigue representando el FN/RN [Marine Le Pen], y oculta el hecho de que su proyecto político no es menos opresivo que el de Zemmour[4], y subestima la solidez de su anclaje electoral. Si Marine Le Pen parece actualmente capaz de superar la prueba de choque de la aparición de un candidato rival apoyado por un imperio mediático (el de Bolloré), es porque Zemmour nunca ha picado significativamente en la franja popular de su electorado (obreros y empleados), entre los que la intención de voto a Le Pen es muy estable y ampliamente superior a la del resto.
La segunda razón es que la focalización en el fascista Zemmour tiende a ocultar no sólo el extremismo de las fuerzas de la derecha burguesa (macronista y de LR), del que el periodista de Le Figaro [Zemmour] es un producto puro, sino también los procesos de fascistización que han desencadenado las políticas islamófobas, antimigratorias y de ultrasecuritarias que se han llevado a cabo, sobre todo, en los últimos veinte años. Pensemos en particular, en el último período, en las dos leyes liberticidas gemelas (seguridad global y separatismo) que pudieron imponerse con extrema facilidad, lo que no quiere decir sin que fueran contestadas, en medio de una instrumentalización descarada e implacable de los atentados, cuyo objetivo era disolver las organizaciones musulmanas (en nombre de la lucha contra el separatismo) y descalificar a la izquierda (por su supuesta complicidad, designada bajo una expresión – islamoizquierdismo- directamente tomada de la extrema derecha).
Estrategia antifascista y lucha contra la islamofobia
Cualquier estrategia antifascista debe enfrentarse tanto a las fuerzas fascistas (las que ocupan el terreno electoral/institucional y las que pretenden dominar la calle), como a los procesos de fascistización que, en forma de transformaciones institucionales e ideológicas, proporcionan un terreno fértil para la progresión de la extrema derecha (de sus organizaciones y de sus ideas).
En el contexto francés actual, parece bastante evidente que la islamofobia desempeña el papel principal en términos de vector de fascistización:
- institucionalización de la discriminación (en nombre de la amenaza que constituiría el Islam para la República y para Francia) ;
- banalización de los procedimientos arbitrarios dirigidos, en particular, a los musulmanes (desde los registros administrativos hasta la disolución sin motivos serios de las organizaciones que luchan contra la islamofobia);
- Deshumanización de las personas del Sur global que pretenden llegar a Europa (con el argumento de que son musulmanas y, por tanto, potencialmente peligrosas);
- Auge de una variante conspirativa de la islamofobia que legitima de antemano las políticas de limpieza étnica (¿para qué están quienes imaginan seriamente que Francia está ocupada, dominada, colonizada, etc., por las personas musulmanas?[5]
Todo ello hace que para el antifascismo la lucha contra la islamofobia sea fundamental en un país como Francia y, desde luego, en toda Europa occidental, en unas condiciones que se han vuelto especialmente difíciles, ya que ahora no sólo está estigmatizada por los medios de comunicación, sino también ampliamente criminalizada. En concreto, la forma en que recientemente el Consejo de Estado dio luz verde a la disolución del CCIF (Collectif contre l’islamophobie en France) constituye desde este punto de vista una advertencia para todos los colectivos o asociaciones que luchan contra la opresión:
«Por un curioso giro, la disolución del CCIF se aprueba así con el argumento de que al luchar -legalmente- contra la discriminación y el odio antimusulmán, se ha hecho culpable de la discriminación y el odio… En efecto, para el Consejo de Estado, «criticar sin matices» las políticas públicas o las leyes que uno considera discriminatorias es empujar a las víctimas de la supuesta discriminación por la pendiente de la radicalización e invitarlas a evadir las leyes de la República«[6].
No hay victoria contra el fascismo sin una alternativa política
El ascenso del neofascismo se deriva de una prolongada crisis de hegemonía, es decir, de la escasa capacidad de la clase dirigente francesa para obtener el consentimiento de la mayoría de la población a sus políticas (neoliberales), y de la desintegración de la relación entre representantes y representados (marcada por el debilitamiento de los partidos, el aumento de la abstención, etc.). Pero también tiene su origen en la crisis de la alternativa al capitalismo neoliberal, es decir, en otras palabras, en la crisis de la izquierda (si por tal entendemos las fuerzas que no han renunciado a desafiar al capitalismo de una u otra manera).
Sin embargo, sumado al declive de la socialdemocracia y de los partidos comunistas, la crisis de la hegemonía habría podido (o podría) constituir un terreno propicio para el renacimiento de las fuerzas portadoras de tal alternativa. De hecho, hemos visto este renacimiento en forma de éxitos electorales conseguidos por organizaciones como Syriza, Podemos o La France Insoumise, por figuras como Sanders o especialmente Corbyn, que han venido a desafiar la hegemonía de las corrientes de la izquierda neoliberal dentro del Partido Demócrata y del Partido Laborista respectivamente. Pero estos éxitos fueron efímeros y, por diversas razones, no cristalizaron en forma de organizaciones capaces de recrear vínculos orgánicos y duraderos con las clases trabajadoras.
En el caso francés, los movimientos sociales son vigorosos (si los comparamos con Inglaterra y Alemania, para quedarnos con la Europa occidental), al igual que las reflexiones críticas, pero la izquierda política ha fracasado en los últimos veinte años a la hora de impulsar una política emancipadora capaz de competir por la hegemonía con el dúo constituido por el extremo centro neoliberal y la extrema derecha neofascista. Hasta tal punto que la izquierda, si no incluimos al Partido Socialista (cuya política se situó íntegramente en el terreno de la derecha entre 2012 y 2017), solo logró el 21,3% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales (y solo el 27,7% si sumamos el resultado de B. Hamon, el candidato del PS). Sin embargo, podría estar en un nivel aún más bajo en 2022.
En todas las encuestas, es entre la clase trabajadora – obreros y empleados, es decir, alrededor del 50% de la población activa – donde la izquierda está en su punto más bajo. Uno podría consolarse imaginando que esto suprimiría ipso facto las ilusiones electorales y liberaría la combatividad, despejando un camino -si no una vía real- hacia la insurrección. En realidad, no es esto lo que vemos históricamente: la mayoría de los grandes momentos de conflicto social de masas, en los que se planteó concretamente la cuestión de la ruptura revolucionaria, fueron también momentos en los que la izquierda política consiguió reunir los votos de una gran parte de las clases trabajadoras y constituyó vastas organizaciones militantes, capaces de reelaborar el sentido común de los trabajadores desde dentro.
Es esta capacidad contrahegemónica y este vínculo orgánico con las clases trabajadoras lo que se ha perdido, y no va a ser por medio de una nueva unión de la izquierda o de unas primarias populares[7], colocando a todas las organizaciones existentes detrás de un solo candidato e imaginando que esto permitirá sumar las (pequeñas) puntuaciones de todas ellas, lo que bastará para salir de este marasmo. Los problemas son mucho más profundos y tendrán que ser abordados en el difícil período que se avecina. La unidad es políticamente necesaria -incluso electoralmente-, pero sobre la base de un proyecto rupturista, y no sobre una base vaga con fuerzas o figuras que han contribuido al desastre del quinquenio de Hollande y que desean renovar más o menos las mismas políticas neoliberales.
En efecto, es necesario movilizarse ampliamente contra Zemmour y su proyecto, especialmente desde el domingo [3 de diciembre, mitin de Zemmour] en París (como hicieron en Marsella). Pero una movilización de este tipo debería evitar centrarse demasiado en este personaje siniestro, so pena no sólo de dejar el campo libre a Le Pen y al FN/RN, sino también de subestimar la necesaria lucha contra todo lo que ha permitido el ascenso de Zemmour, En particular, la banalización de la islamofobia (y su radicalización), al más alto nivel del Estado y en los medios de comunicación, así como el autoritarismo estatal, ya sea que se manifieste diariamente a través del destino de las personas migrantes o a través de la red de seguridad de los barrios de trabajadores e inmigrantes.
Por último, si queremos conseguir victorias duraderas contra el fascismo y su ascenso, no podemos conformarnos con movilizaciones puntuales o con hacer retroceder a Zemmour; no podemos eludir la necesidad de reconstruir una organización de masas capaz de llevar -tanto en las movilizaciones como en el terreno electoral- una alternativa política al capitalismo racial y patriarcal.
https://www.contretemps.eu/zemmour-lepen-extreme-droite-antifascisme/
Ugo Palheta es sociólogo, profesor de la Universidad de Lille y miembro de Cresppa-CSU. Es autor de numerosos artículos para Contretemps, de La Possibilité du fascisme (La Découverte, 2018) y, más recientemente con Ludivine Bantigny, de Face à la menace fasciste (Textuel, 2021).
Traducción: viento sur
Notas
[1] En la segunda vuelta de las elecciones de 2017 Macrón se presentó como el único capaz de poner freno, bloquear, el desarrollo de la extrema derecha en Francia. N d T.
[2] Les Republicans (dereche tradicional). [3] En la primera vuelta de las primarios Ciotti y Précresse han pasado a la segunda, en la que se ha impuesto Valérie Précresse, actualmente presidenta del Consejo Regional parisino. [4] Los repetidos llamamientos de Marine Le Pen para que Zemmour se una a su campaña demuestra que no está en absoluto en desacuerdo con él en cuanto al fondo. Sus partidarios insisten, con razón, en que todo lo que defiende ya ha sido promovido por el FN/RN en las últimas décadas, pero con su propia estrategia. [5] La respuesta se encuentra en los atentados cometidos por militantes fascistas -desde Breivik hasta Tarrant- en los últimos años en nombre de la lucha contra la islamización o el «gran reemplazo de Occidente . [6] Extracto de un texto firmado por numerosas organizaciones: «La disolución de la CCIF validada por el Consejo de Estado: ¡las asociaciones en peligro! [7] De cara a las elecciones del próximo año y dado el descalabro de todas las fuerzas de izquierda, se puso en marcha una iniciativa ciudadana por unas primarias populares, en las que la gente podía votar por una lista de candidatos que iban desde el PS al NPA con el objetivo de que toda la izquierda desistiera a favor de quien fuera elegido como forma de establecer una sola candidatura de izquierdas.