A pesar de la creciente resistencia en su país, el presidente francés Emmanuel Macron ha conformado una alianza de facto con el partido derechista de Marine Le Pen. ¿Qué espera lograr?
Gregor Fitzi
No bien asumió el cargo, el nuevo gobierno francés del primer ministro Michel Barnier se vio ante la necesidad de superar su primera moción de censura el 8 de octubre. Esta había sido solicitada por el Partido Socialista, que lidera la alianza de izquierda del Nuevo Frente Popular. Con esto llega a su fin la turbulenta fase política que había comenzado con las elecciones anticipadas del 30 de junio y el 7 de julio. Pese a todas las predicciones de los encuestadores, que habían dado como ganador de las elecciones al partido de extrema derecha Reagrupamiento Nacional (RN), la alianza de izquierda sorprendentemente triunfó y se lleva la mayoría relativa de los diputados. En cualquier democracia parlamentaria, el presidente habría encomendado a la candidata a primera ministra del Nuevo Frente Popular, Lucie Castets, la tarea de formar un nuevo gobierno. De haber fracasado, debido a una moción de censura, se podrían haber buscado otras soluciones. No ocurre lo mismo en Francia, cuyo sistema presidencial otorga al presidente amplios privilegios y, por lo tanto, puede nombrar en los hechos al gobierno.
Al principio, el presidente Emmanuel Macron se tomó su tiempo hasta que terminaron los Juegos Olímpicos. Luego, en el curso de prolongadas consultas, se dio cuenta de que RN no era reacio a tolerar un gobierno minoritario conformado por el partido Juntos por la República de Macron y los restos del partido gaullista Los Republicanos. Por supuesto, con la condición de que la política gubernamental también tenga una firma decididamente de derecha. El resultado de las elecciones quedó, así, patas arriba: surgió una coalición de perdedores. Cuenta con el apoyo del partido de extrema derecha, ante cuyo ascenso al poder los franceses habían formado con éxito un Frente Republicano en las elecciones de verano. La indignación en las filas de la alianza de izquierda fue gigantesca. Olivier Faure, líder de los socialistas, consideró que la formación de gobierno era un ataque.
Lo único que faltaba era el hombre adecuado para dirigir el nuevo gobierno. El elegido fue Michel Barnier, un diplomático maduro y de larga trayectoria que había negociado con el Reino Unido las condiciones marco del Brexit. Pero también un político cuyas posturas están lo suficientemente a la derecha como para complacer a Marine Le Pen. Barnier ya demostró, antes de que se formara gobierno, que puede estar a la altura de sus expectativas. Reprendió severamente al recién nombrado ministro de Finanzas y Economía, Antoine Armand, después de que dijera en la radio que el derechista RN no formaba parte de las fuerzas democráticas constitucionales. Poco después, Barnier llamó por teléfono a Marine Le Pen y le pidió disculpas por los dichos del ministro.
Este coqueteo con la extrema derecha provocó una ola de indignación, incluso dentro del partido de Macron, que llevó a la dimisión de cuatro diputados. Pero ahora el gobierno de Barnier está firme, ya ha superado la primera moción de censura en su contra gracias a RN y se está preparando para impulsar en el Parlamento la ley de financiamiento de 2025 con esta constelación. Para impedir que la izquierda siquiera intente encontrar una mayoría parlamentaria, Macron ha firmado una alianza de facto con Le Pen. Surgen interrogantes sobre las razones que tendrían ambos para atreverse a este experimento y qué riesgos corren tanto ellos como el sistema político francés en su conjunto.
Bajo la presidencia de Macron, la deuda soberana de Francia ha pegado un salto. Esto se debe en buena medida a las exenciones fiscales para grandes empresas e individuos con altos ingresos que Macron ha introducido desde 2017. Como estas exenciones no produjeron la recuperación económica deseada, el ganador de las elecciones, el Nuevo Frente Popular, quiere dar marcha atrás con ellas e iniciar una política keynesiana contracíclica. Macron, que se siente obligado ante la asociación francesa de empresarios MEDEF, quiere impedir esto cueste lo que cueste. Y junto con Le Pen –que también se acercó a la asociación de empresarios en julio, cuando su partido parecía hacerse del poder– puede hacerlo. De este modo, para Macron, la alianza de facto con RN es la oportunidad de continuar su política económica y previsional a pesar de la creciente resistencia de la sociedad francesa; Le Pen, por el contrario, la ve como una oportunidad para entrar con paso firme en el salón de la alta burguesía francesa.
Pero la «relación peligrosa» de Macron también se debe a una cuestión de poder político. La mayoría que alguna vez tuvo el presidente ahora se ha reducido a una minoría profundamente dividida. La lucha por la sucesión de Macron ya está en marcha. Mantener a sus tropas bajo control es cada vez más difícil. La búsqueda de una mayoría parlamentaria por parte de la alianza de izquierda habría acelerado el proceso de formación de nuevos grupos de centroizquierda de tinte socialdemócrata a partir de la alianza centrista de Macron. Estos acontecimientos también deberían posponerse a toda costa.
Sin embargo, con sus políticas recientes, Macron corre el riesgo de deslegitimar completamente a su familia política, el centro neoliberal radical. No solo se postuló dos veces a la Presidencia como alternativa a la derecha radical de Marine Le Pen, sino que, a pesar de todas las dudas sobre sus programas políticos, mucha gente lo votó a él por eso. Además, unos 80 de los 163 diputados del grupo que apoya al presidente llegaron al Parlamento como parte del Frente Republicano porque los candidatos de izquierda decidieron no presentarse a la segunda vuelta de las elecciones. Con las políticas actuales de su partido, están traicionando la confianza de un importante porcentaje de sus votantes. La alianza de facto entre Macron y Le Pen significará que en el futuro nadie de ese grupo podrá jactarse de ser una alternativa a la extrema derecha. Quienes quieran eludir este presagio, tarde o temprano tendrán que decir adiós al centro neoliberal de Macron. Hasta el momento son cuatro diputados, pero el dique ya se rompió.
En el otro extremo de la alianza de facto que apoya al gobierno de Barnier, Marine Le Pen puede estar contenta con que su partido se haya convertido en una referencia significativa para los intereses de los representantes de los empresarios y haya roto así el cortafuegos antifascista entre las elites francesas. Ve ahí un buen punto de largada para llegar al poder en las elecciones presidenciales de 2027. Solo le falta demostrar, en la próxima votación sobre la ley de financiamiento de 2025, que es una representante convencida de los intereses de la industria francesa. Sin embargo, esto también la pone en riesgo, porque es una amenaza para su reputación populista de «protectora de la gente común» contra el corrupto sistema de poder de Macron. Su jefe de prensa ya está tratando de difundir el mito de que la alianza de izquierda Nuevo Frente Popular decidió voluntariamente no formar gobierno para que permanezcan en el poder siempre los mismos, es decir, los macronistas.
Sin embargo, la esperanza de que nadie se dé cuenta de hasta qué punto el grupo de extrema derecha RN está complaciendo a la elite dominante durará poco. Barnier no tiene ninguna intención de reforzar el poder adquisitivo de los franceses, como prometió incluso el partido de derecha radical durante la campaña electoral. Más bien, impondrá nuevos recortes en el Estado de Bienestar y «quizás, pero solo por un tiempo» –como dice la declaración del gobierno– reintroducirá parcialmente los impuestos para los súper ricos y las grandes empresas.
Retener el poder a toda costa en manos de la elite neoliberal que hace tiempo perdió el consenso en el país perjudicará a ambos representantes de la alianza de facto entre Macron y Le Pen. Pero el que está sufriendo es, sobre todo, el sistema político francés. Cada vez más votantes ven confirmada la impresión de que los políticos simplemente ignoran su voluntad democrática. Así, la legitimidad del sistema presidencial francés ha alcanzado su nivel más bajo desde que fue introducido por Charles de Gaulle en 1958. El deseo de reformar el sistema es cada vez más fuerte.
Nota: la versión original de este artículo en inglés se publicó en IPG y está disponible aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca
Fuente: nuso.org