Francia agoniza en el Sahel

Guadi Calvo

Sahel

A mediados de diciembre último, se conoció que unos cuarenta aldeanos habían sido asesinados en la región de Tera, en dos ataques coordinados contra las comunidades de Libiri y Kokorou, en el oeste de Níger, próximas a la frontera de Burkina Faso.

Esta noticia, elegida casi al azar, se repite de manera casi cotidiana desde abril del 2012 en grandes áreas del Sahel. Y desde entonces nunca esas operaciones terroristas han podido ser neutralizadas, a pesar de la fuerte presencia de militares franceses, estadounidenses y de operaciones de la OTAN, que junto a los ejércitos locales han intentado contener el avance de los fundamentalistas.

En ese contexto, y a pesar de que la khatiba de al-Qaeda, Jamāʿat nuṣrat al-islām wal-muslimīn (Grupo de apoyo al islām y los musulmanes) y el Estado islāmico para el Gran Sahara, la franquicia del Daesh, para esa región, se inició un proceso de profundos cambios políticos, inspirados en la voluntad nacionalista y el rechazo a Occidente, y particularmente el surgimiento de un sentimiento antifrancés, que maduraba en esas sociedades desde muchas décadas atrás.

Por lo que, a pesar de lo crítica de la situación de seguridad, los países de la región comenzaron en 2020 un proceso de expulsión de sus territorios de la agobiante presencia francesa, que con sus fuerzas armadas y sus empresas expoliaron durante más de un siglo no solo los recursos naturales de esas naciones, sino que cada vez que le fue necesario, la metrópoli también utilizó a su población como carne de cañón para la multitud de guerras en las que, finalmente, Francia ha sido derrotada o salvada a último momento por sus aliados.

Hemos seguido ese proceso desde su comienzo en Malí, tras el golpe militar que desplazó a la casta política que, en contubernio con París, seguía explotando sus recursos, sin una sola medida que beneficiara a sus pueblos.

Tras aquel golpe, comenzó el rápido proceso de desintegración de lo poco que quedaba del imperio francés en África junto a su aceitado sistema del saqueo de materias primas en aquellos países, y casi de manera aluvial siguieron a Mali Burkina Faso (2022), más tarde Níger (2023) y al año siguiente Chad y Senegal, a los que ahora se suma Costa de Marfil, en la decisión de terminar con la presencia de militares y operaciones francesas en sus territorios.

Los primeros tres países, que en 2023 crearon la Confederación de Naciones del Sahel, con la que han puesto coto a Francia y algunos de sus aliados a sus políticas de saqueo, llevando la relación entre esas naciones y la antigua metrópoli, al menos nivel de contacto, incluso diplomáticamente.

La larga historia de Francia, con las naciones de esa región, que se inicia de la manera más brutal, en los primeros años del siglo pasado, ha hecho que estos países se sigan manteniendo entre los países más pobres del mundo, como lo indica el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas.

Aunque Francia no solo se dedicó al saqueo de los gigantescos yacimientos de oro, petróleo, uranio y otros minerales de esas regiones aparentemente yermas, sino que también ha echado mano de sus poblaciones, enrolando a millones de sus hombres en las diversas guerras que ha sorteado particularmente a lo largo del siglo XX.

Ya a finales del siglo XIX, Francia, como potencia imperial, crea el cuerpo de Tirailleurs Sénégalais (Fusileros Senegaleses), que se comenzaron a utilizar al estilo de los cipayos británicos en India, como ejército de ocupación en sus propias naciones.

A ellos recurrieron durante la Primera Guerra Mundial, a la que fueron enviados más de medio millón de africanos, sumándose a los otros trescientos mil hombres llegados desde Indochina, para morir en batallas como las de Somme, Verdún o Cemin des Dames, entre abril y mayo de 1917, en la que dejaron la vida casi ocho mil de esos Tirailleurs Sénégalais; de ese grupo, 1.400 murieron, más por causa del frío que por el fuego alemán. En 1915 las “unidades negras”, como también se conocía a los fusileros senegaleses, los que en verdad provenían de diversos países de África occidental. Entre dos mil quinientos y tres mil de ellos fueron enviados a luchar al frente oriental, contra el Imperio Otomano, el principal aliado de Alemania en la Gran Guerra, habiendo participado en la batalla de Galípoli, de cuya actuación la historia oficial no ha registrado nada.

En el espacio de entre guerras, Francia utilizaría a sus “tropas indígenas” para aplacar las revueltas independentistas de Argelia y Túnez en 1920 y en 1925 en lo que se conoce como la Guerra del Rif en Marruecos, liderada por el legendario Abd-El-Krim.

A lo largo de la Segunda Guerra Mundial, nuevamente entre 35 y 70 mil africanos fueron arrastrados otra vez para combatir contra Alemania; en esta oportunidad se estima que más de la mitad murió en combate. Tres mil de ellos, fueron torturados ferozmente por los nazis, quienes se negaban a reconocer que esa “raza inferior” eran hombres de un altísimo espíritu de combate, que en más de una oportunidad habían puesto coto a los escuadrones de la Wehrmacht (Fuerza de Defensa). Otros muchos también murieron en diferentes Frontstalag (campos de prisioneros alemanes en Francia). Se estima que unos quince mil africanos pasaron por allí, entre ellos Léopold Sédar Senghor, poeta y más tarde presidente de Senegal.

A raíz de las primeras desmovilizaciones de tirailleurs, se produce uno de los hechos más aberrantes ejecutados en la historia colonialista francesa, lo que se conoce como la masacre del campo de Thiaroye (Senegal), del primero de diciembre de 1944.

Varios centenares de tirailleurs, a punto de ser licenciados, se encontraban en esa base a espera que se resolviera su paga tras su licenciamiento. Las autoridades francesas querían pagar solo el veinticinco por ciento de lo pactado al momento del enrolamiento, mientras los soldados se conformaban solo con el cincuenta por ciento de lo prometido.

A medida que el conflicto se extendía en el tiempo, la comandancia decidió resolver el problema, sorprendiendo a los tirailleurs, del campo de Thiaroye, que, en pleno descanso a mitad de la noche, lisa y llanamente fueron ejecutados por unidades artilladas.

Nunca se ha podido conocer el número real de estos muertos; diversos autores han hablado de setecientos, alguno incluso de más, hasta como mínimo trescientos, aunque Francia reconociera, y ni siquiera oficialmente, treinta y cinco.

El decadente imperio volvería a apelar a los tirailleurs, junto a combatientes magrebíes, para la guerra de liberación de Indochina 1946-1954, habiendo trasladado a cerca de sesenta mil en total.

Los primeros dos mil africanos llegaron al sudeste asiático en abril de 1947; al año siguiente el número fue de diez mil y desde entonces, año a año, se fue incrementando su presencia. Dada su calidad como soldados, ellos estuvieron a cargo de la defensa del estratégico golfo de Tonkin, y fueron fundamentales para que el desastre de la batalla de Diên Bien Phu, en la primavera de 1954, que marcaría el fin de la presencia gala en Indochina, no fuera todavía mucho más humillante de lo que ha sido frente al Vietminh.

En la jungla y los bañados vietnamitas murieron y desaparecieron cerca de seis mil tirailleurs del África Occidental Francesa (AOF) y del África Ecuatorial Francesa (AEF), junto a más de veinte mil de sus hermanos magrebíes.

Nuevamente, y en este caso durante la Guerra de Independencia de Argelia (1954-1962), las tropas africanas, en un número de cinco mil, se sumaron al ejército francés y a los cerca de 180 mil harkis, milicianos argelinos, que reportaban al ejército francés, para enfrentar la insurgencia del Frente Nacional de Liberación (FNL), que tras seis años de guerra revolucionaria en la que Francia aplicó los más aberrantes métodos represivos, los que más tarde se conoció como la Escuela Francesa, secuestros, desapariciones, torturas, escuadrones de la muerte y ejecuciones sumarias.

La misma guerra sucia que, pocos años después, sería aplicada por varias dictaduras latinoamericanas como las de Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, entre otras.

Ahora Costa de Marfil

Como un eslabón más de la cadena de países africanos que se están deshaciendo de la rémora francesa, ahora aparece Costa de Marfil, cuyo presidente, Alassane Ouattara, ha anunciado en su discurso de fin de año, la retirada de los últimos seiscientos militares franceses que la antigua metrópoli mantenía en el país, pertenecientes al 43 Batallón de Infantería de Marina (BIMA), de Port-Bouët, a las afueras de Abiyán, la capital económica marfileña.

Costa de Marfil, se habían convertido en los socios más importantes de la región tras la deserción de Mali y Chad, otras naciones claves para el armado neocolonial francés.
Particularmente, Costa de Marfil, se había convertido, en el último reservorio para las fuerzas francesas desplazadas de los otros países de la región.

El presidente de Senegal, Bassirou Dioumaye Faye, por su parte, cumpliendo lo prometido en su campaña electoral, había anunciado, el 31 de diciembre, que en 2025 se pondrá fin a toda presencia militar extranjera en el país.

Es en este contexto que el presidente francés Emmanuel Macron, ignorando la trágica presencia francesa en el continente africano, les ha reprochado a los países africanos, en un discurso del lunes seis, que no le hayan agradecido a París: “sus esfuerzos en la lucha contra el terrorismo en la región”, donde Francia agoniza, sin llegar a morir, y eso es lo verdaderamente peligroso para el Sahel.

Línea Internacional

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