Focalización o no focalización

Carlos Revilla Maroto

solidaridad

Con este pequeño artículo pretendo aportar algunos elementos al debate —nunca cerrado— dentro de la socialdemocracia sobre la pertinencia de la focalización en la política social.

Empiezo diciendo que el objetivo de la focalización, es dirigir los recursos de un programa social únicamente a aquellas personas o grupos, cuya situación económica o social se sitúa por debajo de cierto umbral. En teoría, esto permite que todos los integrantes del grupo verdaderamente necesitado se vean beneficiados, evitando el “desperdicio” de recursos en quienes no lo requieren. En términos técnicos y administrativos, suena razonable. ¿Por qué, entonces, ha sido un tema de debate —y de fricción— dentro del pensamiento socialdemócrata?

Para contestar esa pregunta, hay que hablar del viejo dilema de caridad vs. justicia social. Recordemos que la socialdemocracia nace con la aspiración de construir una sociedad más justa, no solo más eficiente. Y ahí aparece la contradicción. La focalización, si bien puede optimizar el uso de recursos, se parece demasiado a aquella vieja “caridad del mendrugo” que se practicaba en nuestros barrios hasta bien entrados los años sesenta: una ayuda mínima, condescendiente, que se da solo a quien demuestra estar absolutamente necesitado. Una lógica que termina separando a la población entre los “pobres merecedores de ayuda” y los demás.

Pero ser socialdemócrata —como afirmaba Lionel Jospin, que incluso va más allá y habla de socialismo— no es solo aliviar la pobreza, es reducir la desigualdad, en particular la que proviene del origen social y no de los méritos o esfuerzos individuales. El Estado socialdemócrata no es un dispensador de limosnas, sino una maquinaria colectiva para transformar el destino de las personas, especialmente de las más vulnerables.

Por eso, la socialdemocracia ha defendido históricamente el universalismo en la política social, en contraposición con la lógica focalizadora. El Estado debe garantizar derechos para todos, no beneficios condicionados para unos pocos. La educación pública gratuita, la salud universal, las pensiones solidarias, todos estos pilares del Estado social son universales. No se pregunta cuánto gana el estudiante para que acceda a la escuela o colegio, ni si el enfermo tiene patrimonio para ser atendido en algún hospital o clínica pública.

Sin embargo, existe una forma de focalización compatible con el ideal socialdemócrata, me refiero a aquella que busca garantizar el acceso a servicios universales a quienes enfrentan mayores barreras. Es decir, focalizar no para excluir, sino para incluir plenamente en lo que es un derecho para todos.

Un ejemplo claro de lo anterior es el programa Avancemos, que otorga transferencias monetarias condicionadas a familias en situación de pobreza, para que sus hijos puedan asistir y permanecer en el sistema educativo. El programa focaliza recursos, sí, pero lo hace para garantizar el ejercicio del derecho universal a la educación. No reemplaza la educación pública universal; más bien la complementa y refuerza, atendiendo a las desigualdades materiales que impiden su pleno acceso.

En contraste, las corrientes socialcristianas —más inclinadas a la lógica subsidiaria que a la de derechos universales— han adoptado sin demasiados reparos la focalización. Para ellas, el Estado interviene solo cuando la familia o el mercado fallan, y esa intervención debe ser puntual, medida, controlada. No hay contradicción en ofrecer una ayuda focalizada al más pobre; no se ve como una injusticia estructural, sino como una necesidad individual.

Hago notar que tanto el socialcristianismo como el populismo de derechas pueden coincidir en el uso de la focalización como herramienta de política social, pero lo hacen desde fundamentos ideológicos muy distintos.

Para entender lo anterior podemos ver este ejemplo: Un socialcristiano podría justificar un bono a las familias pobres con base en la solidaridad cristiana, siempre que no cree dependencia, mientras que un populista de derecha podría justificar el mismo bono como una ayuda a “nuestra gente”, pero excluyendo a ciertos grupos (migrantes, minorías, “vagos del sistema”).

En los años 90 del siglo pasado, con la llamada “tercera vía”, muchos partidos socialdemócratas abrazaron el discurso de la focalización, presentándola como una modernización del Estado. Tony Blair en el Reino Unido fue su emblema. Pero esa “tercera vía” pronto se reveló como una concesión ideológica al neoliberalismo, manteniendo las formas del Estado social, pero vaciando muchos de sus contenidos transformadores.

En cambio, voces como la del francés Lionel Jospin, recordaron que no se trata solo de gestionar la pobreza, sino de combatir las causas estructurales de la desigualdad. Y eso exige más que focalizar. Exige políticas públicas fuertes, redistributivas, universales, sostenidas por una ciudadanía que se siente parte del mismo proyecto colectivo.

Afortunadamente la «tercera vía» ya es cosa del pasado y la socialdemocracia reconoció el error cometido.

Entonces, el debate no es sobre si el Estado de bienestar debe reformarse —eso es inevitable—, sino sobre cómo hacerlo sin traicionar su espíritu, que es el de garantizar derechos, reducir desigualdades y proteger a los más vulnerables. Y aquí la palabra francesa providence resulta ilustrativa. No se trata solo de “bienestar” o welfare, sino de prever, proteger, anticipar y dar condiciones para una vida digna. En ese sentido, la focalización —cuando se convierte en el principio rector— contradice esa lógica providente y transformadora. Pero cuando focalizar significa quitar obstáculos para ejercer derechos, entonces la tensión se disipa.

Para finalizar, decir que si la socialdemocracia quiere recuperar su sentido histórico, no puede conformarse con administrar la pobreza. Debe volver a pensar en grande, en cosas como la igualdad, en los derechos, en la dignidad. Y para ello, quizás el universalismo, aunque más costoso, es políticamente y moralmente superior. Ahora bien, tener presente que focalizar para incluir, para garantizar que nadie quede fuera de los servicios públicos universales, sí es coherente con el ideal socialdemócrata. La clave está en el para qué se focaliza, no para restringir, sino para ampliar el alcance de los derechos de todos.

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