Conversaciones con mis nietos
“Un ser humano es parte de un todo llamado por nosotros universo, una parte limitada en el tiempo y el espacio. Se experimenta a sí mismo, sus pensamientos y sentimientos, como algo separado del resto, una especie de ilusión óptica de su consciencia. Esta ilusión es una especie de prisión para nosotros, que nos restringe a nuestros deseos personales y al afecto por unas pocas personas que están más cerca de nosotros. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión, ampliando nuestro círculo de compasión, para abarcar a todas las criaturas vivientes y a toda la naturaleza en su belleza.”
-Albert Einstein
Arsenio Rodríguez
Navegando a través de esta catarata de opiniones, prejuicios, descubrimientos y curiosidades, me detuve en un artículo científico que hablaba sobre el valor de la constante de Hubble (que mide la tasa de la expansión del universo). Y leí que existía un intenso debate en cosmología y física sobre la velocidad de esta expansión, sobre el valor de esta constante. Sobre una llamada falta de precisión de la fecha de nacimiento de las galaxias. En la misma pantalla, también se anunciaba una orden ejecutiva de Trump, para cambiarle el nombre a un pedazo de mar.
Mientras leía esto, en la pequeña ventana de mi teléfono, pensé en la mente humana, esta herramienta de interpretación del universo, que trae a la existencia, las constantes de Hubble, descripciones, teorías, y prejuicios y tonterías acerca de las cosas que están «allá afuera de mí».
La mente, esa espuma de la consciencia, que gobierna, interpreta, manipula, conceptualiza, cree, afirma, desea, chismorrea, envidia, se envuelve y se enamora de un ego que llama suyo. Que construye puntos de vista, y reflexiona sobre los detalles más triviales, como el número de remeros en el barco de Ulises o cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler, o utiliza el lenguaje para crear miedos, como las cacerías de brujas en la edad media, o los migrantes haitianos que comen mascotas en Ohio de acuerdo con Trump. Y creerse estos cuentos.
Me maravillé, ante los cientos de miles de tesis, sobre tantos nichos especializados de conocimiento, y tanta conspiración, prejuicio y cuento.
Continué pensando, que el grado de consciencia y percepción de cada uno, parece estar asociado a la forma con que nos identificamos. Percibimos nuestro ser, como ese saco corporal y su contenido que va desde los pies hasta la nariz, o sea nuestro cuerpo y personalidad, y construimos una pequeña fortaleza del yo y su supervivencia, extensiva quizás a nuestra familia y la tribu con la cual nos identificamos.
Pero hoy parece haber un consenso creciente, entre físicos, ecologistas, cosmólogos, filósofos y místicos, de que el universo es un campo unificado continuo de flujos de energía. Todos coinciden, en una unicidad sistémica, en donde la fragmentación es sólo un espejismo sensorial y mental de cada uno.
Entonces, parece ser que, ya no podemos escapar del hecho de que toda la vida está íntimamente vinculada. Sin embargo, nuestros patrones de comportamiento, como individuos y sociedades, continúan basándose en la fragmentación, donde nos sentimos física y emocionalmente seguros, donde perseguimos nuestros instintos egoístas de supervivencia, basados en el miedo y en la competencia con los otros. Y a esto le llamamos naturaleza humana.
Por supuesto, los humanos variamos en sensibilidad y la definición del ámbito de nuestro ser y por ende nuestra percepción y relación con los demás, desde un Trump hasta un Mandela, para poner un ejemplo.
Entonces la pregunta que surgió en mí fue: ¿En estos momentos en que somos tantos, cuando nuestros sistemas de información y comunicación están tan conectados, cuando nuestro impacto sobre los bienes comunes que sustentan nuestra vida es tan patente, es que vamos a poder continuar operando bajo premisas de ignorancia y fragmentación, sin crear una amenaza desastrosa a nuestra civilización y supervivencia?
Es cierto que el egoísmo y el desinterés, la preponderancia de la individualidad o interdependencia, el egoísmo y el amor, siempre han sido dilemas sobresalientes en los impulsos, debates y discursos que guían nuestro comportamiento individual y social. Oscilamos entre “cada uno a lo suyo” y maneras comunitarias interdependientes que llevan a una vida sostenible, donde la preponderancia de la existencia separativa cede a la apreciación de que todos estamos interconectados y debemos amarnos unos a otros como nos amamos a nosotros mismos.
Pensando, todavía en la cama, conectado con el mundo mediante el internet, me doy cuenta de que nuestra humanidad está hoy vinculada como nunca en una nube de conversación global. Quizás hasta ahora baladí, pero ¿podrá convertirse en un instrumento de comunicación?
Los conceptos y códigos del contrato social que surgieron en un aislamiento relativo ahora están siendo expuestos, desafiados, redefinidos y sujetos a una constante comparación y evolución.
Millones y millones de voces y silencios, imágenes y símbolos chocan en el crisol de nuestra mente colectiva. Y una nueva cultura parece estar emergiendo de esta fusión. Por otro lado, diferentes etnias se están fusionando a escala global, a tasas nunca vistas en nuestra historia, los acervos genéticos están convergiendo, creando nuevos potenciales.
Al mismo tiempo, el miedo está creciendo en las culturas tradicionales nacionalistas, ya que temen la disolución, la pérdida de rasgos distintivos a causa de esta hibridación. Pero a simple vista, y teniendo en cuenta las corrientes de la evolución y la historia, las tendencias de convergencia son imparables.
Y quizás produzcan una nueva consciencia basada en el campo unificado de la vida. Tal vez, pensé, es lo único que puede salvarnos de nosotros mismos. Y como dijo una vez Don Ernesto Sábato: “… Sólo un sentido más fraterno de la vida puede curarnos… un deseo de transformar la vida en un terruño humano”.
Creo que estamos moviéndonos inevitablemente hacia un reconocimiento de la totalidad de la vida. Hacia la aceptación, no sólo intelectualmente, sino en nuestro comportamiento, de que la vida está orgánicamente interrelacionada en su totalidad.
Terminé mi monólogo mental con las siguientes conclusiones: por un lado, es obvio que la mayor parte de la humanidad está atrapada en una consciencia fragmentada. Y que si proyectamos nuestro futuro desde esta perspectiva, podemos imaginarnos una visión sombría del porvenir. Pero, por otro lado, parece ser que está surgiendo una comprensión de la naturaleza holística de la vida, llámese percepción espiritual o de sistema total, que tal vez entrará en pleno juego y creará efectivamente una sociedad humana sostenible
Detuve mi deliberación matutina diciéndome a mí mismo: “Poesía, mariposas, amaneceres, enamoramientos, supervivencia de las circunstancias más crueles ante la insensibilidad y los desastres, estrellas incontables, las noticias mundiales, y el acceso a toda esta información que aparece en el brillo artificial de mi teléfono. ¡Qué maravilla es vivir, qué obra maestra de belleza, misterio, ternura, contraste y posibilidad, es la vida!”
Salté de la cama y caminé afuera, hacia el crepúsculo de la mañana, entre árboles despiertos, arbustos y cantos de pájaros, la luz residual de la luna y las caricias de la brisa. Y estaba tan agradecido de ser, de Ser. Y de alguna manera, a pesar de la angustia y las incertidumbres, sobre las noticias políticas, y el futuro, sentí una suave sensación, como una caricia que me aseguraba que todo iba a estar bien.