Enrique Gomáriz Moraga
En medio de las tribulaciones que ocasionan las incertidumbres energéticas, principalmente en torno al suministro del gas, aparece en la mente de mucha gente en Alemania el recuerdo de Angela Merkel. En unos casos con nostalgia y en otros con odio irreparable. Pero resulta imposible no relacionar el drama actual de los gaseoductos con las decisiones adoptadas antes por el gobierno de Merkel.La excanciller se atrevió a romper su silencio a mediados del pasado junio, para defender con bastante coraje su estrategia frente a la Rusia de Putin. Su planteamiento parece sólido: no debería pedir perdón -sostiene- por haber usado la diplomacia para entenderse con Putin. “La diplomacia siempre es buena, aunque no funcione”. Sobre todo, si se ejercita en un contexto de seguridad europea que parecía estable. Y se tiene el respaldo de las dos principales fuerzas políticas del país (CDU y SPD).
De hecho, en su momento a nadie le pareció mal la estrategia central de Merkel: “impulsar el cambio en Rusia por medio del comercio”. Se suponía que el intercambio comercial beneficiaba a las dos partes y, al mismo tiempo, era una invitación a la consolidación democrática de Rusia. En teoría, era un planteamiento bastante razonable. Pero entonces, ¿qué fue lo que falló en la estrategia de Merkel frente a la Rusia de Putin?
La excanciller ya ha aclarado que no simpatizaba con el personaje. Putin le parecía un político rudo, en sus formas y en su fondo. Y en los encuentros entre ambos, no había muchos problemas de comunicación: Putin habla alemán y Merkel ruso. Es decir, fue a partir de esa constatación de desagrado que Merkel entendió que era mejor mantener relaciones de cooperación que optar por el enfrentamiento con el presidente Putin.
Ante todo, no hay que olvidar la experiencia previa de la canciller en un contexto de acercamiento entre occidente y la Federación Rusa. Merkel llegó a la cancillería en 2005 y desde ese año hasta 2010, las relaciones entre Bruselas y Rusia fueron inmejorables. No hay que olvidar que esos fueron los años del convenio entre Rusia y la OTAN, cuando la Alianza consideraba a Rusia como un “aliado estratégico para la seguridad europea”, según se afirmaba en el Concepto Estratégico de la OTAN de 2010.
A partir de este escenario, la estrategia del “cambio por el comercio” parecía acvorde con el sentido general del contexto. Y cuando se inició la crisis de Ucrania, de 2013 a 2015, la disyuntiva se planteó con crudeza: detener la relación comercial con Rusia o bien profundizar en la estrategia de estrechar lazos comerciales como vía de desescalada. Merkel eligió la segunda opción y apostó por ofrecer a Putin la superación de sus problemas internos para lograr una especie de contención exterior de Moscú.
Hoy sabemos que, al no lograr su objetivo, el comercio energético con Rusia se ha transformado en un arma geopolítica para el Kremlin. Y es posible que todavía no pueda saberse cuanta eficacia tendrá esa arma en manos de Putin. Pronto lo veremos, en cuanto pase el verano. De momento, un grupo de alcaldes alemanes ya está pidiendo al gobierno federal que mantenga los gaseoductos abiertos.
Pero cabe la pregunta de si la estrategia de Merkel (al cambio por el comercio) tropezó con una variable que adquirió independencia en la ecuación general: el cambio drástico en el contexto de seguridad. Todo indica que Putin ha privilegiado su percepción de nación postrada en el mundo de las grandes potencias, por encima de las necesidades internas de bienestar de su población. Y el desprecio altanero de Washington y Bruselas a sus demandas de seguridad (en términos de orgullo zaherido) han sido la otra pared del sándwich en que se encontró la estrategia negociadora de la canciller Merkel.
Como planteaba un documento del CESDEN (del Ministerio de Defensa de España) sobre Rusia en 2010: “Rusia está demandando la adopción de un nuevo marco de relaciones políticas y estratégicas con las potencias euro-atlánticas (…) Rusia reclama ese acuerdo de seguridad precisamente para fundamentar en él la planificación de su política exterior y de defensa. Si la propuesta rusa es ignorada o subestimada en Washington o en Bruselas sabemos cuál será la respuesta de Moscú, la planificación de una política exterior conflictiva y militarizada y de una política interior cada vez menos democrática y respetuosa de los derechos humanos”. (Monografía 113 CESDEN, 2010).
Hoy este documento parece toda una premonición.
En suma, la estrategia de Merkel fue derrotada por sus contendores en el este y en el oeste. La propuesta del cambio por el comercio fue vencida por el ascenso en la escalada de confrontación tanto desde la Federación Rusa como desde occidente. Si las condiciones de seguridad en Europa se hubieran mantenido estables, en el marco de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea (OSCE), la estrategia de Merkel hubiera sido la mejor opción para el desarrollo económico de todas las partes y el establecimiento de las condiciones para evitar el cierre de la democracia soberana de la Federación Rusa. Así las cosas, el principal fallo que se puede señalar a la estrategia de Angela Merkel es no haber tenido la capacidad de afirmar el esquema de seguridad previamente establecido en Europa. Aunque cabe la pregunta de si Alemania, incluso junto a Francia, tenía la fortaleza y la consistencia política para hacerlo, frente a quienes tanto al este como al oeste querían otra cosa. Puede afirmarse que la estrategia de Merkel no era mala en sí misma, pero tenía muy poderosos enemigos.