Conversaciones con mis nietos
Arsenio Rodríguez
Mi esposa andaba por México, visitando a una de nuestras hijas, y entre la pesadez de las noticias y con la ausencia de conversación y presencia, se me fue la mente en pos de los recuerdos. Enmarque éstos en el presente, mezclados con el derrame de noticias y aspavientos, asomados por la ventanita del teléfono.
Todo interpretado por supuesto, desde el punto de vista de esta de esta personalidad que creo ser.
Recordé cuando hace ya ocho años, salí de un Centro Hospitalario, donde estuve casi un mes después de una delicada operación de corazón abierto. Iba en un auto con mi esposa y mi hijo rumbo a un centro de rehabilitación, donde pasaría las próximas dos o tres semanas, hasta recobrar mi capacidad de valerme mínimamente por mí mismo.
Saliendo, hacia la autopista que nos llevaría a la ciudad donde vivo, disfrutaba el estar fuera de una ambulancia, de una cama, y un cuarto de hospital, por primera vez en casi un mes. Estaba asombrado ante los paisajes. Me llamó la atención sobre todo, el resplandor en el cielo. Era una tarde media nublada y el sol estaba escondido tras una formación de nubes. Sus haces de luz se percolaban a través de la nebulosidad, y producían un resplandor espectacular, como el de un amanecer en medio de la tarde. Sentí este resplandor vespertino como una aparición sobrenatural que me conmovió. Estaba como en un trance.
Mi familia quizás pensaba que estaba medio dormido, pero estaba extasiado de alguna forma interna postrado en reverencia, ante una belleza extraordinaria, que sentía que apenas era solo la sombra, el eco, de la luz de la Luz.
De alguna manera surgió en mi memoria, el recuerdo del aquel resplandor, mientras me tomaba el café Entonces todos los momentos vividos en este largo vivir, comenzaron a desfilar como procesión de películas de ayer. El eco del resplandor alumbrando mis recuerdos y yo veía, bajo esa luz de aparición, los momentos vividos, formando parte de la alborada que atravesaba las nubes.
Vislumbré una asombrosa producción, una obra que presentaba el viaje de cada gota en particular, de un repertorio de gotas infinitas, que regresaban al Mar sin orillas de donde surgieron. Las acciones del pasado, los amores, los errores, los momentos sublimes y los momentos de egoísmo. Escenas que todavía, al rememorarlas, remotas e insubstanciales, despertaban los sentimientos y emociones, que las acompañaron en su momento.
La vida es una revelación de imágenes en el tiempo. Asociadas con acciones y reacciones, ante los contextos y circunstancias, que rodean cada uno de los puntos de consciencia que somos. Las cuales son impresionadas en nuestra mente y definen lo que cada uno pensamos que somos. Nuestros contextos y circunstancias pueden ser muy parecidos, en tramas familiares, culturales etc., pero siempre son únicos, porque son interpretados por la individualidad, este yo de cada uno, que es un punto de vista singular, desde donde construimos nuestra mente, nuestro mundo. Donde definimos nuestros personajes.
Sí, estamos conscientes de que todos estamos hechos de los mismos componentes. Que todos nacemos y morimos, que sentimos dolor y alegría y la plétora de emociones variadas, que nos acompañan en este vivir. Tenemos consciencia de que somos individuos. Cada uno con su marco de referencia, su personalidad, puntos de vista, miedos, atracciones, gustos y disgustos particulares.
Hoy vivimos en un mundo totalmente interconectado, un planeta-barco. La ciencia nos confirma, la íntima interdependencia de todo en el universo. Corrobora la unicidad de todo, lo que místicos como San Francisco de Asís, descubrieron a través del amor.
Sin embargo, mantenemos una consciencia tribal en un mundo planetario. Y, seguimos cada vez más, en el sálvese quien pueda, en vez de comprender que nuestros destinos y sobrevivencia dependen de la interdependencia con los demás.
Alguien, observando el planeta desde otro sistema solar, diría; “que adelantados que están esos terrícolas”. Sí, hemos construido un planeta-hogar, pero nuestras mentes siguen viviendo en tribus, nacionalismos, partidos políticos, intereses, el sálvese quien pueda y el quítate tu para ponerme yo.
Pensando en esto salí al jardín a echarle semillas a los comederos de los pájaros.
Así somos todos, me decía a mí mismo, se nos olvida la magia del amor y la unicidad, el resplandor que nos sostiene, y vivimos enredados en nuestros enredos, cada uno protagonizando su obra, haciendo caso omiso del propósito y la estrecha relación que tienen los demás actores con nuestro bienestar. Mientras pensaba esto y llenaba los comederos, los pájaros enramados cantaban y me miraban de soslayo, los árboles abrían sus brazos para recibir la luz del sol, las ardillas hacían sus acrobacias y carreras, y todo sin que yo, ni nadie que yo conozca lo hubiese diseñado. ¡Y además esto esta pasando en todas lados a la vez! Y volví a sentir al resplandor..
Millones de imágenes en recuerdos e historias. Escenas de la obra en las cuales había participado de cerca u observado de lejos, se derramaban ahora sigilosamente en mi mente. Memorias de cosas que uno ha vivido, y de lo que uno ha escuchado, a través del tiempo -la historia, los noticieros diarios, los aspavientos. Los cuentos, todos los cuentos. De cosas que pasan. Todo pasa.
Y uno también pasa ¿pero hacia dónde, y para qué es este pasar?
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