El regreso a un mundo dividido

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

El final de la guerra fría fue acogido con acentuado optimismo por la comunidad internacional y, en particular, por la Organización de Naciones Unidas, que anunció al mundo los magnos dividendos de la paz. Se dejaban atrás décadas de un mundo dividido y enfrentado en grandes bloques, dando paso a una nueva oportunidad para el desarrollo global del desarrollo y la democracia. Ese optimismo incluso hizo pensar a algunos que se había llegado al fin de la historia. Las décadas que siguieron a aquel 1990 mostraron rápidamente que los conflictos no habían desaparecido del escenario y que el sistema unipolar emergente no estaba exento de grandes riesgos. Lejos de haber llegado a su fin, la historia continuaba.

Pero los veinte años que siguieron al fin de la guerra fría mostraron un escenario donde, con todas las turbulencias (la más grave, el surgimiento del terrorismo internacional como nueva amenaza global), tampoco había muerto la esperanza de acceder a un mundo menos dividido y polarizado. De hecho, en 2010 parecía que la OTAN y la Federación Rusa estaban dispuestas a celebrar algún tipo de matrimonio por interés. Sin embargo, las desavenencias, como en los matrimonios holiwudenses, llegaron pronto. La crisis en torno a la posición de Ucrania se evidenció en 2013 y desde ese momento hasta el estallido de la guerra nueve años más tarde, la comunidad internacional no fue capaz de detener la amenaza de la Federación Rusa de invadir el país vecino.

Existe coincidencia acerca de que la guerra en Ucrania no solo es un hecho atroz, sino que también es un síntoma de un proceso más global: el establecimiento de las bases de un nuevo mundo en formación. Un escenario que ha sido calificado como el correspondiente a una nueva trampa de Tucidides; es decir, el surgimiento de un centro emergente de poder mundial que puede o no desplazar al viejo centro en decadencia, algo que con frecuencia se ha resuelto mediante una guerra. El libro del profesor Graham T. Allison muestra que eso ha sucedido varias veces en la historia universal. Cierto, esta posibilidad tiene en la actualidad un filtro importante: nos encontramos en la era nuclear. El escenario de la guerra mundial del pasado siglo ya no es repetible, a menos que los contendientes quieran morir en el intento.

Pero más allá de las formas que pueda asumir ese hipotético conflicto militar, lo que parece indudable es que el presente mundo en formación parece regresar a la división que creímos haber superado. Todo indica que se está estableciendo una competencia creciente entre dos polos: una alianza de dos potencias nucleares, China y Rusia, de orientación autoritaria, frente a un Occidente, también nuclear, donde la democracia busca defenderse de sus enemigos internos y externos. Desde luego, como sucedió en el pasado, ese conflicto bipolar no descarta la existencia de un conjunto de países emergentes, cuyo mayor ejemplo es India, que juegan a posicionarse en una orientación intermedia, como lo hizo en el pasado siglo el movimiento de los no alineados. Pero ello no disminuyó la división del mundo que determinó la guerra fría.

El choque ideológico y cultural entre estos nuevos dos bandos tiene también relatos justificatorios. Desde occidente se alude a la necesidad de forzar al otro bloque al abandono de las acciones de poder sin reglas, mientras que China y Rusia concuerdan en exigir la desaparición definitiva del mundo unipolar, surgido en 1990, y el logro de una multipolaridad libremente elegida. No es necesario el esfuerzo de comprobar hasta qué punto este cuadro internacional puede calificarse de nueva guerra fría, pero lo que resulta indudable es que se está formulando un mundo nuevamente dividido.

Esta división global se retroalimenta de la profunda polarización sociocultural que experimenta la mayoría de los países occidentales. Esa evidencia en Estados Unidos se muestra también en muchos países latinoamericanos. La victoria estrecha de algunas fuerzas progresistas en la región ha llevado a pensar que estaríamos en presencia de una nueva marea rosa. Pero lo cierto es que, a diferencia de la primera década de este siglo, no se ha producido un corrimiento del electorado hacia candidatos de izquierda, sino que hay que hablar de gobiernos progresistas en sociedades prácticamente divididas por la mitad. Esa división sociocultural, que también afecta a Europa, sirve de base en algunos países para una polarización política exacerbada, que con frecuencia resulta caldo de cultivo para ofertas populistas de distinta orientación (ver los casos de Grecia, España, Italia o Polonia).

En realidad, la prolongación de la guerra de Ucrania es un síntoma de que el horizonte de un mundo dividido podría extenderse por buena parte de las próximas décadas de este siglo XXI. De igual forma, una detención pronta de la guerra en Ucrania sería síntoma de que la comunidad internacional es capaz de revertir este regreso a un mundo dividido. Desafortunadamente, algo no demasiado probable. Calza bien aquí la vieja idea de que el realismo no es otra cosa que un optimismo bien informado.

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