El oficialista o el predicador, ¿cuál Alvarado es ‘menos peor’?

Daniel Uibarri

¿cuál Alvarado es 'menos peor'?

Yo, por si ustedes no lo saben, no tengo dudas: Carlos Alvarado. Francamente por un sólo motivo: es -por muchísimo- el más adepto y el menos peor.

No porque Carlos me despierte grandes entusiasmos, me desafíe las neuronas o me agite las hormonas; todo lo contrario.

Menos aún porque me guste el PAC, sobre todo después de un Gobierno atrapado en prejuicios ideológicos, paralizado por la incompetencia y sepultado por un bloque de cemento.

Es porque Carlos, al menos, es una persona decente, sensible, respetuosa de sus semejantes, dispuesta a cambiar y con señales de que podría rodearse bien.

Pero la razón más poderosa para preferir a Carlos resulta más simple: no ser Fabricio. Y esto, de por sí, implica muchísimo.

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Fabricio no es más que un habilidoso showman de feria pueblerina, entrenado por la peor de las producciones de la televisión nacional, impulsado por el oportunismo y catapultado por la franquicia religiosa neopentecostal.

Su popularidad la ha aturugado el fanatismo confesional, capturado por la ignorancia, marcado por la intransigencia, incapaz de entender el Estado y poseído de una arrogancia infinita que solo se explica por una mezcla de narcisismo primitivo, sordera intelectual y mudez conceptual.

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Los problemas de Carlos tienen que ver con ideas y procedimientos; los de Fabricio, con convicciones, (anti)valores, instintos y visión general de mundo.

Los problemas de Carlos se pueden arreglar con el duro ejercicio del poder; los de Fabricio solo aumentarán si llega a él. Y lo malo, gente, es que todos pagaremos. Desde su parasitismo, hasta sus lenguas y patologías: podría dejar al país completo en la ruina.

Fabricio está acostumbrado al “tomo y lueeego doy”.

A él y muchos de sus colegas y “apóstoles” les gusta más tomar que dar, y cuando dan siempre exigen algo a cambio: en el mejor de los casos, docilidad y veneración; en el peor, compensaciones diversas.

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¿Se imaginan esta “escuela” de relación controlando el IMAS, el INVU, el Ministerio de Vivienda o los comedores escolares?

A pesar de esto, Fabricio ha atraído últimamente a algunas personas competentes, incluso respetables.

¿Será que ven en él a alguien tan vacío que podrán subcontratar para que impulse sus intereses? Quizá sea así; quizá tengan buenas intenciones. Pero a todas ellas les digo “¡Cuidado!”.

Porque les puede pasar como a esos ratones que, seducidos por aromas de buen queso (en este caso, puestos) se lanzan presurosos a la trampa y quedan pegados en un revoltijo venenoso del que luego no podrán salir.

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Si no votamos bien, a los ticos puede sucedernos esto mismo: marchar (en reversa, por cierto) hacia una trampa colectiva catastrófica.

La buena noticia es que podemos evitarlo.

Pero para esto debemos votar por Carlos. Yo lo haré así.

No me encanta, pero tampoco me atemoriza, mientras Fabricio me causa rechazo y temor. Quizá, mejor dicho, repugnancia extrema y tragicómico terror.

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Actor, escritor, productor audiovisual, periodista y presentador televisivo con 20 años de experiencia en diversos medios de comunicación de Costa Rica.

Fuente: Las Malas Palabras

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