Fernando Cvitanic, Universidad de La Sabana
Después de la Guerra Fría, el mundo parecía encaminarse a un destino unipolar. No obstante, en la actualidad vemos cómo China demuestra que quiere volver a la configuración de un marco bipolar. Se trata de un orden internacional en el que solo dos superpotencias dominan y que, a partir de ahora, no estará sustentado en la dialéctica entre comunismo y capitalismo, sino por bloques construidos a partir del poderío económico y comercial.
El desfile en Pekín del 3 de septiembre para celebrar el fin de la Segunda Guerra Mundial en Asia, que se produjo tras la rendición formal de Japón, es una muestra de ello. La imagen que ha dejado para la historia esta parada militar incluye al líder Xi Jinping flanqueado por el presidente ruso, Vladímir Putin, y el mandatario coreano, Kim Jong Un. Los tres, al frente de una comitiva de representantes de otros 20 gobiernos y todo ello en medio de un despliegue espectacular, seguido por la atenta mirada de 50 000 espectadores congregados frente a la plaza Tiananmén, según cifras de medios estatales chinos, y retransmitido en directo.
El propósito y puesta en escena de este evento recordó al desfile militar que Moscú organizó en mayo de este mismo año para conmemorar la victoria sobre Alemania.
Mensaje para Estados Unidos
La exhibición, que partió desde la plaza Tiananmén de Pekin, sacó a relucir la artillería, armas láser, misiles antibuque, drones, bombarderos, todos de producción nacional y en servicio. Con ella, los chinos buscan instaurar una política de prestigio, mostrar arsenal, hacer propaganda y enviar un mensaje desafiante a los estadounidenses para decirles que no todo el mundo gira a su alrededor.
Otra manera en que lo hace es juntándose con otro país que, si bien no es rival de Estados Unidos ni por su economía ni por su tecnología, ha mostrado su agresividad y ambición expansionista al invadir Ucrania: Rusia.
La exposición pública de liderazgo y adhesión también favorece a Vladimir Putin. Con ella, demuestra a los estadounidenses que no está solo y que, a pesar de los bloqueos, cuenta con aliados que le han ayudado a mantener su economía, como son China, India y Turquía.
Lo anterior quedó también claro desde hace unos días, durante la cumbre OCS (Organización de Cooperación de Shanghái) que tuvo lugar en la localidad portuaria china de Tianjin el 31 de agosto y el 1 de septiembre. Ahí se esclareció una posible configuración geopolítica para una nueva guerra fría en el siglo XXI. En este lado de la partida se ubican países como China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán, India, Pakistán, Irán y Bielorrusia, la mayoría estados autoritarios.
La democracia no es el único modelo
Dicha configuración deja ver que Estados Unidos no va a poder imponer la democracia occidental. Hay otros modelos de gobierno que, a los ojos de Asia, han dado resultados.
Tanto Rusia como China quieren mostrarle los dientes a los estadounidenses y exponer que, en el plano geopolítico, hay nuevos reacomodos. Lo vimos con el acercamiento de India a China durante la cumbre, enemiga histórica por temas fronterizos, pero que hoy ve la necesidad de no quedar aislada de un bloque asiático que gana protagonismo.
A diferencia de lo sucedido en la edición anterior, la cumbre de Tianjin de este año, de una u otra manera, ha dejado pasar por alto las críticas a Putin y a la guerra de Ucrania. Algo que hace pensar en la posibilidad de que China pueda replicar el modelo de Rusia y lanzarse a por Taiwán.
La duda que queda es si Estados Unidos podría responder al conflicto ucraniano y a otro en Asia al tiempo, porque una intervención así involucraría a múltiples actores y podría llevar a un escenario similar al que se vivió en 1962 con la crisis de los misiles.
China, Rusia y las potencias emergentes
Aunque un conflicto de China con Taiwán sea poco probable, lo que sí es cierto es que el presidente chino, Xi Jinping, se ha consolidado como un líder estratégico, calculador y racional, que despliega una diplomacia activa en África y América Latina sin mayores cuestionamientos.
No es para menos. Su liderazgo representa el enorme peso demográfico y económico de China, ese socio poderoso al que nadie quiere enfrentar y que, para muchos países, representa un alivio frente a la presión estadounidense.
Esto ha llevado a que Estados Unidos deje de imponer el compás de la política internacional como lo hizo tras la Guerra Fría. En ese entonces se hablaba del “nuevo orden mundial”, el fin de la historia y la expansión de la democracia liberal.
Hoy, China, de la mano de sus aliados –cuyas poblaciones superan la suma de América y Europa–, reclama su lugar. En consecuencia, países de Europa, América Latina y África han buscado diversificar alianzas, al tropezar con un Gobierno estadounidense menos solidario, más enfocado en intereses propios, cálculos de costo-beneficio y negociaciones transaccionales.
El invitado volátil: Corea del Norte
Corea del Norte añade otro factor de inestabilidad. Con arsenal nuclear y un vínculo cada vez más estrecho con Pekín y Moscú, dificulta que Washington pase de las amenazas a la acción directa, pues cualquier error podría escalar a un conflicto de magnitudes globales.
En medio de este entramado, los equilibrios se negocian día a día y el mencionado “nuevo orden mundial” sigue tomando forma. Queda esperar cómo termina de perfilarse esa configuración y saber quiénes serán los “buenos” y los “malos” en el relato de cada uno.
Mientras, resurge por tercera vez en la historia el fantasma del mal acuñado Eje del Mal. La última vez que este espectro apareció fue invocado por George W. Bush para referirse a Irán, Irak y Corea del Norte.
Fernando Cvitanic, Docente de Relaciones Internacionales, Universidad de La Sabana
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.