Bernal Jiménez Monge
Bien sabemos que nuestra pobreza de la colonia, fue ajena a las castas, y hasta entrada la independencia se inició la formación de agricultores cafetaleros, que si bien representaron en la Meseta Central una cierta burguesía agrícola-mercantil, sucedió dentro de una sociedad con movilidad y poca estratificación. Esa pequeña burguesía se cooperativisó de manera muy inteligente. Conforma un grupo de empresarios con una de las más altas productividades y calidad de café en el mundo.En mi juventud —años 50— Costa Rica era un país de clase media en gran proporción de la población. Prácticamente, no existía la educación privada en la educación primaria. En el ciclo secundario, sólo había tres o cuatro colegios privados.
Ahí estaba en gran medida la igualdad de entonces de nuestra sociedad.
El coeficiente de Gini giraba alrededor de 0,35-0,37.
Eso ha ido mutando, sobre todo en las últimas tres décadas; pero diría que aún felizmente, el esicionismo social costarricense no ha alcanzado el nivel de otros países latinoamericanos; pero no así la distribución del ingreso, que cada vez más se ha ido recrudeciendo negativamente en favor de los más ricos. Hoy Costa Rica se encuentra entre las naciones más desiguales del mundo, en lo que respecta a la distribución del ingreso y la riqueza.
Basta echar una ojeada a la Encuesta de Hogares del 2018, en donde el 10% de las familias del más elevado decil recibe un 33% del ingreso disponible, mientras que el más bajo decil percibe apenas un 2%.
En Chile, a pesar de su muy alto producto per capita, el coeficiente de Gini es superior al nuestro en unos pocos puntos.
La diferencia fundamental, considero, estriba en la actitud psicológica del pueblo. Con toda crudeza, el tico es muy igualado como dicen, y eso lleva a una actitud de menor resentimiento social que en otras latitudes latinoamericanas, incluyendo Chile.
Además, hemos tenido la inmensa fortuna de crear —aunque con defectos que debemos subsanar— un Estado Social de Derecho, donde la salud, la educación, la vivienda popular, las pensiones y otros beneficios sociales, le parecen al costarricense una política normal.
Esas garantías sociales, le fueron arrebatadas a los chilenos desde el 11 de setiembre de 1971, con el golpe de Estado pinochetista
Ese situación es un gran activo nacional, pero no es imperecedero, y la inequidad en la distribución de los bienes, puede llevarnos el mañana a una situación de violencia social.
Aún cuando considero que la presentación al FMI, y las políticas públicas que apareja deberían haber sido resueltas ya, por decisión del Gobierno, con una propuesta progresiva que no afecte los grupos más vulnerables, el Diálogo Nacional recientemente convocado, es una expresión de la equidad psicológica-social que por fortuna, aún perdura en el ADN de la gran mayoría de los ticos.
He ahí la gran diferencia nuestra con el espectro social chileno.
Para la mayoría de los chilenos, cambiar la actual Constitución -que aún incuba varios vicios de la dictadura pinochetista- es un gran triunfo, y una necesidad psicológica.
Ese cambio, no acelerará el desarrollo económico —debido en mucha medida a la capacidad empresarial de la clase alta, sin restarle mérito al pueblo— pero si ayudará mucho a distender el tejido social chileno.
Estás consideraciones que por años he venido meditando, pues siempre aún inconscientes hacemos comparaciones, me han afianzado en mi pensamiento social demócrata, sembrado en mi mente por don Rodrigo Facio y otros profesores universitarios aquí y en Chile, pero más que nada por la práctica cotidiana que en mi infancia me imprimió mi madre, sobre la necesidad de la justicia social.
Por ello creo inconveniente, el afianzamiento y ampliación de una oligarquía financiera en nuestro país, y sus acólitos abogados y economistas, que adaptan y someten su pensamiento al servicio de ese grupo financiero que persigue solo sus intereses y no los del pueblo.
– Economista