Crónicas interculturales
Por Remy Leroux Monet
Ya pasaron varias décadas desde mi primera y única visita a Viena a la fecha. Trabajaba ya como periodista y por eso mi redactor jefe me mandó a la capital federal de Austria para realizar el reportaje de un encuentro internacional de profesionales en turismo cuyo contexto preciso no puedo acordarme.Era invierno, con temperaturas cerca de 0 grado, humedad, lluvia helada al borde de caer como nieve, casi anocheciendo a las 3 pm, etc. Todo lo que odio. (¡Que vivan los trópicos!). Por dicha, siempre cerca en la ciudad reinaba el impávido y sereno río Danubio más grisáceo que celeste pero que enaltece tanto esa gran cuidad imperial.
Creo que lo siguiente se dio en el marco de la gala de despedida de dicho evento.
Todos los congresistas, vestidos con traje formal como lo encomendaban las más altas autoridades del País en el cartón de invitación, estábamos invitados ni más ni menos que al Palacio Imperial de Hofburg.
Es el palacio más grande de la ciudad de Viena. Fue la residencia de la realeza austriaca, especialmente de la dinastía de los Habsburgo, durante más de 600 años.
Como joven y como joven periodista, mi emoción e ilusión eran enormes, pensando poder encontrarme con la Emperatriz Isabel alias Sissi en su verdadera cuna, después de haber llorado tanto como niño y adolescente con la magnífica interpretación de Romy Schneider en la pantalla grande.
Tenía además la idea que el vals más famoso del mundo, “El Danubio Azul”, compuesto por Johann Strauss hijo en 1867, fue estrenado en ese mismo recinto. (Nunca pude averiguar este detalle).
Muchos son los que consideran que “El Danubio Azul” se izó a la altura de un segundo himno nacional de Austria, pero informal, pues se tocó esta sinfonía el día de la liberación de Austria de la ocupación nazi el 27 de abril de 1945, a falta de un verdadero himno nacional para la nueva república austriaca.
Preparándome en París para esta misión imperial, hasta había comprado un disco (un single de 45 revoluciones. Nota para nuestros lectores jóvenes) para practicar el baile del vals. Yo pretendía conquistar Viena de la altura de mis (tal vez) 25 años al son y al ritmo del vals de Strauss, hazaña que podría ser menos difícil después de algunos sorbos del aguardiente nacional de Austria, el Schnapps, cuya composición queda en el misterio de los alambiques.
En esta grandiosa recepción, los meseros vestidos con trajes históricos pasan y vuelven a pasar los platos con platillos para picar, con copitas para tomar, con servilletas para limpiarse los dedos.
De repente, desaparecen todos de una vez hacia las cocinas al mismo tiempo que se perciben las primeras notas de… “El Danubio Azul”. Se me enchilan los ojos al mismo tiempo que me corre la piel de gallina. De tanta emoción.
Muy rápidamente se forman las parejas y entran en el ritmo. Yo también me pongo a buscar una mujer que me aceptara. Todas las solicitadas resultaron “reservadas”. Yo no sabía todavía nada de los carnets de bailes. Va a terminar la pieza. ¿Qué hago?
Diviso en una esquina de este salón imperial enorme una señora mayorcita, bajita, tímida. Le propongo el vals. Lo acepta. Y nos lanzamos a girar, a girar, felices los dos de la vida vienesa.
El cuadro pudo haber sido un poco estrambótico: yo medía más de 1,80 m y ella… jorobada… con 20 a 30 cm menos que yo. No nos importó: estábamos bailando un vals de Strauss en el Palacio Imperial de Hofburg en Viena.
Todavía, tantos años después, me recuerdo su sonrisa extraordinaria, casi extática. Es que ella bailó “El Danubio Azul” con un príncipe azul de algunos minutos.
– Remy Leroux Monet, ciudadano francés, visitó por primera vez Costa Rica en 1978, y desde entonces no se ha separado nunca de nuestro país. En 1993 migró definitivamente. Siendo un atento observador de su entorno, tiene por afición resaltar diferencias entre sus dos países, el de nacimiento y el de adopción.