El crimen y castigo de Iñigo Errejón

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Se ha insistido sobradamente en que muchas veces la realidad supera con creces la ficción. Algo que se manifiesta cumplidamente en el caso de un personaje tan complejo y contradictorio como ha resultado ser el portavoz de SUMAR en el Congreso, Iñigo Errejón. Lejos de esa categoría de monstruo que han comenzado a asignarle algunas voces, desde representantes del feminismo a portavoces de la oposición, a mi me parece mucho más un clásico personaje ambivalente salido de la pluma del genial maestro ruso Fiódor Dostoievski.

La pista principal que me llevó a esa percepción ha sido la facilidad con la que el flaco creador de Más Madrid ha reconocido la veracidad de las acusaciones que hacían en su contra varias mujeres en las redes sociales, cuando dirigentes de su partido decidieron confrontarle abiertamente. Esa rápida aceptación de culpa me hace pensar que el hombre deseaba fervientemente parar, detenerse, salir de esa contradicción que le angustiaba, o, mejor, que le pararan de una vez; una pulsión que, como se sabe, aparece con frecuencia en la literatura criminalística.

En la misma dirección se orienta la carta de renuncia de Errejón, la cual, lejos de ser simplemente un texto exculpatorio, es una confesión documental inculpatoria en toda regla. Claro, como suele suceder, el acusado busca robustos atenuantes: el neoliberalismo, el patriarcado, etc., pero el fondo de la cuestión es el testimonio del insoportable nivel de estrés que le provocaba su vida maniaca y le ocasionaba un serio daño de su salud mental y emocional. Creo que es creíble su explicación de que ello “genera un tipo de vida, una cotidianidad, una subjetividad, un tipo de vínculos con el ámbito público, con la fama y con los demás que pasan factura”. Sobre todo, si uno se convierte en el chico de la película cuando no ha conseguido todavía suficiente madurez personal. El deterioro comenzó a ser tan agudo que tuvo que acudir al acompañamiento psicológico. Y me parece acertada la conclusión del propio Errejón: “Yo, tras un ciclo político intenso y acelerado, he llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona”. Lo ha contado un amigo próximo: era un seductor simpático que se transformó rápidamente en una persona osca y retraída, que fue perdiendo amistades hasta convertirse en un solitario que se creía impune, sobre todo en su relación con las mujeres.

Sin embargo, tampoco están exentas de contradicciones las figuras femeninas de esta trama. En primer lugar, la actriz Elisa Mouliaá, que es la única que ha presentado una denuncia formal tardía contra Errejón. Según el texto de su denuncia, se sintió particularmente incómoda con los avances exagerados del portavoz parlamentario, que llegó a encerrase con ella en una habitación (por cierto, que lo hizo por dentro con un pestillo que también ella podía operar; de lo que se deduce que más bien lo que pretendía Errejón era que nadie les interrumpiera). En la habitación, según Mouliaá, el personaje no acudió a la seducción, ni a compartir ritmos, sino que se lanzó a una ofensiva sexual unilateral, con aires de impunidad, que no fue bienvenida. Afortunadamente, la agresión sexual no pasó a mayores, pero la actriz quedó considerablemente contrariada.

Ahora bien, sorprende notablemente entonces que, con esos antecedentes, Mouliaá aceptara luego ir con Errejón a su domicilio. ¿No resultaba palpable que allí las cosas empeorarían? Pese a ello, incluso después de recibir la llamada telefónica de que su hija sufría fiebre, la actriz siguió adelante para enfrentar lo que viniera. Parece que su admiración por el personaje era muy superior a sus convicciones feministas. Y lo que siguió fue una situación aumentada de maltrato sexual. Pero cuando la tensión aumentó mucho su nivel, el parlamentario giró 180 grados y mostró de lo que es capaz un caballero displicente. Te pido un taxi y, gracias por todo, hasta la próxima. También eso molestó bastante a la arrojada actriz.

Otro personaje no menos fascinante es la diputada Loreto Arenillas, exdirectora de despacho de Errejón, ahora acusada por la cúpula femenina de Más Madrid de haber ocultado (minimizado) un desliz (tocamientos impropios) de Errejón en un festival de Castellón en junio de 2013. Nada nuevo bajo el sol. La literatura clásica del XIX está llena de personajes femeninos dispuestos a sacrificarse para salvar al héroe. En gran cantidad de casos, movidas por un enamoramiento secreto del protagonista. Sin embargo, Arenillas, a sabiendas del grado de crueldad que pueden desarrollar los gineceos empoderados, trató de cubrirse las espaldas dando cuenta (suavizada) a algunas de las responsables partidarias (Manuela Bargarot, hoy portavoz autonómica y la de asuntos de género, Ángela Millán)

No fue suficiente. Hoy es formalmente acusada de ser responsable de la ocultación del desliz de Errejón y se le pide el acta de diputada. Loreto Arenillas afirma, con alguna razón, que está siendo el chivo expiatorio de la crisis partidaria y que es victima de un caso de “abuso de autoridad” (¿entre mujeres?). Sus temores se hicieron realidad: ella pagará el pecado de que las razones políticas fueran más importantes que las convicciones feministas.

Otro personaje principal, aunque tras bambalinas, es la Vicepresidenta, Ministra de Trabajo y lideresa de SUMAR, Yolanda Diaz. Ella, que había nombrado a Errejón portavoz del grupo parlamentario, en una decisión unilateral que molestó a muchos, estaba fuera del país cuando estalló el escándalo y no quiso hacer declaraciones públicas. Por eso había tanta expectación cuando se presentó ante los medios el pasado martes 28 en la tarde. Mientras tanto, Podemos había declarado que su partido puso en conocimiento de Yolanda Diaz el caso del comportamiento impropio de Errejón en Castellón cuando sucedieron los hechos.

En todo caso, la Vicepresidenta no detuvo su gira al enterarse de la crisis de su portavoz. Y ya en Madrid, ante los medios, repartió responsabilidades a diestra y siniestra. Su equipo -y no ella- había tenido conocimiento de la acusación por las redes desde 2023 y entonces decidió hablar con Más Madrid y la responsable de Podemos Ione Belarra (¿una respuesta al dedo acusador de la fuerza morada?). Más Madrid le informó que había cerrado el expediente y ella nunca le preguntó a su portavoz por el asunto. En realidad, nunca intervino personalmente para revisar si los comentarios sobre Errejón tenían algún viso de veracidad. Pero ahora, ante los medios, se mostró implacable: “Es evidente que Errejón nunca debió ser ni diputado ni portavoz”. Y repitió incansablemente que lo importante siempre era proteger a las mujeres víctimas. Y que ella había actuado “con contundencia y prontitud”. Ah, y un detalle de indumentaria: acudió a la rueda de prensa con unos zapatos de tacón fino de muchísimos centímetros, como para coctel.

Mientras tanto, el inculpado ha desaparecido de la escena. Pudo defenderse de las acusaciones en redes sociales, pero las aceptó completas. Puedo responder a la única denuncia impuesta ante la policía, salpicada de contradicciones, pero no lo ha hecho. Se desconoce si está preparando alguna defensa ante las previsibles imputaciones en sede judicial. Tampoco si ha buscado algún abogado o abogada. En realidad, todo indica que parece dispuesto a aceptar su crimen y su castigo. Mientras, si no es un sociópata, estará comiendo gusanos, ahogándose en un mar de remordimientos. Lo dicho, Dostoievski no podría haber compuesto un mejor perfil de un agresor sexual confeso, lleno de contradicciones. Habrá que esperar que los textos que se escriban sobre el caso tengan la finura sutil del maestro ruso.

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