Por Joaquín Roy
Julio 19, 2021
MIAMI- Parecería que los responsables de la reciente crisis inmigratoria acaecida en Ceuta y Melilla hubieran coordinado su estrategia para conmemorar el centenario de una de las derrotas más serias que ha sufrido España en sus relaciones exteriores. Hace cien años, los ejércitos españoles sufrieron una de las más sangrientas derrotas de su historia.
Desde el 21 de julio al 9 de agosto de 1921, los destacamentos militares que habían intentado consolidar la presencia colonial en el territorio del Riff, al norte de la zona norte del llamado protectorado situado en la ladera mediterránea del actual Reino de Marruecos, fueron sangrientamente masacrados en el llamado Desastre de Annual. Este episodio ha quedado impreso en la memoria no solamente militar, sino también en la conciencia nacional.
En términos sucintos, lo acaecido en el norte de África en la segunda década del siglo XX era una consecuencia de un desastre más espectacular sufrido por el imperio español al final del siglo anterior.
Como contundente sepelio del imperio español, que había perdido casi todos los territorios americanos en el siglo XIX, en 1898 Estados Unidos terminó con la presencia española en Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, al imponer la rendición y la cesión de esos territorios tras el incidente del hundimiento de acorazado Maine en la bahía de La Habana.
Avergonzados por la derrota, los militares españoles traspasaron a los políticos la culpa del imponente desastre. El traumático final originó diversas consecuencias en España, entre las que destacan un periodo de introspección y meditación sobre la esencia nacional, presidido por la “Generación del 98”, y el surgimiento de un regeneracionismo protagonizado por diversos sectores de influencia pública. Mientras la monarquía en periodo de regencia apenas podía destacar en remediar el estado de postración nacional, militares se aprestaban en la búsqueda de la construcción de un imperio sustitutivo.
En continuación de las incursiones anteriores en el norte de África, la coalición de fuerzas conservadores con sectores militares, en búsqueda empresas alternativas a la pérdida de los territorios imperiales, creyó encontrar un imperio de sustitución en el norte de África.
El reclutamiento de contingentes militares basados en tropas de reemplazo forzoso produjo los serios incidentes de protesta en los puertos de embarque. Destacó entonces la oposición que originó la llamada Semana Trágica de Barcelona en 1909, con el resultado de una represión feroz. El gobierno sobrevivió. España estaba destinada a inventar otro imperio.
El reparto de los inmensos territorios africanos entre las potencias europeas resultó en la adjudicación a España del pedazo norteño que comprendía el Riff, con una geografía agreste poblada por un contingente humano que apenas se ha identificado con la precaria unidad de Marruecos.
La administración del llamado Protectorado sería una misión de difícil cumplimiento hasta su desaparición. La orden de retirada tuvo su holocausto en el paraje de nombre Annual, donde el destacamento español de once mil quinientos soldados fue masacrado y los supervivientes fueron pasados a cuchillo. Estos sangrientos hechos fueron novelísticamente revividos por importantes escritores como Ramón J. Sender.
En ese escenario se funda la Legión Española, siguiendo el modelo de la francesa. Liderada por Millán Astray, uno de sus jefes más destacados fue el comandante Francisco Franco, quien ascendió en la escala por méritos de guerra y llegó luego a convertirse en el general más joven de los ejércitos europeos. Los destinos de los militares españoles en el norte de África fueron apetecidos por los mandos, y también aprovechados por las propias tropas que se implicaban en la corrupción.
Salvada casi de milagro la ciudad de Melilla, la presencia española recibió un considerable esfuerzo con la operación conjunta de las fuerzas española y francesa en el llamado desembarco de Alhucemas (exageradamente considerado como precedente de la operación de Normandía), una zona costera que en la actualidad todavía presenta la supervivencia de los “presidios” españoles.
Como resultado de esa notable operación conjunta, el líder rifeño Abd el Krim se rindió y posteriormente fue liberado. Sobrevivió a sus numerosos adversarios y murió en El Cairo en 1963. Está considerado como una de los “inventores” de la estrategia de guerrillas.
La monarquía de Alfonso XIII sobrevivió cuando le entregó el poder al general Miguel Primo de Rivera, pero tras su caída en desgracia, la institución no tardó en desaparecer cuando en las elecciones municipales del 1931 los partidos conservadores perdieron el favor electoral en las grandes ciudades. El rey abdicó y se declaró la II República. En 1936 Franco se rebeló. Desde Marruecos salieron las tropas lideradas por el general golpista en el comienzo de la Guerra Civil.
Como restos de esa etapa neocolonial quedan Ceuta y Melilla, convertidas recientemente en “ciudades autónomas” dentro de la administración territorial española.
A pesar del abandono del territorio del Sahara, como resultado de la Marcha Verde de 1975 cuando el régimen franquista fenecía, España insiste en la evaluación del dictamen de las Naciones Unidas sujeto a un referéndum que Marruecos se ha negado a ejecutar, aduciendo la soberanía sobre sus habitantes, tesis que choca con la de Argelia, donde se refugian los saharauis.
Si bien la táctica de Marruecos parece centrada hacia la ocupación de Ceuta y Melilla, en realidad la prioridad es el control de todo el Sahara y la dominación de la ladera sur del estrecho de Gibraltar. Este detalle estratégico es prioritario para Estados Unidos que generalmente ha respaldado los intereses marroquíes, al igual que Francia, potencia que su vez respalda las tesis de Argelia.
Este es un artículo de opinión de Joaquín Roy, catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.
RV: EG
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