Ágora*
Guido Mora
guidomoracr@gmail.com
Esta columna, originalmente la comencé a escribir el martes pasado. Empezaba diciendo que, a pesar de que generalmente no escribo sobre política exterior, era indispensable, por las repercusiones mundiales, hablar sobre las elecciones en Estados Unidos.
Seguía exponiendo que —a partir del supuesto triunfo de Clinton manifiesto en todas las encuestas—, cualesquiera que hayan sido los resultados de las elecciones del 8 de noviembre, era claro que se había presentado un deterioro del juego político en ese país y que, este proceso de descomposición no era sino una manifestación más, de otras que se observan en otros países del mundo, producto del hartazgo que el común de los ciudadanos acusaba de la política, los políticos y las formas tradicionales de la lucha por el poder.
Hoy que estoy retomando la escritura, una vez que conocemos los resultados de las elecciones y que debo remitir la columna para su publicación, puedo confirmar y reafirmar definitivamente, ¡que la política ha cambiado!
Si bien es cierto que, que tal como lo afirman algunos políticos, en esta actividad “lo único inmoral es perder”; procesos electorales anteriores realizados en los Estados Unidos, apelaban tanto a la ética y a la moral que, en 1987, Gary Hart, entones candidato del Partido Demócrata, tuvo que renunciar a su postulación, tras conocerse sobre supuestas infidelidades que él había cometido.
Por otra parte, las discusiones y las denuncias ante posible incapacidad o falta de propuestas serias, era también un argumento para desacreditar a un postulante a la Casa Blanca y, consecuentemente, la pérdida en un proceso de elecciones primarias o en las elecciones nacionales.
Definitivamente, en esta ocasión nada de eso fue importante. Resultó evidente un franco deterioro de la calidad del análisis, la discusión y la propuesta de ambos candidatos, pero en particular del Presidente Electo, el señor Donald Trump.
Al final, no importaron las fotos de cuerpo desnudo de la señora Trump, cuarta esposa del Presidente Electo y a partir de enero, Primera Dama de Estados Unidos; ni la confesión del hoy Presidente Electo de no haber pagado impuestos o las denuncias de la actitud más vulgar y el tratamiento más grosero del señor Trump, su actitud misógina y el irrespeto para con las mujeres, a quiénes de forma confesa, acostumbra buscar sexualmente, a pesar de su rechazo o negativa, haciendo valer los millones que tiene en su cuenta bancaria. Al final, la moral, en este proceso electoral, no fue importante.
Desde las 5 o 6 de la tarde, en que los medios de comunicación comenzaron a divulgar los resultados de las “encuestas de salida”, en donde se afirmaba que los ciudadanos “querían un cambio”, que “estaban cansados de lo mismo”, que estaban “cansados de la política”, se despertó en mí una preocupación y un profundo desasosiego, todo lo que los ciudadanos criticaban se vinculaba con el establishment, Hillary era la representante de este sector, las críticas tenían un nombre: Clinton.
Finalmente, el deterioro de los liderazgos tradicionales y la incapacidad real del Estado y la clase política, para cumplir con sus promesas y las tareas para las que fue creado, tuvo como resultado el triunfo de un “arribista de la política”. Los requerimientos de la sociedad capitalista postmoderna, quebraron los patrones tradicionales de lo social, lo económico y lo político.
Los habitantes de Estados Unidos demostraron la falta de credibilidad en la política tradicional, pues este esquema de organización política no logró satisfacer sus necesidades más inmediatas.
El resultado final pone en evidencia que no importo la mentira, ni la misoginia, ni dejar de cumplir con las obligaciones fiscales o toquetear a las mujeres. Lo que más importó a los estadounidenses fue soñar nuevamente con un discurso conservador, en donde prevaleció la imagen del vaquero, que prometía una vez más, dominar el mundo, desde el “Lejano Oeste” y a fuerza de utilizar todo el arsenal posible.
Prevaleció, además, el reclamo de extensos grupos humanos, etnocentristas y clasistas que siguen soñando con un Estados Unidos obligado a recuperar su liderazgo mundial: político, económico y militar, aunque ya el mundo haya cambiado y eso no sea posible. Fue más importante la imagen mental de quienes no tienen duda de enviar a sus hijos, apenas adolescentes, a morir a otro país, a cambio de una medalla y el servicio por un sueño de dominación mundial, que no es posible ya en el mundo de la multipolaridad.
Resultó más profundo el impacto de un discurso vacío, que promete el debilitamiento de los tratados de libre comercio, sin considerar que “mi industria vende, sólo en la medida en que yo compre y exista comercio”. Y que cerrar las puertas a los productos internacionales atenta contra el intercambio comercial y el funcionamiento del mundo en que vivimos sustentado en la reciprocidad.
En pocas palabras: el ciudadano apostó al cambio.
Sólo resta esperar que tanto, de las cosas que dijo Donald Trump que iba a hacer, en campaña, pueda realmente concretar. La burocracia de Estados Unidos, como la de cualquier otro país, es muy rígida y defensora del statu quo, al fin y al cabo, es su forma de vida.
Tampoco los líderes del Pentágono, los Generales y Coroneles, permitirán que Trump realice acciones descabelladas, que atenten contra la estabilidad política o suman a Estados Unidos en un caos.
Queda mucho por ver, la historia se comenzará a escribir a partir de enero de 2017.
Lo cierto del caso es que, para la realidad de nuestra pequeña aldea, para nuestro pequeño país, es indispensable que los partidos políticos comprendan que la época de la política tradicional ya pasó. Que los costarricenses también estamos cansados de liderazgos reciclados y de los políticos cuestionados. Que existe el peligro, al igual que en Estados Unidos, Venezuela o Nicaragua, que llegue algún líder populista y que fuerza de mentiras o medias verdades, se apropie del poder y conduzca a los electores, cuan manada, a volcar su apoyo a favor de un discurso falso, que pretenda transformar el país de la noche a la mañana.
La elección de Luis Guillermo Solis como Presidente de la República, refleja el cansancio de la sociedad costarricense ante la corrupción y la voluntad de la clase política dominante de favorecer, lícita o ilícitamente sus intereses. Afortunadamente Luis Guillermo es un ciudadano que cree en la institucionalidad y que jamás pondría en peligro el sistema democrático.
Sin embargo, hay muchos grupos interesados en prolongar los patrones de dominio y explotación, políticos y económicos, para quienes “lo único inmoral es perder”, y que ya han demostrado, en administraciones anteriores, tener una gran capacidad de enriquecimiento y promover políticas de concentración de la riqueza que sólo a ellos les benefician.
Sirva esta dura lección para quienes creen que los ciudadanos tienen ojos cerrados a sus excesos, pero que lamentablemente no tienen el criterio que les permita discernir entre un mesías y un charlatán.
En buen castellano, ojalá que los políticos costarricenses “echen para su saco”.
* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.