Educación gratuita y obligatoria

Política tras bastidores

Manuel Carballo Quintana

Manuel Carballo

Corría el año 1972 y me desempeñaba como Diputado a la Asamblea Legislativa, representante de la Juventud Liberacionista. Como lo hace la mayoría de los diputados los fines de semana en los cantones de su representación, aunque mi área eran los cantones de San José, realicé una gira de trabajo de tres días por los cantones de Guatuso, Upala y Los Chiles, acompañado de líderes comunales de la zona norte de la provincia de Alajuela. Fueron jornadas extenuantes a caballo, nuestros cuerpos absorbían fuertes aguaceros; una hora después de cada chaparrón, salía el sol que secaba nuestra ropa empapada, y otra hora después, de nuevo el aguacero, la ropa calada de agua y el sol otra vez. Resultado de la gira: regresé fuertemente afectado de neumonía y hepatitis, según los dictámenes médicos, hospitalizado en el San Juan de Dios.

En la Asamblea Legislativa, el debate del momento era la reforma al artículo 78 de la Constitución Política, impulsada por el Gobierno de la República presidido por don José Figueres en su tercera Administración y por la Fracción del Partido Liberación Nacional bajo la jefatura de don Luis Alberto Monge. Este proyecto de reforma pretendía establecer la educación general básica de nueve años como obligatoria, en vez de los seis años de enseñanza primaria, uno de las grandes aspiraciones de don Lalo Gámez, educador excelso de nuestra patria.

El debate legislativo era acalorado. Quienes apoyábamos la reforma constitucional argumentábamos mayores oportunidades de estudio para mejorar la movilidad social y por supuesto mejorar cualitativamente los contenidos curriculares de la educación. Quienes la combatían aducían falta de presupuesto para su implementación y la necesidad de una mejor preparación de los docentes. La reforma necesitaba 38 votos y el Gobierno sólo contaba con 37. El 38 era mi voto, pero me encontraba hospitalizado con carácter de gravedad. Se daba por descontado que la reforma constitucional se malograría.

En esos momentos, el día en que se votó el proyecto en su tercera legislatura recibí la visita tempranera y por separado en el hospital de don Daniel Oduber, Presidente del Congreso; don Lalo Gámez, Ministro de Educación; y don Gonzalo Solórzano, Ministro de la Presidencia. ¡Qué casualidad los tres, pero lo agradecí mucho! Por cierto, don Lalo me dio una amplia explicación sobre el estado del proyecto de reforma constitucional y pidió mi conformidad para lo que sugirieron ese día de la votación nominal razonada.

De mi casa me enviaron ropa completa: vestido entero, corbata, zapatos. A las tres y treinta de la tarde, en mi cama de la pensión Llorente del hospital alinee dos almohadas y les puse una sábana encima, aparentando estar dormido. Me vestí, el profesor Juan Manuel Vallecillo llegó a mi habitación, salí con él escapado y a hurtadillas, y frente al San Juan de Dios estaba detenido el tránsito con radiopatrullas, abordamos una -mi más extraña sensación-, y con sirena aullando me llevaron al recinto parlamentario. Me sentía débil y con barba sin afeitar.

En la Asamblea transcurría la votación nominal. Se suponía que todo estaba perdido para el oficialismo. Los diputados liberacionistas prologaban la sesión con discursos de diez minutos. Y… ¡sorpresa! Aparecí en la Sala de Sesiones justo cuando me llamaban a votar. Resultado final: a favor de la reforma, 38 votos, en contra 19. Aprobada en tercer debate, o sea, tercera legislatura, la Reforma al Artículo 78 de la Constitución Política.

¡Albricias! La Fracción Liberacionista celebraba en grande. Claro está, de mí todos se olvidaron. Regresé solo al hospital, en taxi y con los pantalones casi cayéndoseme, pues en mi ropa no venía la faja. Ironías: de ida en patrulla con sirena, de vuelta en taxi.

El periódico La Nación destacó el hecho así: “para sorpresa de todos, gracias a un ´carballazo´ se aprobó en tercer debate el noveno año obligatorio en la educación pública”.

Al día siguiente llegó a mi cama el Dr. Hernández Asch a dirigirme un sermón. Y finalizó diciéndome: “Lo que usted ha hecho es una irresponsabilidad. ¿No se da cuenta del estado de salud que está pasando?… Pero lo felicito, yo hubiera hecho lo mismo”.

El sermón lo sentí como una condecoración por las palabras finales del Dr. Hernández, máxime que fue un connotado militante calderonista. Hoy, me siento orgulloso y tengo como mía también la educación general básica gratuita y obligatoria para la juventud costarricense.

Exdiputado y exviceministro de la presidencia.

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2 comentarios

  1. Gustavo Elizondo Fallas

    Don Manuel, que placer leer su artículo; cuando de verdad nuestros diputados eran grandes. ¡Cómo han cambiado los tiempos! A la Asamblea llega cada artista, gracias por su aporte de entonces y sobre eso de su regreso en taxi, es parte de la vida, el hombre tiende a ser malagradecido, pero la historia no.

    • José Enrique Acuña Sanabria

      Una linda y valiosa historia de un ciudadano a quien me enorgullece conocer.
      Lindo relato Manuel, gracias por tu civismo y que importante el apoyo para llevarte, sunque regresaras en taxi.

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