Discurso Rodrigo Arias develación retratos Sonia Picado y Rosemary Karpinsky

Palabras pronunciadas por Rodrigo Arias, presidente de la Asamblea Legislativa con motivo de la develación de los retratos de Sonia Picado y Rosemary Karpinsky

Rodrigo Arias

Señora Rosemary Karpinsky, Ciudadana de Honor

Señora Sonia Picado, Ciudadana de Honor

Amigos y amigas,

Este es un día singular que yo desearía no pasara desapercibido. Estamos en el acto de develar la fotografía de dos mujeres ilustres.

Ellas marcaron, cada una con su propia personalidad, capítulos decisivos nuestra de la historia patria. Porque hay pueblos que celebran héroes de batallas. Nosotros, en cambio, con la paz que llevamos en nuestras venas, tenemos el orgullo de rendir justo homenaje a figuras trascendentales en la construcción humana de la cultura.

Ese es el orgullo propio de Costa Rica, el sello característico de este pueblo sin ejército.

De ahí el peso profundo que debe tener este instante, porque en la fotografía de dos figuras femeninas que hoy develamos -gracias a la iniciativa de la exdiputada Silvia Hernández Sánchez-, perpetuamos dos legados que deben servir de inspiración a las nuevas generaciones. Estas damas pusieron un sello propio, personal y humano, en la larga marcha de la mujer costarricense en la labor pública. Ambas representaron lo más lúcido y profundo del imaginario nacional, respetuoso de los derechos humanos y de la mujer.

En los anales de nuestra historia ocupan ya un espacio propio. También forman parte de lo mejor de nuestras memorias. Por eso no deberíamos permitir nunca que las turbulencias usuales invisibilicen lo trascendente.

En mi corazón y en mis convicciones más profundas, este es uno de los actos más gratificantes en el ejercicio de mi función.

Detrás de las dos fotografías que develamos hoy, detrás de estas mujeres que hoy distinguimos, se dibujan las vidas, los esfuerzos, las frustraciones, la perseverancia, las luchas y las victorias de doña Sonia Picado y de doña Rosemary Karspinsky. No es poca cosa.

Como presidente de la Asamblea Legislativa y también como amigo y viejo compañero de luchas de estas grandes damas, me complace servir como el instrumento humano que al develar sus rostros, cumple con el sagrado deber de una patria agradecida.

A doña Rosemary le correspondió representar a la mujer costarricense en la presidencia del primer poder de la República, a partir del 1ero de mayo de 1986. La historia me dio el privilegio de ser su compañero de legislatura por el corto tiempo de 8 días, antes de asumir el cargo de ministro de la presidencia de la república.

Y también recuerdo con cariño el viaje que hicimos ambos, doña Rosemary, como presidente de este poder, y yo, como ministro de la presidencia, en la primera visita a Washington del presidente Arias, por invitación de Ronald Reagan.

Doña Rosemary fue la primera mujer, en nuestra historia, en ejercer ese cargo. Y como era de esperarse, en ese mandato legislativo, fue adalid de los derechos de la mujer, promoviendo como legado imperecedero la Ley de promoción de la igualdad real de la mujer.

Y si doña Rosemary fue la primera doctora en filosofía del país, cabe rescatar que doña Sonia Picado fue, a su vez, decana de la facultad de derecho de la UCR, primera en nuestro país y en toda América Latina.

La figura de doña Sonia es también todo un orgullo nacional. Ella encarnó a una mujer costarricense en las más altas esferas latinoamericanas y mundiales en la promoción y defensa de los derechos humanos, especialmente los de las mujeres. Fue la primera mujer jueza y vicepresidenta de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y primera directora del Instituto Interamericano de Derechos Humanos. Y sus caminos la llevaron a la Corte de Arbitraje de la Haya y al consejo directivo de Seguridad Humana de las Naciones Unidas.

Me acuerdo de doña Sonia desde las épocas de estudiante en la facultad de leyes y he conservado un fuerte aprecio y una profunda amistad que en épocas distintas de la vida ha sido prácticamente una hermandad.

Diplomáticas ambas, doña Rosemary en Israel y España y doña Sonia en Estados Unidos, es inacabable la trayectoria distinguida de estas ciudadanas de honor de Costa Rica.

Las figuras de estas dos grandes mujeres, damas insignes y semblantes humanos de gran trascendencia me recuerdan a otras dos figuras históricas que son emblemáticas cuando se reflexiona sobre la larga marcha de la equidad de género. Me refiero a Olimpia de Gauges y a Mary Wollstonecraft. Ambas, en los mismos años, apuntaron su mira a transformaciones sociales que propiciaran el progreso del rol protagónico de la mujer.

Primero fue Olimpia de Gauges. Ella quiso superar la parcialidad patriarcal de la revolución francesa que, en sus primeros meses, había proclamado los derechos del hombre y el ciudadano. Ella propuso los derechos de la mujer y la ciudadana que comenzó con una frase dirigida a todos los hombres de todos los tiempos. “Hombre, -decía – ¿Eres capaz de ser justo? Una mujer te lo pregunta”.

Para Olimpia, la ley y la política eran el lugar donde la mujer debía buscar su afirmación. Y tenía razón.

La otra gran mujer, su contemporánea inglesa, Mary Wollstonecraft, que visitó París en tiempos de Olimpia, sostenía que el avance de la mujer sólo podría lograrse por el progreso de su educación. También tenía razón.

El siglo XX nos demostró que, sin la política y las leyes, los progresos educativos de las mujeres no logran romper los techos de cristal. De hecho, las mujeres ya superan a los hombres en las graduaciones universitarias, pero eso no ha impedido que aún sean minoritarias en todos los cargos de responsabilidad, públicos o privados.

Se requirieron y se siguen requiriendo luchas políticas y leyes de afirmación positiva para que los derechos “teóricos” de la mujer se conviertan en realidad. También se requiere la presencia de mujeres educadas y capaces de ejercer liderazgo.

Las dos damas que hoy nos acompañan, unieron en sus personalidades las dos almas de Olimpia y de Mary, porque ambas fueron educadoras, políticas y luchadoras por leyes afirmativas de los derechos políticos de la mujer, vinculados también al desarrollo de sus capacidades educativas.

Costa Rica tuvo la bendición de tener en Rosemary y Sonia, mujeres de ese calibre, educadoras, políticas, filósofas, legisladoras, juristas…

Tuvo el destino el gentil gesto de permitirme presidir este acto, porque pocas veces se tiene la satisfacción personal y política de reconocer en dos estimadas y queridas amigas, la grandeza de quienes con su dedicación, entrega y sacrificio representan lo mejor de las mujeres costarricenses, lo mejor de nuestras tradiciones, lo mejor de nosotros mismos.

Como se le atribuye al filósofo alemán Friedrich Hegel: “Nada grande se ha hecho en el mundo sin una gran pasión.”

Sonia Picado y Rosemary Karpinsky, han hecho grande a Costa Rica y han puesto una piedra sólida en la construcción de un mundo mejor, que hoy reconocemos al develar sus retratos como ciudadanas de honor de esta República.

La inagotable voluntad de servicio que les caracteriza, sus continuas contribuciones al enaltecimiento de Costa Rica y la pasión para actuar siempre siguiendo los ideales más nobles, son la evidencia irrefutable que estas dos grandes mujeres merecen el agradecimiento eterno de la patria, que encontrará en el ejemplo de sus vidas, la ruta más segura hacia el porvenir.

Muchas Gracias.

Ras

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