Diplomático a la carrera

Política entre bastidores

Manuel Carballo Quintana

Manuel Carballo

Los siguientes apuntes no están referidos a hechos históricos, ni son una crónica turística. Más bien tratan de unos pocos pequeños pasajes reales, atisbos anecdóticos acaecidos en territorio lejano de Costa Rica, que su interés podría ser por la diferencia de idiosincrasia de pueblos con culturas tan diferentes.

Circunstancial y honrosamente fui designado Embajador de Costa Rica en Israel (Gobierno de don Daniel Oduber), con la sede de la embajada en Jerusalén. Acompañado por Miriam, mi esposa, Anayansi, hija mayor (Irisol aún no había nacido) y Grace Sagot, cuñada, fijamos nuestra residencia en la calle Jabotinsky de la milenaria ciudad.

Día tras día experimentamos impresiones imborrables en Israel. No más a nuestro arribo a Tel Aviv, el avión apagó motores; por los parlantes interiores se dio la orden que todos los pasajeros permanecieran en sus asientos; se presentaron tres oficiales de seguridad llamando a Manuel Carballo y su familia; debíamos salir de primeros. Se nos explicó que eran motivos de seguridad y de trato de representante de un país amigo. Está bien, pero estábamos un poco sorprendidos por la forma como nos recibían, no acostumbrados los costarricenses a tener tanta seguridad.

Cada día en Israel —Tierra Santa en general—, era como pasar una página de la Biblia: Nazaret, Belén, Mar de Galilea, Río Jordán, Cafarnaúm, Monte de los Olivos, Vía Dolorosa, Santo Sepulcro. Conforme recorríamos el país, en nuestra mente se fortalecía la convicción de que … la Biblia tenía razón (Werner Keller).

Tuvimos la satisfacción durante mi periodo como embajador de recibir la visita, entre muchas otras, de una delegación del, para entonces, recientemente creado Movimiento Nacional de Juventudes, además jóvenes ticos que vivían y trabajan en los kibutzim (entre ellos Rebeca Grynspan), doña Doris Yankelewits de Monge y su hija Lena, don Enrique Obregón Valverde, don Gonzalo J. Facio, don Joaquín Gutiérrez Mangel y distintos académicos e intelectuales.

En la infinidad de visitas y reuniones que uno debe atender, hubo una muy particular de un israelí de apellido Shesmesh, creo Ezra Shesmesh. Ezra y su señora esposa tenía cinco años de casados y estaban bastante frustrados porque querían un hijo y nada que lo lograban. En sus vacaciones acumuladas decidieron irse a vivir tres meses a Costa Rica y… albricias, llegó el deseado embarazo. Su hija nació en Jerusalén, y en honor y agradecimiento a nuestro país, que consideró un milagro, la bautizó con el nombre de Costa Rica: Costarrica Shesmesh. Para mi gusto, el nombre me pareció una verdadera cacofonía, pero el gusto es gusto. Nos llevó a su casa a conocer a Costarrica. La conocimos de cuatro años -bella niña como todas las mujeres israelíes-, y la llamaban con el diminutivo de Costi. En dos ocasiones posteriores a este encuentro, regresaron por pocos días a Costa Rica en vacaciones cortas.

Residíamos en un vecindario de clase media de la Calle Jabotinsky. Los primero que nos llamó la atención en las noches fue ver a algunos vecinos con bufandas al cuello conversando y caminando lentamente alrededor de la cuadra grande de nuestro vecindario. Era la vigilancia nocturna del barrio. Los vecinos estaban organizados de tal manera que una vez al mes, rotando, a los hombres les tocaba hacer vigilancia voluntaria. A la vez, una familia diferente cada día asumía la obligación de tenerles café, bebidas y bocaditos durante la noche y madrugada. Quise sumarme a esa para mí novedosa experiencia comunal. No me lo permitieron por respeto al cargo diplomático que desempeñaba. Pero sí aceptaron mi compañía por una sola noche para conocer y sentir la experiencia. ¡Qué gran lección la que recibí! Al día de hoy y dado la crisis de seguridad ciudadana que tenemos en Costa Rica, creo que ésta sería una solución al menos en algunas comunidades.

Gran emoción me produjo encontrarme y conocer en persona a toda una generación de héroes de guerras y gestores de la independencia del Estado de Israel: Moshé Dayán, Yigal Allón, Shimon Peres, Isaac Rabin, Golda Meir. Todos, sin excepción, guardaban admiración y agradecimiento a Costa Rica por haber votado a favor de la Independencia de Israel en Naciones Unidas en 1949. Especial gratitud y admiración guardaban por don José Figueres y el padre Benjamín Núñez.

Como funcionario costarricense y residente en Israel, debía guardar los días festivos y feriados tanto de nuestro país como los de nuestra residencia. Eso nos permitió en familia visitar y conocer las ciudades más importantes de la tierra palestina, Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza. Nos desplazamos libremente a Hebrón, Gaza, Nablus, Ramallah, Jericó y Jenin, aun a sabiendas que pudiera no ser muy del agrado de las autoridades israelíes. Queríamos tener mayor conocimiento del modo de vida, la cultura y las condiciones sociales no sólo de los israelíes, sino también de los palestinos. Nos encontramos con un pueblo palestino muy, muy hospitalario. Al paso, caminando por las calles de esas poblaciones, las familias árabes saludaban e invitaban a pasar a sus hogares y tomar café con ellos. Para nosotros todo era normal, a pesar de que reconocemos que en esos días no se daban las tensiones g que hoy día existen entre árabes e israelíes. Pero ése no es tema de esta crónica. Lo cierto es que de nuestra parte la pasábamos bien con ambos israelíes y árabes.

Después de un fin de semana en Gaza, sorpresivamente fui citado telefónicamente por la cancillería israelí; era una invitación a compartir un café. Fue una llamada informal, pero le di toda la importancia que merecía y pronto me apersoné en el Ministerio de Relaciones Exteriores. La reunión se produjo con dos funcionarios medios. De la manera más amable me explicaron que tenían noticia de mis visitas a las zonas ocupadas y deseaban aconsejarme para no arriesgar a mi familia. Pregunté cómo estaban enterados y con el mayor respeto me explicaron que el gobierno tenía seguridad y protección para todos los miembros, sin excepción, del cuerpo diplomático. En otras palabras, estábamos vigilados muy discretamente. Lejos de molestarme, en el fondo agradecí profundamente.

Tras el encuentro con los funcionarios de la cancillería, no hubo más salidas a las zonas ocupadas. No sólo por respeto al país que nos acogió, sino porque esa misma semana, un día viernes en la madrugada judía, recibí una sorpresiva llamada de Marcelo Prieto desde Costa Rica. Marcelo me hablaba en nombre de don Luis Alberto Monge para ofrecerme regresar al país para asumir el cargo de Coordinador de Programas de CEDAL. Luego, la llamada personal de don Luis Alberto. Enhorabuena no lo dudé, mi respuesta fue inmediata: acepto. Estábamos en agosto de 1977. Fue mi mejor decisión: ¡más que diplomático de carrera, fui diplomático a la carrera!

Estos apuntes no tienen ninguna pretensión literaria; son la narración de simples hechos reales poco conocidos que al cabo del tiempo se convierten en históricos.

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Un comentario

  1. Dinorah Bonini Cobos

    Muy ameno Manuel, que experiencia más grata conocer Jerusalen cuna de varias religiones. Me hubiera encantado conocer ese país y ver con mis ojos todos los lugates mencionados y famosos para el Catolicismo. Asi como poder compartir con la gente de Gaza, en época de paz.

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