Dejar de pensar

Pablo Gámez Cersosimo*

IA

El imperativo de la Ilustración —sapere aude, atrévete a pensar— se ha invertido: ahora nos decimos “delegue a la máquina”.

El prompt quiere retar la formulación del pensamiento. Su mecánica es instrumental, no reflexiva. Es seductor por su eficacia, pero como advirtió Adorno, la eficiencia sin crítica es una forma de barbarie ilustrada. O de idiotez programada.

A buen ritmo, estamos dejando de preguntar por el ser de las cosas. Nos conformamos con respuestas algorítmicamente optimizadas para su utilidad..

Si en el método socrático la pregunta era la herramienta para despertar la conciencia crítica, en el prompt la pregunta no es dialógica ni auto interrogativa. Cuanto más eficientemente responde la inteligencia artificial, más se debilita la necesidad de preguntarnos por qué preguntamos y mayor es su impacto socio ambiental.

Martin Heidegger hablaba del peligro de habitar el mundo como si fuese solo un “fondo disponible” (Bestand), un almacén de recursos listos para ser usados. En ese sentido, el prompt convierte al conocimiento en un recurso inmediato.

En inglés, prompt significa tanto “rápido, inmediato” como “sugerencia” o “señal que provoca una acción”. Proviene del latín promptus, participio pasado de promere: “sacar a la luz”, “poner al frente”.

En los entornos informáticos, un prompt es la instrucción que el usuario proporciona a un sistema para obtener una acción o respuesta. Su calidad es determinante para la respuesta generada.

Pero también es una reducción: la compresión del pensamiento en una frase operativa. Ya no pensamos en complejidades, pensamos en cómo pedirle a otro —una máquina— que piense por nosotros.

También se debe entender como parte intrínseca del diseño tecnológico y la morfología digital concebida por el tecno-liberalismo de Silicon Valley. Al delegar la virtud de pensar en la “Gran Máquina”, alimentamos las estructuras algorítmicas de un ciberespacio que no controlamos. Gobernándonos y haciéndonos cada vez más sumisos.

La sumisión digital es una de las sombras del promptismo.

El prompt satisface un querer saber nervioso. Creyéndonos más iluminados que nunca, el pensamiento mágico digital nos anestesia. Y lo que adormece, atrofia.

En esta lógica, la acción de promptear reemplaza a la acción de rumiar ideas (Nietzsche). Nuestra naturaleza parasitaria lo celebra, porque pensar exige esfuerzo.

Conforme se perfecciona el diseño SMART de nuestras interfaces, se refuerza una inteligencia cómoda pero profundamente acrítica. El sujeto actual es un “animal de rendimiento”, hiperconectado, sobre estimulado, pero desorientado (Byung-Chul Han).

Insisto en que el problema no es usar ChatGPT, Gemini o Grok para investigar, sino haber olvidado qué significa investigar. Porque investigar no es acumular respuestas, sino aprender a formular buenas preguntas, lo cual es distinto a generar un prompt acertado. Es saber qué se pierde al aceptar sin examinar.

¿Esta pérdida ya es medible?

Investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) han documentado una “deuda cognitiva” generada por el uso estructurado de herramientas como ChatGPT.

Durante un estudio longitudinal de cuatro meses, se monitoreó la actividad cerebral de 54 estudiantes universitarios. Aquellos que redactaban ensayos sin asistencia de inteligencia artificial mostraban patrones cerebrales ricos y complejos.

En cambio, los estudiantes que delegaban sus tareas a ChatGPT mostraban un paisaje cerebral plano, desprovisto de los signos característicos de la reflexión profunda. Su cerebro se apagaba.

Los investigadores lo llaman deuda cognitiva: una disminución progresiva de las capacidades mentales que se produce cuando externalizamos funciones cognitivas esenciales a sistemas automatizados.

La deuda cognitiva no es un accidente, sino una consecuencia estructural del diseño de las tecnologías SMART. Es un ecosistema digital de drenaje.

El prompt se ha convertido así en el símbolo de una sociedad que prefiere lo rápido a lo riguroso.

Sus encantos son desafiantes. Estamos ante la primera generación que no ha tenido que aprender a buscar. Que no ha necesitado acostumbrarse a formular preguntas precisas, a contrastar fuentes, a distinguir la información confiable de la manipulación sofisticada.

* Autor del libro Depredadores Digitales (2021,Círculo Rojo). Investigador externo de UNCTAD, Naciones Unidas.

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