¿Defender la revolución cubana?

Manuel D. Arias M.

Manuel D. Arias M.

Es evidente, para cualquiera que crea en la libre autodeterminación de los pueblos y en la no intervención en los asuntos internos de otras naciones, así como en el daño que ha causado al mundo el imperialismo y el neocolonialismo, de la mano con la imposición forzosa de un modelo capitalista inhumano e insostenible, que Cuba ha enfrentado, de forma estoica y valiente, un bloqueo inmoral y asesino, impuesto por Estados Unidos, por más de 60 años. Ahora bien, en los últimos días, la voz de muchas y muchos cubanos se ha levantado contra un régimen que, aunque es cierto que ha tenido que sobrevivir a la agresión imperialista, ha acumulado una serie de déficits democráticos y en materia de derechos humanos que, aunque se proponga al bloqueo como pretexto, son el fruto de un modelo marxista-leninista agotado, sustentado en falacias como la “democracia popular” de un solo partido y la defensa de la revolución, que ha llevado a una espiral descendente en materia de libertad y calidad de vida a los once millones de habitantes de la isla.

A riesgo de ser descalificado por quienes han transitado por los caminos de la izquierda, incluso desde antes de que yo naciese, no puedo evitar que la defensa a ultranza del status quo en Cuba, me parezca, simple y llanamente, un nostálgico brindis al sol y un saludo a lo que pudo ser y no fue, pero, en todo caso, un acto bastante desconectado de la realidad y, en especial, de la difícil supervivencia cotidiana de las personas en Cuba.

De este modo, estoy plenamente convencido de que la izquierda moderna, la que entiende que el experimento comunista soviético colapsó por sus propias fallas internas, no puede continuar apoyando, de forma romántica y carente de sentido crítico, a un sistema político que, se ha convertido en parque de atracciones del viejo e idílico socialismo rebelde y guerrillero, de Playa Girón y revolucionarios barbudos, con banda sonora de Silvio Rodríguez, así como de vitrinas para lemas y pancartas con retratos del Che.

Evidentemente, eso que se denominaba la revolución cubana ya no funciona,, porque, desde los noventa, perdió el patrocinio de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y, más recientemente, el de sus admiradores en Venezuela, nación que vive una crisis todavía más compleja.

Sin embargo, los burócratas en Washington, así como los “cow – boys” de la política exterior norteamericana son tan miopes y tan imbéciles que, insisten en mantener un inmoral y detestable bloqueo que, para el gobierno cubano, así como para sus defensores en el mundo, se ha convertido en el último factor de cohesión que permite, a estas alturas de la historia, que el régimen sobreviva, gracias a ese enemigo externo que impide ver las graves contradicciones de un sistema económico tan injusto que, por experiencia propia de mis tres viajes a ese país, lleva a que los médicos y los científicos vivan en peores condiciones que los taxistas y las prostitutas, ya que los últimos reciben entradas en divisas extranjeras, que son la única vía para acceder a bienes básicos para la subsistencia en la isla.

Si los socialistas democráticos nos maravillamos del proceso constituyente en Chile, de la diversidad, de la pluralidad, de la representatividad al margen de las escleróticas y desgastadas maquinarias de los partidos políticos, resulta una contradicción que intentemos defender a una institución monolítica, vertical y enferma, como lo es el Partido Comunista de Cuba, un ente que proscribe y reprime cualquier clase de disidencia en nombre de la lucha contra el imperialismo, caricaturizado en el bloqueo estadounidense.

Venezuela, Nicaragua o Cuba no son el horizonte al que deberían aspirar los pueblos de la patria grande de América Latina, porque son experimentos fallidos que ensucian el nombre de la izquierda y del socialismo democrático que, sobre todo, promueve la libertad, la dignidad y la concordia. Las tres veces que he estado en Cuba, no precisamente de turista capitalista, que va a hoteles propiedad de transnacionales españolas en busca de exuberantes aventuras caribeñas; pero tampoco, de viajero nostálgico de la revolución del 59 y de la heroica resistencia del castrismo y de todo el pueblo cubano al acoso del imperio, sino como un ser humano libre, crítico y consciente, he palpado esas carencias y esas condiciones miserables de vida que, más allá del bloqueo, son responsabilidad de un gobierno dictatorial y autárquico, que impide el más básico emprendimiento privado y que margina a quienes piensan diferente.

¿Qué la revolución cubana tiene méritos? ¿Por supuesto! Negar los avances en salud, educación, vivienda, ciencia y cultura sería injusto y despreciable. No obstante, el riesgo que corre hoy Cuba es que, si el régimen cae, sea sustituido por otro peor, que convertiría a la isla en una nueva colonia norteamericana, regida por el capitalismo más salvaje e inhumano. Por ende, bien haría el Partido Comunista en escuchar a sus críticos, porque si se va a emprender el camino de la reforma, ya que no queda otra alternativa, éste debería hacerse de forma gradual e incluyente, de modo que sea posible preservar las grandes conquistas sociales de la revolución, convirtiendo a sus virtudes en un legado para las nuevas generaciones y en un ejemplo para América Latina.

Sea cual sea el destino de Cuba, hago votos porque lo decidan libremente las y los cubanos, sin necesidad de interferencias externas a favor o en contra del régimen; pero, además, con una vocación de apertura, de modo que se le brinde voz a quienes claman por un cambio pacífico y en democracia.

Por otra parte, invito a la añeja, rancia, tradicional y conservadora izquierda costarricense, con olor a naftalina, a que redimensione y medite las actuales protestas en Cuba, porque no siempre, — a veces sí, pero no en todas las ocasiones —, las protestas sociales, incluso contra un régimen supuestamente socialista, no son todas organizadas por la CIA y los agentes del imperialismo yanqui, sino que, tal vez, sean la expresión sincera y espontánea de un legítimo anhelo de progreso, por parte de un pueblo consciente y digno.

Es hora, y lo digo como socialista democrático, progresista, feminista y ecologista, de entender que, ni siquiera en nuestro ámbito ideológico, hay dogmas, sino que todo puede y debe ser objeto de un análisis crítico, que permita aprender de los errores del pasado, para perfilar una utopía posible para el futuro, sustentada en la libertad, los derechos humanos y la justicia social para todas las personas, en el marco de una democracia social deliberativa y participativa, transparente y directa, que entiende a la diversidad, — también de criterios —, como una riqueza para avanzar con vocación de diálogo, concertación y respeto hacia un mejor porvenir para todos los pueblos.

Comunicador Social

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