Alfons Bech
No me preocupa el grito de los violentos,
de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética.
Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos.
Martin Luther King
En la concentración por la paz en Ucrania del sábado 25 en Plaza Sant Jaume de Barcelona hubo 2.000 personas según la policía municipal. Lejos, muy lejos, de la gran manifestación contra la guerra de Irak de hace veinte años. El día antes, 24 de febrero, aniversario del despliegue de la guerra de Putin, fueron 8.500 personas en la Plaza Catalunya bajo el lema “Barcelona con Ucrania”, la gran mayoría ucranianas. ¿Por qué esa división? ¿Por qué fuimos tan pocos ciudadanos frente a una guerra tan cruel y en territorio europeo?
A la concentración del sábado asistió un numeroso grupo de ciudadanos rusos. Gritaban “Solidaridad con Ucrania”, “Putin terrorista”. Un sector de la concentración intentó tapar sus voces gritando «OTAN no, bases fuera». Incluso les abuchearon diciéndoles “¡Nazis, nazis!” … Son cosas que los medios de comunicación deberían explicar para entender mejor lo que pasa.
La dura lucha por la verdad
Se dice que la primera víctima que se cae en una guerra es la verdad. Así es. Pero hay una clase de mentira particular que duele tanto o más que las bombas, que la destrucción física o que las víctimas. Se trata de la calumnia hacia todo un pueblo: «Ucrania es nazi». Es lo que está haciendo Putin con el pueblo ucraniano, desde Zelenski hasta el último trabajador que hoy está en el frente defendiendo a su país. Y es una batalla en la que, desgraciadamente, Putin está ganando por goleada.
En esta batalla Putin tiene colaboradores directos. Son miles, bien profesionales y bien pagados. Gente con aureola de periodistas neutrales, de intelectuales progresistas, o bien generales de países occidentales, bloggers, de influencers, políticos de partidos de derechas, ultraderechas o de izquierdas e, incluso, alguno de ultraizquierda. Todos ellos ya tenían una posición predeterminada en favor de Rusia antes del 24 de febrero de 2022.
También hay muchos miles, millones, de colaboradores indirectos. Repiten, amplifican y vulgarizan la calumnia que fabrican los profesionales.
Sin embargo, la parte más numerosa de la sociedad son las personas que se abstienen de tomar una posición pública en favor de Ucrania, la parte agredida. En medio de tanta confusión, ¿nos extraña que haya tan poca respuesta a la solidaridad con la Ucrania agredida?
La calumnia en tiempos de Stalin y ahora
La calumnia se ha utilizado siempre en las luchas políticas, de poder. Pero quien realmente pulió y perfeccionó esa arma de destrucción masiva fue Stalin. Sus efectos fueron fulminantes, desastrosos. Como un veneno inoculado en el cerebro de gente sencilla y bienintencionada. Durante los procesos de Moscú, en los años treinta del siglo pasado, en poco tiempo revolucionarios y compañeros de Stalin pasaron a ser “contrarrevolucionarios”. Del Comité Central del partido bolchevique de tiempos de Lenin quedaron vivos muy pocos. Y quienes no se suicidaron, aceptaron hacer unas “confesiones” terribles, auto culpándose de ser autores de todos los “crímenes” que Stalin les imputó.
Esta arma no sólo se utilizó en Rusia. Gracias al poder de Stalin y al aparato de los Partidos Comunistas estalinistas por todo el mundo, el método de la calumnia se extendió a todo aquel opositor a las tesis que emanaban de la diplomacia del Kremlin. Ya sabemos cómo acabó asesinado Trotsky después de años de persecución y calumnias. Pero, para no alargarme, quiero citar sólo un caso más cercano: el secuestro, tortura y asesinato de Andreu Nin, dirigente del POUM. Como Nin y su partido luchaban por ganar a Franco haciendo a la vez una revolución social y no aceptaban la disciplina de Moscú de mantenerse bajo la dirección de una república burguesa, fueron acusados de “agentes del fascismo”. Las pintadas que hacían los militantes del POUM después de su secuestro decían: “¿Dónde está Nin?”. Y la respuesta de los estalinistas del PSUC era: «En Salamanca o en Berlín». Es decir, con los fascistas o los nazis.
La calumnia paraliza
El método estalinista de calumniar al adversario político se basa en generar dudas sobre su integridad moral o sus intenciones. Es una acusación falsa hecha con intención de causar el desprestigio, por inverosímil que parezca. No hace falta demostrar nada: sólo con generar la desconfianza es suficiente. Ante la duda mejor no hacer nada: quizás son nazis… ¿Será Zelenski nazi? ¿Todo el pueblo ucraniano es nazi y quiere acabar con los rusos? El resultado práctico de esta duda es la parálisis, la desmoralización, la confusión, el “ya no entiendo nada, ¡dejadme en paz!”.
Particularmente esta calumnia afecta a los sindicatos y organizaciones trabajadoras. La calumnia sobre el “nazismo” de Ucrania se mezcla con la defensa armada ante la guerra iniciada por Putin: como Ucrania pide tanques y aviones en la OTAN… ¡eso querría decir que son nazis!
Zelenski no es mi modelo, en absoluto. Forma un gobierno neoliberal que ha hecho leyes que atacan a los trabajadores. Como Red Europea de Solidaridad con Ucrania hemos ayudado a los sindicatos de allí a combatirlas. Tampoco estoy a favor de la OTAN; siempre lo he combatido y creo que debe disolverse cuando conseguimos una paz justa y duradera. ¡En realidad es Putin quien ayuda a fortalecer la OTAN! Pero… ¿qué deberían hacer los ucranianos, dejarse invadir? ¿Aceptar un gobierno títere? ¿Aceptar que no tienen derecho a existir como estado soberano ni como cultura propia? “Desucrainizarse”, cómo dicen ideólogos al servicio de Putin. Y si quieren resistir – ¡cómo lo están haciendo! – ¿a quién deberían pedirles armas? ¡A quien les dé o les preste! ¿O es que no tienen derecho a defenderse como lo hicieron Vietnam, Irak, Argel, Panamá, Afganistán? ¿Por qué no Ucrania? ¿No forma parte de los derechos de la ONU el derecho a defenderse si un país es agredido? ¡La Asamblea de la ONU ha dejado bien claro que Rusia debe retirar sus tropas de Ucrania! La calumnia enturbia leyes internacionales que son claras y transparentes.
La calumnia obstaculiza la solidaridad de clase
Dentro de los sindicatos también existe parálisis. Hay debate, cierto. Pero predomina la confusión entre la afiliación. ¿Cuándo y quién empezó la guerra: 2014, 2022? ¿Por qué? ¿Qué pasó en el Donbas? ¿Cómo actuó el gobierno ucraniano? ¿Cómo el ruso?… Pero, por encima de todo, existe un sentimiento de impotencia de ver que no se hace nada después de un año de guerra. A diferencia de otros países, como Francia, Reino Unido, Polonia, Suiza…, donde los sindicatos han enviado ya toneladas de ayuda y dinero a sus colegas sindicalistas ucranianos, en Cataluña y España no hemos hecho nada. O casi nada. Algunos dirigentes reconocen en privado que no entienden el porqué de esa falta de solidaridad, de esa parálisis.
¿Por qué? Un motivo es el desconocimiento casi absoluto de la historia y realidad de Rusia, Ucrania, Bielorrusia. Ignoramos lo que son estas sociedades, sus relaciones internas, sus procesos. Tendemos a creernos cualquier cosa de algún supuesto “experto” occidental, o de algún periodista que haya estado unos años en Moscú y nos cuente historias complicadas. En cambio, no leemos nada de lo que dicen los sindicatos de allí, ni las organizaciones de izquierdas o feministas. No nos interesa buscar su verdad. Tampoco hacemos mucho caso a periodistas que hoy arriesgan su integridad para explicar la verdad tal cual la ven, con ojos curiosos.
El peso de la historia de la gran revolución bolchevique no tiene nada que ver con los magnates que dirigen Rusia hoy: son sus enterradores. Son ellos quienes construyen la calumnia sobre la “Ucrania nazi”. Putin se parece mucho al ladrón que grita “¡al ladrón!”. Volveremos sobre qué es ese régimen. Pero ahora recordemos las palabras de Martin Luther y combatamos la calumnia insidiosa. Y, sobre todo, hagamos posible la solidaridad con Ucrania.
Alfons Bech es un sindicalista afiliado a CCOO, coordinador sindical de la Red Europea de Solidaridad con Ucrania: https://ukraine-solidarity.eu/
Fuente: www.sinpermiso.info