Camilo Rodríguez Chaverri
TTengo profundo amor y profunda admiración por Nicaragua. He recorrido todo su territorio. He fotografiado más de mil templos católicos nicaragüenses.
Siempre que fui, lo hice en vehículo, y me sentí sumamente seguro. Es más, durante muchos años dije que me sentía más inseguro en algunas calles o barrios de mi querida patria, Costa Rica, que en Nicaragua.
Siento un gran dolor al enterarme día a día de la masacre que lleva a cabo la dictadura Ortega Murillo en Nicaragua.
Hoy se cumple tres meses del inicio de esta guerra desigual, entre el gobierno, con ejército incluido, y el pueblo indefenso y desarmado, pero aguerrido y valiente.
Hoy, que se cumple tres meses del inicio de las protestas populares, se llega a contabilizar trescientos muertos. Cien muertos por mes, entre tres y cuatro muertos por día.
Se ha atacado vilmente a jóvenes, a indígenas, a mujeres, a niños, a familias enteras, y también a la Iglesia Católica.
Siento un gran orgullo por la valentía de dos sectores: los jóvenes y los obispos y sacerdotes.
Los dos Estados que se ven más afectados por la situación de Nicaragua son Costa Rica y el Estado del Vaticano, capital y sede mundial de la Iglesia Católica.
Nos corresponde a los ticos y al Papa Francisco actuar de inmediato.
Ningún otro país en el mundo se verá tan afectado como Costa Rica. Ni siquiera Honduras, el otro vecino de Nicaragua. Ni siquiera vecinos por el mar, como Colombia. Ni siquiera Estados Unidos.
Estoy absolutamente seguro de que son más los nicaragüenses que vendrán a Costa Rica que los que irán a Estados Unidos. Son bienvenidos, aunque serán muchos miles de hermanos nicaragüenses.
¡Tenemos que actuar ya! Daniel Ortega se ha convertido en un sátrapa y un tirano mucho peor que los Somoza.
Daniel Ortega se convirtió en todo aquello que él decía odiar en los años setenta. Es un dictador sanguinario y cruel. Le dan vuelta al mundo las fotos de él abrazado con los francotiradores, encapuchados, ángeles del demonio y de la muerte. Pero el ángel más grande que tiene el demonio en Nicaragua es Daniel Ortega, no alguno de sus esbirros.
En una comunidad de Nicaragua, San Rafael del Norte, es famosa una pintura dentro de la iglesia católica, en una de las paredes del templo, en la que se recuerda el encuentro de Jesús con el diablo en el desierto.
El diablo de ese templo es idéntico a Daniel Ortega.
La obra fue realizada varias décadas antes de que Ortega se convirtiera en un líder de la revolución sandinista.
Pues sí, tiene razón el pueblo. La pintura es una profecía: Ortega es el demonio de Nicaragua. La personificación de los más oscuros y diabólicos sentimientos que hemos visto en el ser humano están en el corazón de Daniel Ortega.
Aunque, si algún día lo operan del tórax, lo intervienen quirúrgicamente, Daniel Ortega será noticia en el mundo entero: si algún día le abren el pecho, se darán cuenta que el presidente dictatorial de Nicaragua no tiene corazón. Será una razón más para creer que es el mismísimo Pisuicas.
Cuando la revolución sandinista luchaba contra la familia Somoza, en los años setenta, Costa Rica fue vital para el triunfo contra la tiranía. Fueron vitales el presidente de Costa Rica de ese entonces, Rodrigo Carazo Odio (qdDg), y su gran amigo y protector, José Figueres Ferrer (qdDg), tres veces presidente de Costa Rica.
Pero, sobre todo, fueron vitales miles de costarricenses que pelearon contra Somoza. Entre ellos, destacan costarricenses muy distinguidos, como los escritores Rodolfo «Popo» Dada y Norberto Salinas, los profesores universitarios Roberto Salom y Alberto Salom, la poetisa Mayra Jiménez… Toda esa gente buena de nuestro país fue vital en la lucha contra Somoza o en el inicio del proceso histórico y hermoso de la revolución sandinista.
Me imagino que ellos están tan dolidos como estamos todos en Costa Rica.
El punto es que no veo hoy una movilización de costarricenses similar a aquella. Y Ortega no es menos malo que los Somoza. Es más, los Somoza fueron menos sanguinarios que este Daniel Ortega, lobo con piel de oveja que se quitó la piel que no le pertenecía en estos últimos tres meses.
Me duele el pueblo de Nicaragua.
¡Que país tan bonito! ¡Qué paisajes tan paradisíacos! ¡Qué fuerza la de su oralidad! ¡Qué grandeza la de su ingenio! ¡Qué delicia su sentido del humor! ¡Qué poesía tan directa, tan limpia, tan llana y tan pura la poesía nicaragüense! Nicaragua es un país único por su conjunción de volcanes y lagos, artesanía y literatura, religiosidad cristiana y vestigios indígenas…
De seguro, el diablo, que es tan puerco y tan chancho, (perdón a los marranitos, los cerdos), sintió envidia de Dios por su presencia en el cielo. Y buscó algún lugar parecido al paraíso. Así cayó en Nicaragua, vestido con bigote y ropa militar, hecho presidente con y por la ilusión del pueblo…
Es repugnante ver en fotos y en videos a los perrillos falderos del tirano cómo han ido a los preciosos templos católicos nicaragüenses (los más diversos, coloridos y bellos del istmo) para saquearlos. Da rabia ver a los infames esbirros tirando crucifijos, quebrándolos contra el firmamento.
Esto es obra de Daniel Ortega, la personificación del demonio en América Central. A ver cómo hacemos todos en la región para volarle garrote al dictador. Ya que no quiere irse, hay que echarlo entre todos.
Que sólo quede su recuerdo en la pared del templo de San Rafael del Norte, donde la pintura del diablo en el desierto se adelantó a los acontecimientos por unas décadas porque no queda la menor duda de que es idéntico al presidente sanguinario, al dictador, al gran traidor del espíritu de la revolución sandinista, algo así como una macabra personificación del alma oscura y perversa de los Somoza. Hasta el diablo se perfecciona con el tiempo. Hasta el viejo Tacho se asustaría constatando la maldad del soez y vulgar delincuente que se aferra al poder en la hermana república de Nicaragua.
– Periodista